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miércoles, 5 de abril de 2023

SEPULCRO, SILENCIO Y VIDA Domingo de Pascua 9 de abril Jn 20, 1-9

col lozano art

 

fe adulta

Ante el sepulcro -el dato frío, doloroso e inexorable de la muerte-, la mente calla. Tal como señala el relato simbólico del cuarto evangelio, la mente lee que nos han “robado” al ser querido y “no sabemos dónde lo han puesto”, ni cuál ha sido su destino.

¿A dónde va la persona que muere? Si no quiere decir tonterías, la mente enmudece. La fe cristiana confiesa que Jesús resucitó de entre los muertos y que esa es la esperanza que nos aguarda a todos. Sin embargo, el Jesús del cuarto evangelio proclama la resurrección en presente: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). Lo cual significa que, ya ahora, somos resurrección y vida.

La realidad a la que apunta la metáfora de la resurrección escapa a las coordenadas espaciotemporales, es decir, no es algo que pueda suceder en el tiempo y en el espacio. Apunta a la vida, la consciencia, la dimensión profunda de lo realmente real, aquella que permanece cuando todo cambia, a la plenitud de presencia que sostiene y constituye todo este mundo de formas cambiantes. En nuestra identidad profunda, somos precisamente esa plenitud de presencia –“resurrección y vida”, en palabras del evangelio- que trasciende el espacio-tiempo, sin principio y sin final.

Lo que sucede es que el yo no se conforma con ello y se apropia de esa esperanza, erigiéndose en sujeto de la misma, hasta decir: “Yo resucitaré”. Sin embargo, lo que llamamos yo es solo una forma transitoria y fugaz. En nuestra ignorancia, soñamos con un yo eterno -al yo le encantaría perpetuarse-, sin advertir que eso es algo en sí mismo contradictorio: ninguna forma puede ser eterna.

Distintas tradiciones sapienciales invitan a aprender a “morir antes de morir”. Saben que, solo en la medida en que morimos a la identificación con el yo, encontramos nuestra verdad profunda. Lo que muere es el yo; lo que vive es la consciencia -la vida- que somos. “Morir antes de morir” significa, por tanto, reconocer que somos vida -tal como decía Jesús- y “hacer el duelo” del yo y de sus expectativas.  

¿Cómo veo el hecho de la muerte? ¿Qué vivo ante ella?

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