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miércoles, 17 de mayo de 2023

A sus Órdenes, mi Capital

 Antonio Zugasti

Redes Cristianas

Hace muchos años, cuando todos los jóvenes teníamos que hacer la mili, nos pasábamos año y medio repitiendo incansablemente: A sus órdenes, mi capitán; a sus órdenes, mi capitán… Cuando por fin llegaba el momento de licenciarse, pensábamos que ya nos habíamos liberado de estar a las órdenes de un superior… pero eso no pasó de ser una dulce ilusión. Puede que no nos diéramos cuenta, pero nos encontrábamos con que seguíamos teniendo un superior: ¡el Capital!, que manda mucho más de lo que mandaba el capitán en la mili.

Eso sí, de una manera muy distinta, mucho más discreta. No hay que pasarse todo el día diciendo: a sus órdenes mi Capital, pero a sus órdenes estamos día y noche, aunque no escuchemos directamente su voz.

En la mili el capitán tenía por encima al comandante y a toda la escala de mandos superiores, el Capital no tiene por encima de él a nadie, manda incluso a los gobiernos, pero no hace gala de su poder, prefiere que nos hagamos la ilusión de que vivimos en unos estados democráticos. Así, cuando la situación económica empeora y hay una crisis, el capital se lava las manos y señala a los gobiernos como responsables. Como los grandes medios de comunicación están en sus manos el mensaje que llega a la sociedad es ese: los gobernantes tienen la culpa porque han impedido el funcionamiento de ¡El Libre Mercado!

Existen gobiernos que ponen cierta resistencia a las órdenes del Capital, y tratan de conseguir algunas mejoras para los ciudadanos del país, mientras que otros se pliegan muy gustosos a esas órdenes, esperando los gobernantes sacar provecho propio de su docilidad. En realidad los ricos siempre han tenido un gran peso en sus países a lo largo de la historia, pero desde hace medio siglo, con la introducción del neoliberalismo y la globalización económica, el Gran Capital vuela libremente como un ave rapaz por todo el mundo, posándose donde encuentra más fácilmente abundante alimento y abandonando el terreno donde no le dejan hartarse a su gusto.

A pesar de esto ningún gobernante reconoce claramente la influencia que el Capital ejerce en su tarea de gobierno, con lo que los ciudadanos de a pie no somos conscientes de hasta qué punto estamos a las órdenes del Capital. Y así nunca podremos llegar a una auténtica democracia. Hay que decir la verdad, porque decir la verdad ya es revolucionario.

También debemos tener en cuenta el pequeño número de personas que se consideran dueñas del Capital, que poseen el Capital. Pero en el fondo eso no es cierto: ellos no poseen el Capital, el Capital los posee a ellos, es su dueño, su dios, le adoran y le sirven con todas sus fuerzas, le entregan su vida y su alma. Y el Capital es un dios terrible, les exige sacrificios humanos: millones de personas son sacrificadas de las formas más variadas, pero siempre en un esfuerzo por engrandecer el Capital. Además el Capital raramente hace felices a sus siervos, les impulsa continuamente a no sentirse satisfechos con lo que tienen, a querer más y más, sin límite. Y además no les libra del temor a perder algo de todo lo que poseen.

Si queremos vivir en un mundo realmente libre y todo lo feliz que permite la condición humana, necesitamos liberarnos de los engaños del Capital, el peor de los cuales es asegurarnos que puede hacer felices a los que lo posean en abundancia. Felices nos hará vivir en la verdad y luchar por una humanidad liberada.

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