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ATALAYA

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viernes, 9 de noviembre de 2012

LO MEJOR DE LA IGLESIA José Antonio Pagola

PORVENIR 
El hombre de hoy mira más que nunca hacia adelante. El futuro le preocupa. No es sólo curiosidad. Es inquietud. Estamos ya escarmentados. Sabemos que los humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Son pocos los que creen hoy en grandes proyectos para la humanidad.
Hemos progresado mucho, pero el futuro del mundo es tan incierto como siempre o incluso más oscuro e indescifrable que nunca. ¿Quién se atreve hoy a arriesgar algún pronostico? ¿Quién sabe hacia dónde nos está llevando esto que llamamos «progreso»?

Las posturas pueden ser diversas. Algunos se encierran en un optimismo ingenuo: «el hombre es inteligente, todo irá cada vez mejor». Otros caen en una secreta resignación: «no se puede esperar otra cosa de los políticos, nada nuevo van a aportar las religiones, hay que agarrarse a lo que tenemos». Hay quienes se hunden en la desesperanza: «ya no somos dueños del futuro, estamos cometiendo errores que nos acercan a la destrucción».
 
Hay una manera sencilla de definir a los cristianos. Son hombres y mujeres que tienen esperanza. Es su rasgo fundamental. Ya san Agustín decía que «esperar a Dios significa tenerlo» y el poeta Peguy nos recordaba que la esperanza es «la fe que le gusta a Dios».

Los cristianos no pretendemos conocer el futuro del mundo mejor que los demás. Sería una ingenuidad entender el lenguaje apocalíptico de los evangelios como un reportaje sobre lo que va a suceder al final. Viviendo día a día la marcha del mundo, también nosotros nos debatimos entre la inquietud y la resignación. Sólo Dios es nuestra esperanza.
 
El Porvenir último del mundo es Dios. Lo sepamos o no, estamos colocados ante él. La historia se encamina hacia su encuentro. Al final, todo lo finito muere en Dios, y en Dios alcanza su verdad última. Dios es el final misterioso del mundo: Dios encontrado para siempre es el «cielo»; Dios perdido para siempre es el «infierno»; Dios como verdad última es el «juicio».
 
Esto que puede hacer sonreír a algunos es para el creyente la fuerza más real para mantener la esperanza, criticar falsas ideas de progreso y combatir por un hombre siempre más humano y más digno de Dios.

 LO MEJOR DE LA IGLESIA


El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los
dirigentes religiosos: "¡Cuidado con los letrados!", su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda, llama a
sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.
Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No
puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para
sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.
La religión les sirve para alimentar fatuidad. Hacen  "largos rezos" para impresionar. No crean comunidad, pues se
colocan por encima de todos. En el fondo, solo piensan en sí mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles a las
que deberían servir.

Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de su
destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de
ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan
daño.
En la segunda escena, Jesús está sentado enfrente del arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades
importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que echa dos moneditas de
cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.
Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está
pasando necesidad, "ha echado todo lo que tenía para vivir". Mientras los letrados viven aprovechándose de la religión,
esta mujer se desprende de todo por los demás, confiando totalmente en Dios.
Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente,
generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Solo sabemos que
Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.
También hoy, tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No
escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los presbíteros y obispos.


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