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ATALAYA

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viernes, 30 de marzo de 2012

JOSÉ ANTONIO PAGOLA D.RAMOS 2012


DIOS NO ES UN SADICO 
La Cruz es considerada no pocas veces como una negociación entre Jesús y el Padre para lograr la salvación de la humanidad. Una especie de contrato entre el Padre que exige de los hombres una reparación infinita y el Hijo dispuesto a entregar su vida de valor infinito por nuestra salvación.
A lo largo de los siglos, se ha ido desarrollando una rica teología para expresar el significado de la Cruz. Los teólogos la presentan como "rito de pacificación", "sacrificio de expiación", "holocausto reparador", "propiciación satisfactoria". Este lenguaje trata de interpretar el contenido salvador de la Cruz, pero, cuando se habla de manera descuidada y parcial, puede sugerir falsamente la idea de un Dios que reclama sufrimiento antes de perdonar.
De hecho, no son pocos los cristianos que piensan que Dios ha exigido la destrucción de su Hijo, como condición previa indispensable, para poder salvar a los hombres. No advierten que, de esta manera, queda radicalmente pervertida la imagen de Dios, el cual ya no sería un Padre que perdona gratuitamente, sino un acreedor implacable y justiciero que no salva si previamente no se repara su honor.
Esta manera falsa de entender la Cruz puede llevar a muchos a alejarse de un Dios "sádico" que sólo parece aplacarse al ver sangre y destrucción. 
Hacen pensar las palabras del renombrado antropólogo René Girard: "Dios no sólo reclama una nueva víctima, sino que reclama la víctima más preciosa y querida: su propio Hijo. Indudablemente, este postulado ha contribuido más que ninguna otra cosa a desacreditar el cristianismo a los ojos de los hombres de buena voluntad en el mundo moderno".(LEER EL EVANGELIO)
Sin embargo, la crucifixión no es algo que el Padre provoca directamente para que quede satisfecho su honor, sino un crimen injusto que los hombres cometen rechazando a su Hijo. Si Cristo muere en la cruz, no es porque así lo exige un Dios que busca una víctima, sino porque Dios se mantiene firme en su amor infinito a los hombres, incluso cuando éstos le matan a su Hijo amado.
No es Dios el que busca la muerte y destrucción de nadie y, menos, la de Jesús. Son los hombres los que destruyen y matan, incluso, a su Hijo. Dios sólo podría evitarlo destruyendo la libertad de los hombres, pero no lo hará, pues su amor insondable al ser humano no tiene fin.
Esta Semana Santa celebraremos los cristianos, no la avidez insaciable de un Dios que busca por encima de todo la reparación de su honor, sino el amor insondable de un Padre que se nos entrega en su propio Hijo incluso cuando nosotros lo estamos crucificando. Como dice San Pablo: "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo y no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres".

¿CÓMO ES TU DIOS?
A veces se piensa que la culpa es algo introducido en el mundo por la religión: si no existiera Dios, desaparecería el sentimiento de culpa, pues no habría «mandamientos» y cada uno podría hacer lo que quisiera según lo afirmado por Dostoiewski: «Si Dios no existe, todo está permitido».
Nada más lejos de la realidad. Ya Freud vio con claridad meridiana que la culpa acompaña siempre a la libertad y es una de las experiencias más primitivas del ser humano, pues aparece antes de que aflore la moral o la religión. Ateos y creyentes, todos experimentan la responsabilidad y la culpa. Todos han de luchar por igual contra la fuerza de su egoísmo.
La diferencia está no en la experiencia de la culpa, sino en el modo de afrontarla. El ateo vive su culpa de forma solitaria. El creyente la vive ante Dios. Esto da a la culpa una «seriedad absoluta», pero, al mismo tiempo, abre la posibilidad de enfrentarse a ella de forma positiva y esperanzada.
Lo importante es ver en qué Dios se cree. Siempre hay que recordar lo que advierte el teólogo Torres Queiruga:«Dime cómo es tu Dios, y te diré cómo es tu pecado». Si la persona vive ante un Dios justiciero que clava su mirada escrutadora e implacable sobre nuestro pecado, nada hay con mayor capacidad de culpabilizar, deprimir y destruir. Si, por el contrario, la persona siente sobre sí la mirada de un Dios perdonador, siempre dispuesto a comprender y ayudar, es difícil pensar en algo más sanante, liberador y constructivo.
Estoy convencido de que una de las tareas más urgentes en el cristianismo actual es liberarlo de no pocos malentendidos acumulados a lo largo de los siglos, para captar el verdadero rostro de Dios revelado en Jesucristo como «misericordia absoluta y perdón sin condiciones».
No es fácil, pues la psicología humana proyecta continuamente miedos, resentimientos y angustias oscureciendo su amor infinito al ser humano. Por algo un artículo fundamental del Credo nos llama a «creer en el perdón de los pecados» sin rebajarlo ni deformarlo.
La celebración de la Pasión y Muerte del Señor estos días de Semana Santa nos puede ayudar a ahondar en el amor perdonador de Dios. San Pablo resume su visión de Jesús Crucificado en esta síntesis inolvidable: «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo y no imputando a los hombres sus transgresiones» (2 Corintios 5, 19).

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