La convivialidad, como concepto, fue introducida por Ivan Illich (1926-2002), uno de los grandes pensadores proféticos del siglo XX, que vivió un tiempo en Petrópolis. Nacido en Viena, trabajó con los latinos en Estados Unidos y más tarde en México. Se hizo famoso por cuestionar el paradigma de la medicina y de la escuela convencional. A través de la convivialidad intentó responder a dos crisis: la del proceso industrialista y la de la ecología.
Con el proceso industrialista el dominio del ser humano sobre el instrumento se ha convertido en el dominio del instrumento sobre el ser humano. Creado para sustituir al esclavo, el instrumento tecnológico ha acabado esclavizando al ser humano al enfocarse a la producción y al consumo masivo. Ha hecho surgir una sociedad llena de aparatos, pero sin alma. La producción industrial actual no se combina con la fantasía y la creatividad de los trabajadores. No los ama. Solo quiere utilizar su fuerza de trabajo, muscular o intelectual. Cuando incentiva la creatividad es con vistas a la calidad total del producto para beneficiar todavía más a la empresa y menos a los trabajadores.
Sin embargo, muchos empresarios han tomado conciencia de esta distorsión y se han dado cuenta del grado de deshumanización de la sociedad industrial. Empiezan a poner en la agenda de la empresa su responsabilidad socio-ambiental, la importancia de la subjetividad y de la espiritualidad, las relaciones de cooperación entre todos, empresarios y trabajadores, en vez de pura competencia y acumulación.
¿Qué se entiende por convivialidad? Por convivialidad (palabra que no consta en el famoso diccionario de portugués brasileño «Aurélio») se entiende la capacidad de hacer convivir las dimensiones de producción y de cuidado, de efectividad y de compasión, de modelado de los productos y de creatividad, de libertad y de fantasía; de equilibrio multidimensional y de complejidad social: todo para reforzar el sentido de pertenencia universal contra el egoísmo.
El valor técnico de la producción material debe caminar junto con el valor ético de la producción social y espiritual. Después de haber construido la economía de los bienes materiales es importante desarrollar urgentemente la economía de los bienes humanos. El gran capital, infinito y inagotable, ¿no es por ventura el ser humano, el capital espiritual?
Los valores humanos del amor, la sensibilidad, el cuidado, la comensalidad y la veneración pueden imponer límites a la voracidad del poder-dominación y a la explotación-producción-acumulación.
La convivialidad pretende también ser una respuesta adecuada a la crisis ecológica, producida por el proceso industrial de los últimos cuatro siglos. El proceso de depredación de los bienes y servicios naturales puede provocar una dramática devastación del sistema-Tierra y de todas las organizaciones que lo administran, un real crush planetario.
Este escenario no es improbable. Ya ocurrió antes, con el derrumbe de la bolsa de Wall Street en 1929. En aquella ocasión era solo una crisis parcial del sistema capitalista y no tocaba los límites físicos del planeta. Ahora la crisis es del sistema global.
Seguramente en un contexto de ruptura generalizada la primera reacción del sistema imperante será aumentar el control planetario y usar la violencia masiva para asegurar el mantenimiento del orden vigente, económico, financiero y militar. Tal medida, en vez de aliviar la crisis, la radicalizará por causa del crecimiento del desempleo tecnológico y de la ineficacia de los ajustes fiscales Es lo que estamos presenciando en la crisis de los países que son el centro del sistema.
Algunos han lanzado la hipótesis de una catástrofe de dimensiones apocalípticas. Pero esto no sería fatal. Es importante dejar abierta la posibilidad de un uso convivencial de los instrumentos tecnológicos al servicio de la preservación de la vida, del buen vivir de la humanidad y de la protección de nuestra civilización.
Ese estadio nuevo posiblemente conocerá un viernes santo terrible que precipitará en el abismo la dictadura del modo-de-ser-trabajo-producción-material para dar paso a un domingo de resurrección: la reconstrucción de la sociedad mundial sobre la base del cuidado y de una sostenibilidad real.
El primer párrafo del nuevo pacto social entre los pueblos será el sagrado principio de la autolimitación y de la justa medida; y después, el cuidado esencial de todo lo que existe y vive, la gentileza con los humanos y la veneración hacia la Madre Tierra.
Entonces el ser humano habrá aprendido a usar los instrumentos tecnológicos como medios y no como fines; habrá aprendido a convivir con todas las cosas sabiendo tratarlas con reverencia y respeto. ¿No sería esta la verdadera inauguración del nuevo milenio?
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