Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.» Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Esto sucedió en Francia después de la II guerra Mundial
Alguien preguntó en una reunión: ¿cuál es la comida de la que guardas un buen recuerdo? Y un hombre se levantó y dijo:
La mejor comida que yo he hecho a lo largo de mi vida fue durante la segunda guerra mundial después de una noche de batalla. Subí a trompicones la colina y allí vi a una mujer de la Cruz Roja con su carrito en un campo lleno de barro. Estaba repartiendo pan y café frío. Cuando me lo dio sonrió.
Después de lo que había sufrido aquella noche, ese momento fue para mi la mejor comida de mi vida.
“El que come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”
La invitación que nos hace Jesús no se refiere aquí al acto físico de comer. (El hombre de la anécdota se sintió más reconfortado por la sonrisa de la enfermera que por la propia comida). Muchos hablarán hoy diciendo que este texto se refiere a la Eucaristía, pero realmente no es así, es un reduccionismo y va mucho más allá.
Jesús nos pide a quienes le escuchamos que nos nutramos interiormente de él, que asimilemos su palabra y su persona. En la cultura judía “carne” significaba “persona”, no la carne física que nos envuelve. Por tanto, lo que nos está diciendo Jesús es que nos alimentemos de su PERSONA, de su forma de pensar, sentir y actuar.
Todos somos caminantes, como nos recuerda Elías en la primera lectura. Ciertamente podemos decidir no caminar o, cansados, decidir quedarnos en algún albergue confortable del camino. Pero si decidimos caminar necesitaremos alimento.
Unos buscan ese alimento en los sacramentos, en la liturgia, en los ritos (son albergues cómodos: es más fácil y cómodo creer en un Dios lejano, al que suplicamos una y otra y otra vez para que nos ayude, que creer en un Dios encarnado en la humanidad, en cada uno, que nos cuestiona y nos compromete a movernos a hacer eso mismo que le pedimos).
Pero Juan nos dice que el PAN es Jesús mismo. Podemos y debemos pensar que el alimento es la propia praxis de Jesús, son sus criterios, sus valores, sus actitudes, su proyecto colosal de una humanidad fraterna
Esto significa que nos alimentamos cuando perdonamos, cuando compadecemos, cuando damos de comer, cuando acompañamos, cuando consolamos, cuando trabajamos por la paz y la justicia.
Todo esto lo recordamos y renovamos cada vez que celebramos la Eucaristía, reforzamos nuestra adhesión a Jesús y nos comprometemos a vivir la vida desde Él.
Pero para ello, como el mismo Jesús, también es necesario que cada día busquemos espacio para la oración, para entrar dentro de nosotros mismos y conectar con la fuente, que es Dios-Abba, que es Jesús mismo, y llenarnos de su amor, su luz, su paz, su coraje=Reino interior, y que luego todo eso rebose hacia fuera, hacia los demás=Reino exterior
Y por supuesto podemos dudar del acierto de esta interpretación, pero tiene a su favor dos factores que podemos calificar de empíricos. Uno nos viene de fuera de nosotros, pues vemos que las personas que han decidido apostar sin reservas por los criterios de Jesús, lo hacen cada día con más fuerza y convicción. Y el segundo factor lo encontramos dentro de nosotros, pues cuando actuamos de este modo notamos que nuestro ánimo se conforta y nos sentimos mejor
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