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sábado, 24 de marzo de 2012

JOSÉ ANTONIO PAGOLA QUINTO 2012


Si el grano de trigo no cae en tierra...
 

No están habituados nuestros oídos a escuchar palabras como éstas de Jesús: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Nosotros pensamos que lo único realmente positivo que puede construir nuestra vida es la salud, el éxito, lo agradable, lo que nos sale bien. ¿Qué pueden aportar de bueno y positivo a nuestra existencia la enfermedad, el sufrimiento, la desgracia o el fracaso? (LEER EL EVANGELIO)
Pensemos, por ejemplo, en esa experiencia dolorosa de la enfermedad que todos podemos sufrir, tarde o temprano, en nuestra propia carne. La enfermedad se nos presenta como algo totalmente malo y negativo. Una fatalidad absurda e injusta que nos ataca de pronto echando por tierra todos nuestros proyectos.
Sin embargo, los mismos científicos nos advierten que la enfermedad no es siempre algo dañoso. Puede ser también la reacción sabia del organismo que emite una señal de alarma para que la persona se cure de heridas y conflictos profundos, y reoriente su vida de manera más sana.
En cualquier caso, la enfermedad puede ser una experiencia de crecimiento y renovación si el enfermo acierta a vivirla de manera positiva. He aquí algunas sugerencias.
La enfermedad grave rompe nuestra seguridad. Vivíamos tranquilos y sin problemas, y de pronto nos vemos obligados a dejar el trabajo, detener nuestra vida y permanecer en el lecho. Entonces llegan las preguntas: ¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Me curaré? ¿Podré hacer de nuevo mi vida de siempre? Al enfermar, comprobamos que nuestra vida es frágil y está siempre amenazada. Si estamos atentos, escucharemos cómo la enfermedad nos invita a apoyarnos en algo o alguien más fuerte y seguro que nosotros.
Al mismo tiempo, en esas largas horas de silencio y dolor, el enfermo comienza a revivir recuerdos gozosos y experiencias negativas, deseos insatisfechos, errores y pecados. Y sur gen de nuevo las preguntas: ¿Y esto ha sido todo? ¿Para qué he vivido hasta ahora? ¿Qué sentido tiene vivir así? Es el momento de reconciliarse con uno mismo y con Dios, confesar los errores del pasado y acoger en nosotros la paz y el perdón.
Pero la enfermedad nos ayuda, además, a abrir los ojos y ver con más lucidez el futuro. Al caer muchas falsas ilusiones, el enfermo empieza a descubrir lo que de verdad es importan te en la vida, lo que no quisiera perder nunca: el amor de las personas, la libertad, la paz del corazón, la esperanza. Es el momento de reorientar nuestra vida de manera más humana. Intuimos que nos irá mejor.
Pasarán los días y las noches. El organismo se curará o, tal vez, caerá en un proceso incurable. Pero siguiendo a Cristo, más de uno podrá descubrir que el grano que muere da fruto, el sufrimiento purifica y la enfermedad puede conducir a una vida más sana.


 
En la vida no todo es crecer, avanzar o ganar. Hay muchos momentos en que la persona puede conocer la crisis sicológica, la enfermedad física o el oscurecimiento de la luz. Algo se rompe entonces en nosotros. Comenzamos a experimentar la vida como pérdida, límite o disminución. Ya no estamos tan seguros de nada. Ya no hay alegría en nuestro corazón. No somos los mismos.
Podemos entonces rebelarnos y vivir ese momento como algo totalmente negativo que nos hace daño y mutila nuestro ser. Pero lo podemos vivir de otra manera, como un desprendimiento o una pérdida que nos llevará a asentar nuestra vida sobre bases más firmes. Jesús hablaría de una poda necesaria para dar más fruto.
Si sabemos recorrer un itinerario humilde y confiado, «perder» nos puede conducir a «ganar». Hemos de empezar por aceptar nuestra situación. No es bueno negar lo que nos está pasando, ni disimularlo ante nosotros mismos y ante los demás. Es mejor reconocer nuestra limitación y fragilidad. Ese ser frágil e inseguro, poco acostumbrado a sufrir, también soy yo.
La crisis nos obliga a preguntarnos por nuestras raíces: ¿cuál es la verdad última que nos motiva e inspira?, ¿dónde se apoya realmente nuestra vida? Hay una verdad rutinaria que nos mantiene en el día a día, pero hay una verdad más honda que, tal vez, sólo emerge en nosotros en momentos de crisis y debilidad.
El creyente vive este proceso como una experiencia de salvación. Ahí está Dios sanando nuestro ser. Y el mejor signo de su presencia salvadora es esa alegría interior humilde que poco a poco se puede ir despertando en nosotros. Una alegría que nace del centro de la persona cuando se abre a la luz de Dios.
Tal vez estas experiencias nos pueden ayudar a entender ese lenguaje difícil de Jesús que, en contra de toda lógica de apropiación y seguridad, propone la desapropiación y la pérdida como camino hacia una vida más plena: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece en este mundo, se guarda para la vida eterna». El que está dispuesto a perderlo todo por amor, se salva.
 

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