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ATALAYA NOVIEMBRE DE 2024

jueves, 16 de enero de 2025

LA BELLEZA DEL PESEBRE


col kowalski

 

Hace unos días atrás, los argentinos nos vimos sorprendidos por una puesta en escena, a través de medios digitales, de una parodia del pesebre de Belén. Allí vimos una especie de “sketch” de muy mal gusto y además, de muy mala calidad; grosero e irreverente, ridiculizando todo.

Inmediatamente fue respondido con variadas protestas, algunas provenientes de los propios medios de comunicación y otras, desde el ámbito directamente religioso.

A la luz de estos hechos, creo necesario hacer algunos comentarios. Por un lado está el hecho en sí, claramente repudiable. Sin embargo, como adulto creo que es legítimo preguntarme (y preguntarnos colectivamente, como sociedad): ¿cómo fue que llegamos hasta aquí?

Entre las respuestas que parcialmente podrían dar cuenta de esa pregunta, comparto algunas ideas que le cuadran a la mayoría de las sociedades occidentales.

1. La transgresión.

Esa irreverencia transgresora que mencioné al comienzo, es una variable que viene siendo festejada ampliamente desde hace bastante tiempo. Un día nos damos cuenta que no todo es cómico, ni mucho menos motivo de sorna o de burla. Los símbolos sagrados, por ejemplo, nunca deberían ser motivo de burla por aquellos que no comparten esas creencias. Pero esto, en general, no se enseña. Y algunos creen que en nombre de la transgresión y de lo bizarro, se pueden llevar todo por delante -también lo sagrado-.

2. Libertad de expresión.

Hay otra deformación social que no es menor a la hora de explicar estas cuestiones. Se trata de una mal entendida libertad de expresión. La libertad de expresión es una conquista muy importante de las sociedades democráticas y plurales. Pero no es una libertad absoluta. Esto tampoco se enseña. La libertad de expresión tiene límites, como por ejemplo, el respeto por el otro que piensa distinto. Es un tema complejo que sería largo de desarrollar. Pero tampoco les hemos enseñado a los “millenials” y a los que siguen, el delicado equilibrio entre ser francos y claros, ser frontales, siendo también respetuosos de los demás; en fin, aprender a dialogar (cosa difícil en un mundo que consume vorazmente pantallas y dialoga cada vez menos).

3. El consumismo navideño.

Pero hay otro tema que es mucho más amplio y que a mi modo de ver es clave para poder comprender cómo llegamos a semejante mamarracho. Y es el problema de qué hemos hecho con la Navidad. Cuando la Navidad se aleja del misterio que encierra, que es la infinitud de Dios envuelta en pañales; la Palabra creadora hecha llanto de recién nacido en una cueva en Belén… cuando nos alejamos de esto, empezamos a perder la brújula.

Todos sabemos que esta fecha viene unida al solsticio; en el hemisferio norte, se trata del solsticio de invierno y para muchos pueblos, se trata de la fiesta del renacimiento del sol (como nos pasa en el hemisferio sur a fines de junio). Esta fiesta ancestral, propia de muchos pueblos del hemisferio norte, de alguna manera fue asumida por el cristianismo primitivo. Qué mejor que celebrar en estas fechas el nacimiento de “una gran luz” (Is 9,1); “la luz que brilla en las tinieblas” (Jn 1,5); ese momento y lugar en que “su lámpara es el Cordero; a su luz caminarán las naciones” (Ap 21,23-24).

Lo que nos ha pasado a través de las últimas décadas, es el proceso inverso al anterior: el consumismo desenfrenado -como una idolatría-, ha reconquistado esta fiesta. Ya no hay pesebres; y en los centros de compras -verdaderos santuarios del consumismo capitalista- hay renos, gnomos vestidos de rojo y verde, el infaltable Papá Noel y todo un folklore de regalos, ofertas y fiebre de compras, que nada tiene que ver con los pobres María y José acunando al Niño Dios.

De a poco, la cena navideña familiar se fue transformando en “eventos”, en boliches abiertos y en cuanta cosa haya para consumir más y más.

Concluyendo.

No me parece extraño que después de tanto derrape, finalmente alguno choque.

Esto que sucede alrededor nuestro, edulcorado en un genérico y melifluo “Felices fiestas”, está bastante lejos de la Navidad cristiana. Podríamos hablar más bien de una “Navidad postcristiana”, que no celebra el nacimiento de nadie. Esto desemboca en un vacío cultural, en una ignorancia, que puede dar lugar a escenas bochornosas como las que se vieron en esa puesta en escena para nada memorable.

Para el Jubileo del año 2000, ya hubo quienes propusieron (como una idea disruptiva, tal vez) que la Iglesia trasladara la fecha de la Navidad del Señor al 6 de enero, por ejemplo, dejando el 25 de diciembre librado al consumismo y a los festejos varios de fin de año.

Obviamente, no todo está perdido. Es bueno y es necesario festejar; los seres humanos necesitamos alternar la fiesta con el trabajo y las penurias cotidianas. Y los cristianos necesitamos celebrar ese dichoso día en el que Jesús nació pobremente en Belén. Fue una feliz ocurrencia de san Francisco de Asís, el recrear esa escena del Pesebre, que tanto bien nos hace. Armemos pesebres, regalemos pesebres; volvamos nuestra mirada y nuestro corazón hacia la luminosa belleza del Pesebre de Belén y brindemos por este Dios que no puede dejar de amarnos.

 

Manolo Navarro

jmnavarrofloria@gmail.com

(Neuquén, Argentina)

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