El título resultará extraño para los lectores no familiarizados –la inmensa mayoría– con el argot eclesiástico. El término “pastoral” se refiere en general a composiciones literarias, pictóricas o musicales que evocan la vida campestre y pastoril, cuando las ovejas seguían al pastor.
“Pastoral” designa también la actividad evangelizadora de la Iglesia, desarrollada sobre todo por el clero. El obispo se llama “Pastor”, y sucede a menudo que aspira a que todos los cristianos católicos sean ovejas sumisas y formen un solo rebaño bajo un solo pastor en un único redil. Lo que pasa es que esas ovejas escasean, gracias al Espíritu de Jesús y su evangelio liberador, gracias a Dios. Y los pastores pintan poco cuando no quedan ovejas. Pero los obispos siguen empeñados en pastorear a la grey confiada, y buscan ovejas como sea.
Esa es la impresión que me queda tras haber oído hace unos días a Mons. José Ignacio Munilla presentar el Congreso Nacional de Pastoral Juvenil que tendrá lugar en Valencia del 1 al 4 de noviembre. No estuvo amable ni tranquilo el pastor, en contraste con los bellos versículos del Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”.
Pues no. El obispo de San Sebastián, responsable del Departamento de Juventud en la Conferencia Episcopal Española, se dedicó a hacer sonar alarmas y a gritar al lobo. Se mostró alarmado de que el 50% de los jóvenes no crea en Dios, y los pintó con tonos más que sombríos. “Los jóvenes españoles están heridos intelectual y afectivamente”, dijo. Y habló de “fracaso familiar”, “fracaso afectivo” y “fracaso escolar”. ¿La causa de tanto fracaso? “El relativismo intelectual”. ¿Y el remedio? Volver al redil. Pues no volverán.
Nada dijo el obispo del paro, que impide a la mitad de los jóvenes ser algo en esta sociedad, creer en sí mismos, tener una casa, crear una familia. Al parecer, los obispos no lo consideran un fracaso y una herida tan graves. El problema es el “relativismo”, mantra episcopal repetido hasta la saciedad como explicación de todos los males.
Tampoco hizo el obispo ninguna autocrítica, faltaría más. La institución eclesial, por lo visto, no tiene nada que ver con esos supuestos “fracasos” ni es responsable de que solo el 7% de los jóvenes vaya a misa y de que solo (¿solo?) el 50% siga creyendo en Dios. Una institución eclesial encerrada en dogmas del pasado, que se organiza y funciona según estructuras propias de la cultura agraria y pastoril, que imagina a Dios con cetro y cayado, y que solo sale a manifestarse en la calle para defender la asignatura confesional de religión, la familia patriarcal y sus privilegios fiscales.
Creo sinceramente que los “pastores” se equivocan de diagnóstico y de remedio, de juventud y “pastoral”. Creo que se equivocan de mundo y de Iglesia, de Jesús y de Evangelio. Los obispos debieran preguntarse seriamente por qué, entre 16 instituciones sociales, la Iglesia católica es la peor valorada de todas por parte de los jóvenes, y por qué la religión figura en el último lugar de su escala de valores, después de la familia, la salud, el tiempo libre, el trabajo y… la política. Debieran hacer un profundo “examen de conciencia”, como ha reclamado Mons. Ricardo Blázquez en el Sínodo de obispos que tiene lugar durante este mes en Roma.
Debieran creer un poco más en los jóvenes de hoy, y aprender de su increencia a creer mejor: una nueva imagen de Dios, una figura de Jesús más simple, sin báculo ni mitra, un evangelio mejor que nos ofrece a todos aire fresco, agua limpia, brotes verdes de vida y de futuro.
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