A quienes no asistieron a las clases de Teología de la Universidad Católica suele sorprenderles el excelente recuerdo que mantienen sobre ellas muchas personas, creyentes y no creyentes.
En mi caso, allá por 1982, mi profesor de Teología era el sacerdote Felipe Zegarra, a quien todos llamaban “Pipo”. En su clase no hablaba de sacramentos o el purgatorio, sino de la relación entre el Cristianismo y diferentes corrientes filosóficas. Recuerdo especialmente las clases sobre Sartre, Marx y Freud, los maestros de la sospecha. A no pocos alumnos les sorprendía encontrar una Iglesia Católica abierta al diálogo, respetuosa de quienes pensaban diferente y preocupada por el compromiso social.
En mi caso, allá por 1982, mi profesor de Teología era el sacerdote Felipe Zegarra, a quien todos llamaban “Pipo”. En su clase no hablaba de sacramentos o el purgatorio, sino de la relación entre el Cristianismo y diferentes corrientes filosóficas. Recuerdo especialmente las clases sobre Sartre, Marx y Freud, los maestros de la sospecha. A no pocos alumnos les sorprendía encontrar una Iglesia Católica abierta al diálogo, respetuosa de quienes pensaban diferente y preocupada por el compromiso social.
Zegarra, como la mayoría de profesores del Departamento de Teología está vinculado a la Teología de la Liberación, que busca promover la construcción de una sociedad más justa y más humana. Bajo esta perspectiva, el cristiano no puede resignarse ante la injusticia o la pobreza, pues son ajenas a la voluntad de Dios.
Conozco muchos sacerdotes y religiosas que piensan de esta manera y por eso desde el Departamento de Teología de la PUCP se organizaban cursos de reflexión teológica abiertos a todos los sectores sociales, a los que también llegaban mucha gente de toda América Latina.
Además de las charlas, en esos cursos se debatía en trabajos en grupo sobre cómo aplicar la reflexión de manera concreta, especialmente para que los pobres pudieran ser ellos mismos quienes cambiaban sus condiciones de vida. De hecho, estoy convencido de que la Teología de la Liberación fue uno de los factores que detuvo a Sendero Luminoso en Puno, Cajamarca o Cusco, porque los campesinos tenían una esperanza en promover un cambio social sin la violencia.
Lamentablemente, otras tendencias en la Iglesia Católica peruana hablaban de “curas rojos” y denunciaban que en la PUCP se daba a los alumnos adoctrinamiento marxista. Sus acusaciones han sido oídas en el Vaticano y se ha nombrado para el Perú a numerosos obispos contrarios a la Teología de la Liberación, quienes muchas veces sostienen que antes que ellos no había evangelización, sino política.
De todos estos nombramientos, el más polémico ha sido el de Juan Luis Cipriani. Su intolerancia y su vinculación con las políticas represivas de Fujimori y García (llegando a respaldar la pena de muerte) ha causado una pésima imagen ante la opinión pública, incluidos los propios católicos. Una serie de medidas internas han causado mucho disgusto: retiró a varias congregaciones de las parroquias donde trabajaban; obligó a guardar silencio por un año al sacerdote Eduardo Arens, de la Parroquia Santa María Reina; dispuso que se retire de Lima el misionero mexicano Jorge García, director de la revista Misión sin Fronteras, donde abiertamente se defendía los derechos humanos.
En otros países, la difusión de casos de pedofilia por parte de algunos sacerdotes han desprestigiado a la Iglesia Católica. En el Perú, estos casos han tenido mucho menos impacto en dicho desprestigio, siendo una causa mucho más fuerte el accionar y los discursos de Cipriani. Lo respetan solamente aquellos católicos que tienen una perspectiva autoritaria o quienes centran el Cristianismo en rituales externos y no en valores concretos.
En el año 2012 Cipriani demostró especialmente su intolerancia y su menosprecio frente a quienes piensan de manera diferente. En el mes de mayo, le prohibió al sacerdote Gastón Garatea celebrar misa en la arquidiócesis de Lima. Paralelamente, siguió la penosa batalla en los tribunales peruanos para lograr el control de los bienes y la dirección de la PUCP. En julio Cipriani logró que el Vaticano retire a la PUCP los títulos de Pontificia y Católica, pese a lo cual, las labores universitarias continúan con normalidad, inclusive con un incremento en el número de postulantes.
Finalmente, el 21 de diciembre Cipriani prohibió a sacerdotes como Felipe Zegarra, Luis Fernando Crespo, Carlos Castillo y Andrés Gallego enseñar el curso de Teología en la PUCP o desempeñar cualquier cargo administrativo en la Universidad. La prohibición se extiende inclusive a los teólogos laicos como Adelaida Sueyro. Además de perjudicar a la PUCP, es evidente que Cipriani desea dar un fuerte golpe a la Teología de la Liberación, justo después que su fundador, Gustavo Gutiérrez, y también profesor de la PUCP, ha sido reconocido con el Premio Nacional de Cultura.
La decisión de Cipriani ha causado múltiples protestas. Inclusive, desde el Instituto de Defensa Legal se ha señalado que esta decisión vulnera la autonomía universitaria y el ordenamiento constitucional, precisándose que también entes privados como el Arzobispado de Lima deben respetar los derechos fundamentales: http://ideeleradio.blogspot.com/2012/12/pronunciamiento-de-idl-la.html. El pronunciamiento tiene argumentos suficientes para que la Universidad o los sacerdotes afectados puedan presentar una acción de amparo.
Este año, el Presidente Humala rompió la tradición de acudir a la Misa de Navidad que celebra Cipriani en la Catedral. En realidad, después de todo lo que Cipriani ha hecho en los últimos meses, más espíritu navideño habría encontrado en un centro comercial.
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