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viernes, 4 de noviembre de 2011

JOSÉ ANTONIO PAGOLA: SE NOS APAGAN LAS LÁMPARAS


Se nos apagan las lámparas
Mt 25, 1-13

POCO SENSATOS 

Son bastantes las parábolas en que Jesús repite de una manera o de otra el mismo mensaje«Lo mejor que tenéis es la esperanza. No la estropeéis. Mantenedla viva. No apaguéis vuestro anhelo de vida eterna. Esperad con el corazón ardiendo. Sed lúcidos. No hay nada más triste que una persona «acabada» que ha perdido la esperanza en Dios».
Jesús no utiliza un lenguaje moral. Para él, dejar que se apague en nosotros la esperanza no es un pecado, es una insensatez. Las jóvenes de la parábola que dejan que se apague su lámpara antes de que llegue el esposo son «necias» pues no han sabido mantener viva su espera. No se han ocupado de lo más importante que ha de hacer el ser humano: esperar a Dios hasta el final.
No es fácil escuchar hoy este mensaje. Hemos perdido capacidad para vivir algo intensamente de manera duradera. El paso del tiempo lo desgasta todo. Al hombre de nuestros días sólo parece fascinarle lo nuevo, lo actual, el momento presente. No acertamos a vivir algo de manera viva y permanente sin dejarlo languidecer. ¿Cómo mantener viva la esperanza hasta el final?
Nosotros hemos encontrado otra manera más razonable y sensata para vivir con tranquilidad. Somos maestros en hacer toda clase de cálculos y previsiones para no correr riesgos y alejar de nuestra vida la inseguridad. Nos preocupamos de asegurar nuestra salud y garantizar nuestro nivel de vida; planificamos nuestra jubilación y nos organizamos una vejez serena y tranquila. Todo ello está muy bien, pero, no dejamos de ser insensatos si no reconocemos algo que es claro y evidente: todas estas seguridades fabricadas por nosotros son inseguras.
La advertencia evangélica no es irracional o absurda. Jesús invita sencillamente a vivir en el horizonte de la vida eterna, sin engañarnos ingenuamente sobre la caducidad y los límites de esta vida: «¿Qué previsiones hacéis más allá de lo visible y perecedero?, ¿dónde pensáis encontrar seguridad cuando se desmoronen vuestras seguridades?»
Mantener despierta la esperanza significa no contentarse con cualquier cosa, no desesperar del ser humano, no perder nunca el anhelo de «vida eterna» para todos, no dejar de buscar, de creer y de confiar. Aunque no lo sepan, quienes viven así están esperando la venida de Dios.

Envejecer no es una desgracia. Nuestra vida tiene su ritmo y no lo podemos alterar. La verdadera sabiduría consiste en saber aceptarlo sin amargura ni enojos inútiles, tal como Dios lo ha querido para cada uno de nosotros.
Saber caminar en paz, al ritmo de cada edad, disfrutando del encanto y las posibilidades que nos ofrece cada día que vivimos.
En una sencilla parábola, Jesús nos pone en guardia ante un peligro que acecha siempre al ser humano pero que puede acentuarse en los últimos años. El peligro de gastarnos, "quedarnos sin aceite", dejar que el espíritu se apague en nosotros.
Sin duda, la vejez trae consigo limitaciones inevitables. Nuestro cuerpo no nos responde como quisiéramos. Nuestra mente no es tan lúcida como en otros tiempos. El contacto con el mundo que nos rodea puede hacerse más difícil.
Pero nuestro mundo interior puede crecer y ensancharse. Cuando han terminado ya otras preocupaciones y trabajos que nos han tenido tantos años lejos de nosotros mismos, puede ser el momento de encontrarnos por fin con nosotros y con Dios.
Es el momento de dedicarnos a lo realmente importante. Tenemos tiempo para disfrutar de cada cosa por pequeña que nos parezca. Podemos vivir más despacio. Descansar. Hacer balance de las experiencias acumuladas a lo largo de los años.
Tal vez, sólo el anciano puede vivir con verdadera sabiduría, con sensatez y hasta con humor. Él sabe mejor que nadie como funciona la vida, cuánta importancia le damos a cosas que apenas la tienen. Sus años le permiten mirarlo todo con más realismo, con más comprensión y ternura.
Lo importante es no perder la energía interior. Cuando nos quedamos vacíos por dentro, es fácil caer en la amargura, el aburrimiento, el desequilibrio emocional y mental.
Por eso, cuánto bien puede hacerle a la persona avanzada en años el pararse a rezar despacio y sin prisas, con una confianza total en ese Dios que mira nuestra vida y nuestras debilidades con amor y comprensión infinitas. Ese Dios que comprende nuestra soledad y nuestras penas. El Dios que nos espera con los brazos abiertos.
Jesús tenía razón. Hemos de cuidar que no se nos apague por dentro la vida. Si no encontramos la paz y la felicidad dentro de nosotros, no las encontraremos en ninguna parte. Como ha dicho alguien con ingenio, lo importante no es añadir años a nuestra vida sino añadir vida a nuestros años.

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