Por más que se presente como mandato, el amor es uno con la comprensión. Porque, al hablar de amor, no se habla, prioritariamente, de un movimiento sensible, de un sentimiento o una emoción, sino de una certeza: la certeza de la no-separación.
Al amar, vivimos en la verdad de lo que somos, aunque ni siquiera pensemos en ello. De ahí que nos sintamos encajados, unificados, plenos. Si prestamos atención, advertiremos que, hablando con rigor, es el amor quien vive en nosotros, fluyendo hacia los demás y hacia la misma naturaleza. El amor -como la comprensión, como la vida-, sencillamente, es. Lo que sucede, por nuestra parte, es que podemos reconocerlo y vivirnos desde él o, por el contrario, blindarnos en un yo que busca, por encima de todo, su propio interés.
Así como el amor nos plenifica, al desconectar de él, nos sentimos dislocados. Probablemente afanados en sentirnos mejor, buscando compensaciones sustitutorias que otorguen al yo una sensación de control sobre la realidad. Pero todo ello seguirá dejándonos vacíos. Solo el amor -solo la verdad- es plenitud.
El amor, por ser uno con lo que es, no deja nada fuera. Hablamos, con razón, del amor a uno mismo, a los otros, a la naturaleza… Para saber si estamos o no en conexión con él, basta preguntarnos cómo nos sentimos habitualmente: ¿más plenos o más vacíos?
En el mismo sentido, el test que nos permite poner luz en nuestra vivencia puede formularse en forma de pregunta: ¿desde dónde me vivo?, ¿qué busco, aun de manera inconsciente, en lo que hago?
Finalmente, entre los diferentes medios que pueden ayudarnos a reconocernos como amor y a vivirnos desde él, me parece muy importante darnos tiempo para dejárnoslo sentir y, de ese modo, impregnarnos de él. De cara a avanzar en ese objetivo, puede ser útil cualquier práctica psicoafectiva. En mi caso concreto, me ayudó notablemente y me sigue ayudando el dejarme sentir y saborear el amor cierto de una persona querida. En la medida en que le dedico tiempo, noto como algo dentro de mí se ensancha y crece la capacidad de amar. Y al mantenerme en ello, llego a notar que el amor no nace en esa persona de la que lo recibo, sino de la misma Realidad, que es amorosa. Esa persona era un cauce -de valor impagable- del Amor que nos sostiene en todo momento, del Amor que es y somos.
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