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viernes, 12 de octubre de 2012

La revolución bolivariana en sintonía con el evangelio

Ante las elecciones prsidenciales deldomingo, 7 de octubre
En apoyo y admiración a los venezolanos y a su presidente Chávez que, creyentes o no, hacen suya la revolución bolivariana y le hacen tomar savia y fuerza invencible en el Evangelio de Jesús.
Me imagino la extrañeza, cuando no desconcierto, de muchos que puedan leer este título. Tan arraigada está la cultura tradicionalista de un idealismo teológico que separa lo espiritual de lo social, que resulta vano el intento de mostrar cuán alejado del Evangelio está ese planteamiento.
Recuerdo muy bien el encuentro que el presidente Chávez tuvo hace unos años en Madrid con unas cien personas. Había una gran expectación por oirle y, obviamente, aunque el auditorio le era favorable, no faltaban cabezas críticas que esperaban ponerlo en aprieto. Habló el presidente llano, directo, con gran agudeza y vi en el diálogo cómo las prevenciones casi ni asomaron. Al iniciar el acto me acerqué, pude saludarle y me dijo: “Padre, necesitamos de la Iglesia”.
¿Qué Iglesia?, pensé yo. Y la respuesta era única: la de Jesús, la que se pretende seguidora suya. Pero, en la historia, -siempre en la historia- se han hecho interpretaciones poco fieles a la enseñanza del Nazareno. Y se han hecho desde lo alto, desde la jerarquía, que se ha autoconsiderado sujeto exclusivo de la enseñanza y ha tenido al pueblo como objeto de la misma. Interpretaciones innegablemente políticas, inmersas en la lógica del poder y no del Evangelio. Dichas políticas han pretendido hacer una doble historia, la de la salvación y la profana, como si fueran distintas y aún contrapuestas, haciendo posible que la primera fuera abstracta, alienante, dominada o subordinada a los intereses de la profana. Siempre la Iglesia hizo política, pero muchas veces no desde la justicia y en defensa de los pisoteados de la historia sino desde el poder y en alianza con los que lo ejercían.
Hoy, el retorno al Evangelio, una mirada limpia a lo que Jesús enseño y practicó, nos devolvió otra visión de la historia: no hay más que una historia, y en ella sola se busca la verdad y la justicia o se cae en la mentira y la explotación. Jesús vivió en un momento de la historia, actuó en ella tomando partido por los sin voz, los insignificantes, los más pobres y marginados, denunció la falsedad y contradicciones de la religión establecida en Jerusalén, censuró la prepotencia y arbitrariedades del imperio romano, y ambos poderes, unidos, lo eliminaron. Jesús no fue un político, pero no fue neutral ante la política, se definió y la atacó en sus cimientos y por eso fue crucificado.
La historia es lo que es y ella es el escenario de nuestro vivir y convivir. Y en la historia del Occidente cristiano hay una larga trayectoria de opresión , despojo y dominación, hecha en nombre del cristianismo y contradiciendo las tesis básicas del Nazareno. Esa trayectoria nunca ha estado exenta de la voz auténtica de la Iglesia, de la comunidad de Jesús, que se profesa seguidora suya y le ha dado profetas, reformadores, mártires y una nube innumerable y anónima de santos.
La teología de la liberación hizo posible otra visión y otro quehacer dentro de la historia, acabó con el tabú o miedo de “politizar la fe degradándola” y ver en el clamor histórico de los pobres la voz del Dios sufriente en la historia y darles, como Jesús, a ellos los últimos, la primacía para rehacer la verdad, la justicia y la política.
Venezuela, con su revolución y su presidente Chávez, ha entendido que el seguimiento de Jesús se hace en cada momento de la historia, en la conyuntura concreta de cada pueblo, y es ahí donde hay que dar testimonio de verdad y justicia, declarando sujetos de la historia, de la vida y de la política a los que nunca lo fueron porque nos les dejaron que lo fueran.
Son apenas catorce años, pero la lucha, el cambio, el avance, la utopía –proyecto (el de la dignidad humana, de la justicia y de libertad con sus derechos inviolables) se ha visto libre y ha comenzado a caminar, correr y volar. Es el proyecto liberador, fundamentalmente de los pobres, de los que nunca durante tanto tiempo otras políticas –y hoy la cínica política neoliberal– quisieron oír ni hablar.
El escenario de la historia, de esa Venezuela hegemónica en la liberación del Tercer Mundo y de América Latina infunde temor a muchos, a los ricos, a los acomodados y bien satisfechos, a los que nunca han revisado su egoísmo acaparador, –quién sabe si legitimado con plegarias y ceremonias en los templos–, pero a los pobres los conforta y da energía para mantener su lucha y esperanza liberadoras.
“Me llamarán subversivo. Y yo les diré: lo soy. Por mi pueblo en lucha, vivo. Con mi pueblo en marcha, voy”. ¿Qué bueno, cuán edificante y digno de alabanza, si todos los cristianos y, en especial nuestros pastores, sintiéramos en el alma como el obispo Pedro Casaldáliga en estas palabras el clamor de los pobres –ellos son los vicarios de Cristo– y estuviéramos activos, honestos, militantes en una política de justicia y liberación que rechaza volver al pasado, a las cadenas del clasismo, de la esclavitud imperial y colonizadora.
En España, los grandes medios han reflejado no poco la admiración de una oposición, que busca ese retorno al pasado, donde el privilegio, el monopolio y la impunidad camparon a sus anchas y que, ahora, le lleva a prometer hacer otra política. Otra política, ciertamente, pero no liberadora ni a favor de los más pobres. Eso, su modo de ser y de hacer, imprime carácter. Y eso no se cambia sin ser de verdad seguidor de Jesús.

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