Enviado a la página web de Redes Cristianas
Los laicos católicos vivimos en el mundo, sin ser promotores de un “mundo sin Dios”. Pero, el “mundo humano”, de los pobres y de los ricos; el mundo de los eco-sistemas; el mundo de los poderes económicos y políticos; el mundo de la cultura de la diversidad global, afecta la intimidad misma de la fe que ilumina y orienta la vida cotidiana. No somos “a-mundanos”. Tenemos mundo e historia. No podemos ser neutrales, frente a los problemas ecológicos o ambientalistas o socio-económico-políticos o culturales y ético-humanos. Porque la fe cristiana que decimos profesar o vivir, implica una “concepción del mundo y de la vida”.
No es difícil detectar los problemas que marcan a nuestras sociedades, criticar es muchas veces demasiado fácil. Anticiparse en algunos casos e iniciar procesos reales de solución a estos problemas es poco frecuente entre nosotros. El fracaso de las grandes ideologías se debe a que no tienen respuestas actuales a los problemas de hoy. Para algunos agitadores es casi imposible aceptar que el suelo que pisan y que es la realidad histórica, es un sistema global que determina lo que se puede hacer en política.
Los “materialismos ideológicos transversales” han destruido valores que en décadas pasadas hacían la diferencia entre proyectos políticos y culturales. Hoy la guerra fría, por ejemplo, es una pieza de museo. Pero, la esterilidad ideológica de algunos, se cubre con anacrónicas discusiones que no ven la nueva situación mundial y nacional.
Lo nuevo es que en este mundo del siglo XXI, se pueden producir agitaciones muy violentas, incluso “revoluciones” o violentos cambios de régimen, pero no se cambia nada de fondo. Una violenta revolución nacional o local, no cambia lo central del sistema: el mercado global y los intereses del gran imperio del norte. El sistema global promueve las imágenes de los líderes épicos de la guerrilla de los años 60, si esto es un mero consumismo ideológico sin efectos políticos. Hoy hablar de reformismo versus revolución es una mera retórica sin contenido histórico. Hoy la gente de izquierda es tan consumista como un joven rico o un mediocre pastor evangélico o sacerdote católico.
Las protestas tienen presencia mediática y se promueven, en la medida que dividen y domestican a los sectores medios y populares. Se usa el rechazo a un comunismo más mítico que masivo. En Chile, las fuerzas que podrían incorporar al sistema, conquistas sociales reales multifacéticas, no han sido capaces de recrear en las bases populares una nueva conciencia democrática. De un “anti” se ha pasado a una disolución de las legítimas identidades. Es un falso “irenismo ideológico”. El auténtico pluralismo supone asumir las diferencias, tolerarlas en un espacio democrático posible. Para esto se necesita reconocer un fundamento humano concreto inalienable. Para los comunitaristas social-cristianos, este fundamento es la Persona, la Comunidad y el Cristianismo Liberador.
El valor central de la persona humana se proyecta en la promoción de los derechos humanos. Hay que organizar redes sociales que desarrollen una participación efectiva de las bases. También los laicos necesitan expresarse en comunidades que sean espacios de libertad espiritual. El discernimiento del Magisterio de la Iglesia de parte de estos laicos organizados debe ser respetuoso e informado y siempre de buena voluntad, pidiendo tolerancia cuando a conciencia se piensa de otra manera. La Iglesia de hoy no se puede basar en una obediencia forzada e hipócrita. Como sucede entre algunos docentes de una Universidad Católica donde por interés o por dinero se aparenta ser un católico acrítico o cerrado. Es honesto discrepar manteniendo el diálogo y buscando siempre la verdad.
Ser católico auténtico en estos tiempos supone el diálogo como actitud permanente, porque no se puede estar de acuerdo en todo con un Obispo o con un Sacerdote, pues no se les puede ver como neutros en su forma de vivir, o de pensar y tampoco se les puede ver como una “personificación de la verdad revelada o de una espiritualidad que casi está fuera de la historia”. La verdad revelada se discierne en comunión con toda la Iglesia, entre ellos los fieles. Lo jerárquico en la Iglesia no es autoritario. Seguramente seguirán pretendiendo muchos de estos “consagrados con poder”, la mayoría, que son apolíticos o sin poder o sin dinero porque no son dueños de los bienes que usan, pero eso es una ideología de la edad media; hoy son primero que nada personas que tienen que testimoniar que son virtuosos y consecuentes con lo que enseñan; de lo contrario sus gestos rituales y palabras “son pajas resecas que se las lleva el viento”.
¿Quién los sigue hoy por lo que dicen o por el poder que ejercen? Miles de personas los han dejado de seguir, precisamente, porque ejercitan su poder a demasiada altura. Se les sigue o escucha por lo que viven y se les tiene confianza en la medida que son sinceros y no “sepulcros blanqueados”. ¿Esto lo tiene que decir un cismático o un hereje? ¿No es una realidad sentida por los fieles más piadosos?
Entre los laicos hay diversas sensibilidades y es legítimo e inevitable. Para operar desde la identidad cristiana en la sociedad civil hay que fortalecen la comunidad frente al individualismo. La comunidad debe ser un espacio liberador frente a la deshumanización del mercado. Desde esta realidad inter-personal emerge y emergerá una reflexión teológica que busca construir un espacio para la persona como valor fundamental. Miles de redes sociales deben hacer posible este espacio. En estos grupos comunitarios debe estar el germen de una nueva sociedad, donde el ser predomina sobre el tener.
Una teología comunitarista de la liberación tiene que validarse, es nuestro compromiso, para acompañar el proceso de los cristianos que buscan hacer cambios desde una transformación primero personal y después colectiva, donde lo político-económico-cultural es un fruto de la fe-esperanza-amor. El comunitarismo social cristiano tiene que ser primero un comunitarismo vivenvial inter-grupal, luego un comunitarismo socio-político-económico-cultural. Esto nos convoca a un nuevo tipo de agrupaciones de base cristiana y ecuménica o interreligiosa o pluralista. Estos laicos viven su cristianismo en la frontera del mundo-Iglesia, es uno de los últimos lugares que nos quedan para evitar paternalismos alienantes y discernir con fidelidad el evangelio y mantener la unidad con los Pastores de la Iglesia. Nadie está obligado a pensar o vivir como un comunitarista social cristiano, y nadie puede negar nuestro derecho a querer vivir nuestra fe en estos términos: eclesial-socio-político-económico-cultural.
(*) Estudiante en Práctica Profesional de 5° año de Pedagogía en Religión y Filosofía de la Universidad Católica del Maule. Colectivo Cultural Jorge Yáñez Olave.
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