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miércoles, 2 de agosto de 2023

SIGUIENDO POR ALEMANIA: ¿PARA QUÉ, TODAVÍA, LA IGLESIA?


col jm vigil

 

Para hablar de la situación religiosa en Alemania, nos acompaña esta vez, desde allí mismo, el doctor Stefan SILBER, profesor de teología dogmática y fundamental en la Universidad de Vechta, que fue durante años misionero laico en Bolivia, muy involucrado en la pastoral y en la docencia teológica en Cochabamba. Con él la palabra:

«Bajo esta pregunta se puede resumir múltiples crisis en Alemania: es una duda que se presenta a nivel individual o personal, comunitario y nacional: ¿Para qué sirve, en una sociedad cada vez más secularizada, la Iglesia, sea católica o protestante? ¿Para qué sirve, en mi vida personal, incluso en mi espiritualidad, ser todavía miembro de una iglesia?

El año pasado, 522.821 personas en Alemania respondieron, más o menos, que “para nada”, y terminaron oficialmente su membrecía en la Iglesia católica. Unos 380.000 miembros de las grandes iglesias evangélicas –luteranas y reformadas– dieron el mismo paso. Fue el número de bajas más alto de la historia. Católicos y protestantes ya no representan la mayoría de la población alemana, y lo que se muestra en las estadísticas es un hecho todavía más notorio a nivel de la sociedad civil: las iglesias ya no son un factor importante en la sociedad y la política alemanas.

La Iglesia Católica en Alemania –voy a limitarme ahora a mi propia comunidad– ha contribuido mucho a desarrollar una imagen negativa de sí misma en los últimos años: de mala gana, los obispos admitieron, desde 2010 más o menos, poco a poco, que no solamente miles de niños y niñas, jóvenes y adultos habían sufrido violencia sexual (y otras) de parte de sacerdotes católicos, sino que además los obispos y las administraciones diocesanas habían hecho todo lo posible para que estos hechos no salieran a la luz ni mucho menos pudieran ser castigados.

Hasta el presente, el arzobispo de Colonia, el cardenal Woelki, gasta un montón de dinero en abogados y comunicadores para desmentir y perseguir judicialmente las acusaciones de encubrimiento en su contra. La Iglesia es identificada, en los medios de comunicación, como una organización criminal, o al menos de encubrimiento.

Otro tema que contribuye al rechazo público que experimenta la Iglesia en Alemania, es la mala administración de sus grandes fortunas. Su riqueza económica tiene causas históricas, pero muchos la relacionan con el sistema del “impuesto para la Iglesia” (Kirchensteuer). En Alemania, este impuesto se descuenta directamente de los ingresos de cada trabajador y empleado que es miembro de una Iglesia; este es el motivo, por el que es posible dejar esta membrecía en una oficina del Estado.

Lo curioso es que mientras en las últimas décadas la membrecía de la Iglesia cayó considerablemente (medio millón de católicos, como ya hemos dicho, en el año 2022), los ingresos por ese impuesto siguen creciendo cada año. Este dinero es administrado (y no pocas veces despilfarrado) por las diócesis, y casi no llega a las comunidades y parroquias, que sufren, desde hace varias décadas, la necesidad de reducir gastos. ¿Para qué seguir pagando el impuesto a la Iglesia?, es la pregunta de muchos al ver los descuentos mensuales de su salario.

Todo ello realmente no presentaría un problema mayor, si la Iglesia pudiera ofrecer una respuesta a la pregunta de para qué sirve. Sin embargo, a nivel local la escasez de sacerdotes lleva a una reducción de actividades pastorales. Aunque la Iglesia alemana cuenta con un gran número de diáconos permanentes, teólogas y teólogos laicos empleados para el servicio pastoral y otro personal calificado, las administraciones diocesanas han reducido consecuentemente el servicio pastoral en las comunidades y parroquias. Todo tiene que ser centralizado en las pocas sedes parroquiales que todavía cuentan con un sacerdote, y no se fomenta el compromiso de las y los fieles que todavía quieren comprometerse a vivir su fe en una comunidad eclesial. Aumentan el clericalismo y la supremacía arrogante de gran parte del clero, con el apoyo de una parte (cada vez menor) del laicado.

