Tras meses de silencio, por fin, los obispos españoles han hablado y lo han hecho en tropel, desde la cúpula más elevada hasta el último peldaño episcopal. Pero no cantemos victoria. No han hablado de la crisis, ni contra la reforma laboral, ni contra los recortes, ni para denunciar el incremento de la desigualdad en la sociedad española, ni para señalar con el dedo a los responsables de los casi seis millones de parados, ni para solidarizarse con el millón setecientas mil familias donde todos los sus miembros están parados, ni para transmitir esperanza al 50% de jóvenes sin salida.
Lo han hecho para condenar la sentencia del Tribunal Constitucional a favor de la constitucionalidad de la ley del Matrimonio Homosexual. No solo quieren ser co-gobernantes y co-legisladores. No sólo son intérpretes de la Ley divina. También quieren actuar como jueces, como garantes de la justicia y de la moralidad de las leyes, como intérpretes autorizados de la Constitución. Así se ha presentado el obispo de San Sebastián monseñor Munilla, -rechazado por el 85% de los sacerdotes de su diócesis-, quien ha considerado la sentencia del alto Tribunal como “una falta fidelidad” a la Constitución.
Repitiendo el comportamiento insolidario del sacerdote y del levita de la Párabola del Buen Samaritano, la mayoría de los obispos españoles y de los movimientos eclesiales neo-conservadores que les sirven de corifeos pasan de largo y demuestran una gran insensibilidad ante el sufrimiento de los sectores más vulnerables de la sociedad: parados y paradas, muchos de ellos sin seguro de desempleo, inmigrantes, familias sin recursos, estudiantes que tienen que abandonar los estudios por no poder pagar las matrículas que han experimentado una subida desmesurada, o los comedores escolares, personas sin hogar, jóvenes a quienes se les ha robado el presente y el futuro, mujeres maltratadas, personas mayores sin pensión, discapacitados físicos o psíquicos, enfermas y enfermos crónicos a quienes se les niega la aplicación de la Ley de Dependencia, etc.
¿Por qué esa insensibilidad, cuando tenían que dar ejemplo y tener entrañas de misericordia? Muy sencillo. Porque muchos de ellos viven en palacios rodeados de un ejército de servidores y no se ven afectados por la crisis. Porque están instalados en el sistema, de que recién beneficios y privilegios por doquier en todos los terrenos: educativos, fiscales, económicos, culturales, sociales, militares, tributarios, etc. Porque la Iglesia católica es la única institución que no ha sufrido recorte alguno en sus privilegios. Más aún, cada año ve incrementados los ingresos que recibe del Estado por la subida del nivel en la declaración de la renta del 0,5 al 0,7%. Ni con Franco tuvo tantos privilegios. ¡Y todavía se quejan de sentirse perseguidos! La jerarquía católica es insaciable en sus demandas de prebendas. Y lo peor es que los sucesivos gobiernos de la democracia, de derecha, de centro y de centro-izquierda –de izquierda-izquierda no ha habido realmente ninguno-, han renunciado a avanzar hacia el Estado laico, han sido y siguen siendo, de una u otra forma, rehenes del poder eclesiástico, sea este el Vaticano o la Conferencia Episcopal Española (CEE).
Leyendo los documentos de la CEE, la pastorales de los obispos y sus declaraciones públicas, uno no encuentra más que noes: no a las relaciones sexuales prematrimoniales, no a los métodos anticonceptivos, no a la masturbación, no al matrimonio homosexual, no al divorcio, no a la comunión de los divorciados, no a la interrupción voluntaria del embarazo, no a la píldora del día después, no al matrimonio de los sacerdotes, no al sacerdocio de las mujeres, no a la fecundación in vitro, no a la investigación con células embrionarias, no a la eutanasia, etc. Están instalados en el no por sistema. Sólo he encontrado un sí: a la castidad. Me hubiera gustado otros síes: a la huelga general, a la escuela pública, a la educación sexista, a las leyes de igualdad de género, a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Pero ni los he escuchado de sus labios, ni los he leído en sus documentos.
Todavía no han dicho no a la contra-reforma laboral, no a los recortes en sanidad, servicios sociales, educación, investigación, becas, no al desmantelamiento de los servicios públicos, no a las privatizaciones, no a la Europa de los mercaderes, no al BCE, no a las multinacionales, no a la Europa del Bundesbank, no a la inyección de dinero público a los bancos, no a la supresión de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, no a la violencia de género, no al capitalismo, etc.
Bueno, hay que decir que algunos obispos han dicho un no indignado a los desahucios, que se han cobrados varias vidas humanas y están creando situaciones familiares dantescas. Y hay que felicitarlos. Pero acaban de informarme de la respuesta de otro obispo al que le pidieron la firma contra los desahucios: “No lo tengo claro”, dijo. ¡Y no firmó! A lo que los solicitantes de la firma le contestaron muy agudamente: “Menos claro es el Misterio de la Santísima Trinidad y Usted lo suscribe”.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología de la Universidad Carlos III de Madrid. Su libro más reciente es Invitación a la utopía (Trotta, Madrid, 2012).
(EL PERIODICO DE CATALUÑA, 15 de noviembre)
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