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lunes, 21 de mayo de 2012

Reconstruye mi Iglesia

Cristián del Campo, SJ, Capellán de Un Techo para Chile y Un Techo para mi País

Primera lección del Concilio: volver a la fuente que es Jesucristo. Nada de lo que digamos o hagamos puede ir en contra de lo más esencial que nos vino a transmitir:
Unos 800 años atrás el joven Francisco de Asís oyó que el mismo Cristo le decía: “reconstruye mi Iglesia que está en ruinas”. Cuenta la historia que el pobre de Asís se lo tomó bien en serio y literalmente comenzó a reparar distintas iglesias y capillas.
Hasta que comprendió que la reparación era más profunda: era la reconstrucción espiritual de una Iglesia cargada de opulencia y mareada con tanto poder. Ocho siglos después, necesitamos emprender otra reconstrucción que surge del profundo amor que le tenemos a nuestra Iglesia, pues lo que hemos vivido en estos últimos años nos tiene que llevar a reaccionar. A 50 años del inicio del Concilio Vaticano II, que abrió las ventanas de la Iglesia para que entrara viento fresco, hoy es nuestra oportunidad.
Para no abundar en puras generalidades y atendiendo a nuestro contexto chileno, humildemente, propongo 10 ideas:
1.- Primera lección del Concilio: volver a la fuente que es Jesucristo. Nada de lo que digamos o hagamos puede ir en contra de lo más esencial que nos vino a transmitir: el amor a Dios se expresa en el amor al prójimo. Podrán faltar muchas cosas, pero jamás la acogida, respeto y cariño que todo hombre y mujer merece.
2.- Aún más: Jesús amó a todos, pero preferentemente a los más excluidos y despreciados. Sin esa opción nuestra fe no es cristiana. Por eso, no solo hay que rechazar las últimas declaraciones del Cardenal Medina, sino reprenderlo. Porque Jesús no dudó en “pararle los carros” al primer Papa, cuando éste quiso llevar las cosas por un camino que no era el de Dios.
3.- Bien nos vendría un tiempo comunitario de penitencia, convocado por nuestros Pastores, que exprese nuestra necesidad de purificación. Y que esa purificación se exprese luego pidiendo perdón a los que más hemos ofendido y dañado, e intentando reparar lo que más se pueda el daño ocasionado.
4.- Abrir en la Iglesia mayores espacios de participación verdaderos y efectivos. Propongo para partir una política de affirmative action con las mujeres, que asegure su liderazgo en comisiones, consejos y secretariados.
5.- Ser capaces de distinguir entre aquello que podemos discutir de aquello verdaderamente incuestionable, encarnando así la máxima de San Agustín: en lo esencial, unidad; en la duda, libertad; en todo, caridad.
6.- Que ninguno de nosotros, curas o laicos, se ponga a tirar piedras desde la vereda de enfrente, como si esta Iglesia no fuera su Iglesia. Amarla es aportar activamente desde dentro con fidelidad y libertad.
7.- Sentarnos a hablar, junto con los laicos, de temas pastorales claves: acogida a homosexuales y parejas homosexuales, comunión a separados, fertilización asistida y métodos no naturales de anticoncepción. Y que lo que la experiencia pastoral nos regala a diario, nos sirva de insumo para dialogar con el Magisterio.
8.- Que los curas seamos evaluados, por ejemplo, en lo que predicamos dominicalmente. Basta ya de prédicas largas, aburridas, con lenguaje decimonónico y desconectadas de la realidad. Y sobre todo, ojo con los que quieren pasar por paladines de la ortodoxia, disfrazando opiniones personales en lo que el Magisterio nunca ha sostenido.
9.- Que los laicos no le echen la culpa al empedrado y se la jueguen por formarse para ser adultos en la fe, y no sigan por la vida con 30, 50 ó 70 años con lo mismo que aprendieron en el colegio o en la catequesis de la parroquia ¿Cuál es la última carta pastoral o encíclica que leímos? Si no nos informamos mínimamente, no haremos más que “repetir como loros” lo que dice el último titular del diario o lo que se comenta en Twitter.
10.- Apostar a que nuestra credibilidad como Iglesia se recuperará en la medida que “arranquemos hacia adelante”: abriéndonos en vez de replegarnos, conversando en vez de callarnos, confiando antes que desconfiando que la sociedad secular avanza también en la búsqueda de la verdad, de la justicia y de una mayor humanidad.
Hay mucho más, ciertamente. La lista queda abierta para ser discutida y completada.
Francisco de Asís no la tuvo fácil. Tuvo que combatir el statu quo, los miedos a la pobreza, el vértigo hacia lo novedoso, la resistencia hacia lo distinto. Pero Francisco persistió porque Dios se lo había pedido. Y de tanto insistir se encontró en el camino con otros compañeros que soñaban lo mismo, con Clara de Asís, y con miles y millones que reconstruyeron la Iglesia porque la amaban.
El Mostrador / Reflexión y Liberación.

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