En estas circunstancias, el llamado “Camino sinodal” de la Iglesia en Alemania, no ha podido pretender solucionar todos los problemas que se han presentado. Al menos ha dado un paso para mostrar algunas soluciones para la equidad de género, el abuso de poder en la Iglesia y la necesaria transformación de la moral (¡y la teología!) sexual. Puso al desnudo, al mismo tiempo y más o menos involuntariamente, una profunda división en la Iglesia. Fue la primera vez que se hicieron públicos los desacuerdos fundamentales entre algunos obispos. Una minoría muy pequeña de la Iglesia alemana -que tuvo a su disposición los medios de comunicación, pocos obispos alemanes y algunos cardenales de la curia romana-, vociferó fuertemente contra supuestas irregularidades y heterodoxias de la Iglesia en Alemania.

Sin embargo, al público secularizado en Alemania le dejaron indiferente los pocos avances del camino sinodal. En este país, desde 2017 todas las parejas que quieren pueden contraer un matrimonio civil, y si son homosexuales, pueden registrar a sus hijos –propios o adoptivos– como dos padres o dos madres. Desde 2018, las personas no binarias pueden registrarse oficialmente como “diversas”, y las discriminaciones por género son discutidas y repudiadas públicamente. Los pocos avances de la Iglesia, que ni siquiera han llegado a transformarse en estructuras o prácticas nuevas, se consideran como los esfuerzos de algunos rezagados poniéndose finalmente al día.

¿Para qué todavía la Iglesia? Desde la perspectiva del público secular –y en primer lugar de las generaciones menores de 50 años– la Iglesia no contribuye a la sociedad en nada positivo. Los obispos casi ya no se pronuncian públicamente en asuntos políticos, y cuando lo hacen –como en la actual crisis de la guerra en Ucrania– simplemente hacen eco a la postura del gobierno, o siguen repitiendo sus posiciones expiradas hace tiempo.

Es obvio que muchos en la Iglesia confían en los privilegios que su estatus legal da a las Iglesias en Alemania. Por la Constitución alemana y por contratos y leyes del pasado, ella no solamente dispone de los abundantes ingresos del impuesto para la Iglesia. Además, el Estado tiene que pagar directamente los sueldos de obispos y otros altos rangos de las diócesis (los controvertidos “Staatsleistungen”), tiene que garantizar (y pagar por) la enseñanza religiosa (confesional) en las escuelas públicas, proporcionar facultades e institutos teológicos en las universidades, y exime a las Iglesias de grandes partes del régimen tributario.

Encima de esto, paga subsidios a muchas obras sociales, caritativas y de educación de la Iglesia. Como es muy difícil –tanto legal como políticamente– introducir cambios en este complicado sistema de interrelaciones entre Estado e Iglesias, parece muy probable que, en un futuro cercano, lo más estable de las Iglesias serán sus sistemas administrativos y financieros, aunque la vivencia de la fe, las comunidades y hasta las personas individuales desaparezcan.

Pero éstas no desaparecen: se nota que cada vez más las personas y las comunidades empiezan a organizar su vivencia de fe independientemente de las instituciones eclesiales. Hay cada vez más personas que renuncian a su membrecía católica precisamente por motivos de fe, y buscan nuevos lugares y nuevas comunidades para compartirla. Por el momento, éstas son experiencias muy minoritarias, precarias y efímeras. Estas comunidades, sin embargo, tendrán la oportunidad de demostrar para qué sirve, si no la Iglesia, al menos la fe vivida en comunidad: hay comunidades de fe que se comprometen en el rescate y la acogida de migrantes y refugiados, otras trabajan por una nueva conciencia ecológica frente al cambio climático, otras abogan por la no violencia en tiempos de guerra, etc.

Estas comunidades y pequeños movimientos proféticos (o “minorías abrahámicas” como los llamara Dom Hélder Câmara) no son un factor muy representativo de la Iglesia en Alemania, pero tampoco se las puede desestimar. No aparecen en las estadísticas, y muchos de sus integrantes ya no pertenecen a ninguna de las Iglesias. Sin embargo, son ellas las que dan respuesta a la pregunta que intitula este texto: es preciso que transformemos la concepción que tenemos de “la Iglesia”».

 

José María Vigil

Religión Digital

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