Cada vez que oigo rezar el Señor mío Jesucristo, me chirrían los oídos de mi fe. Lo expongo por si estoy equivocado. Porque veo que se sigue rezando.
“Creador Padre y Redentor mío” En qué quedamos: ¿Padre o Hijo?
“Me pesa de todo corazón de haberos ofendido” Yo creo que no puedo ofender a Dios. Ofendo sí a mis hermanos o a mí
“Porque podéis castigarme con las penas del infierno” Dios no nos castiga. A lo sumo, somos nosotros los que elegimos no dejarnos querer por Él, pero Él no nos castiga sino que nos ama
Si empezamos así nuestra oración, difícilmente podremos orar al Padre Bueno, misericordioso.
Hay otras oraciones que hacemos en las celebraciones y que merecerían la pena revisarlas.
La de veces que deseamos que El Señor esté con los fieles en la eucaristía (“El Señor esté con vosotros”) y no lo conseguimos porque seguimos insistiendo en lo mismo. Ya lo he comentado alguna vez ¿no podríamos poner en positivo nuestra aclamación al Señor: El Señor está con vosotros-as?
Podría comentar cantidad de oraciones de la Eucaristía, porque las veo como aquello de “orar es levantar a Dios y pedirle mercedes”. Me convence más y me cambia lo de Santa Teresa: “Estar a solas con Dios tratando en amistad, con quien sabemos nos ama”. Al hacerlas en presente me parecen más diálogo con el Padre y dialogar con Él en su Amor.
No necesitamos conquistar a Dios para que nos haga caso y nos resuelva lo que le pedimos. Más bien es compartir con Él y gozar de su presencia salvadora.
Hay multitud de oraciones-rezos que hemos ido elaborando que pretenden conseguir algo de Dios. Dios ya no va a cambiar. Él nos acompaña siempre y nos quiere siempre.
Yo propongo que en lugar de las oraciones que muchas veces hacemos (como por ejemplo el rosario o el Señor mío Jesucristo), oremos y contemplemos esa magnífica oración que lo dice todo y contempla la vida desde la fe: el MAGNÍFICAT “Engrandece mi alma al Señor…” Todo para tratar de amistad con Dios.
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