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viernes, 30 de diciembre de 2011

JOSÉ ANTONIO PAGOLA:SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA



Meditándolas en su corazón- Lc 2, 16-21

Hemos dejado ya atrás un año más y nos disponemos a comenzar un año nuevo. En estos momentos nace casi espontáneamente en nosotros la reflexión. Tomamos conciencia más lúcida del tiempo, de esa curiosa realidad que vamos gastando sin tomarla demasiado en cuenta.
Son momentos idóneos para realizar un balance del pasado y proyectar también nuestra mirada hacia el porvenir.
Muchas cosas que nos angustiaban y nos parecían casi insuperables ya han pasado. Hoy nos parecen insignificantes y sin importancia. Mirando hacia atrás, los días que fueron duros tienen un aspecto diferente. Ahora nos sentimos más tranquilos y serenos, incluso, ante lo que ahora nos agobia y que también un día pasará.
Al mismo tiempo, sentimos nostalgia. Nada permanece. Con el viejo año se van no sólo las cosas difíciles y duras sino también las hermosas y buenas. Y cuanto más avanza uno en edad tanto mayor es la fuerza con que percibe el paso inexorable del tiempo.
Este año que ha pasado nos deja también sabor agridulce. No hemos sido lo que deseábamos ser. No hemos hecho lo que nos habíamos propuesto. No hemos sido fieles a nosotros mismos. Un año más que se va sin que hayamos crecido en verdad, en generosidad, en amor.
Hoy comenzamos un año nuevo. Dice H. Hesse que «en cada comienzo hay algo maravilloso que nos ayuda a vivir y nos protege».
Qué verdad se encierra en estas palabras cuando uno mira todo comienzo con ojos de fe.
De nuevo se nos ofrece un tiempo lleno de esperanza y de posibilidades intactas. iQué haremos con él!
Las preguntas que podemos hacernos son muchas. Aumentaremos nuestro nivel de vida y nuestro confort quizás, pero, ¿seguirá empequeñeciéndose nuestro corazón? Tendremos tiempo para trabajar, para poseer, para disfrutar, ¿lo tendremos también para crecer como personas?
Este año será semejante a tantos otros. ¿Aprenderemos a distinguir lo esencial de lo accesorio, lo importante de lo accidental y secundario? Tendremos tiempo para nuestras cosas, nuestros amigos, nuestras relaciones sociales. ¿Tendremos tiempo para ser nosotros mismos? ¿Tendremos tiempo para Dios?
Y sin embargo, ese Dios al que arrinconamos día tras día entre tantas ocupaciones y distracciones es el que sostiene nuestro tiempo y puede infundir a nuestra existencia una vida nueva.
 
LA MADREA muchos puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María Madre de Dios. Y sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.
Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hemos empobrecido nuestra fe eliminándola demasiado de nuestra vida.
Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más sólida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas.
Hemos tratado de superar una falsa mariolatría en la que, tal vez, sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella la salvación, el perdón y la redención que, en realidad, hemos de acoger desde su Hijo.
Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura.
Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?
Un abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana sino que la empobrecerá. Probablemente hemos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecernos con su ausencia casi total en nuestras vidas.
María es la Madre de Cristo. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a sí numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su gracia. Hoy María no es sólo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.
Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.

 

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