fe adulta
Encuentro muy significativo que en el Nuevo Testamento se empleen dos términos en griego para expresar y dar a conocer el significado de la resurrección de Jesús: uno es “levantarse” y otro “despertar”.
El mismo Jesús nos dijo que el Espíritu nos iría diciendo en cada momento de la historia lo que tendríamos que decir, cómo actuar y actualizar su buena noticia de liberación. Los sucesos de nuestro pasado, las personas que han dejado huella en nuestra vida, sus palabras, sus gestos, sus muestras de cariño, su compromiso… nos dicen siempre algo nuevo cuando las recordamos.
Igual nos pasa con Jesús y, en concreto, con su resurrección.
Porque lo importante no es el sepulcro vacío sino todo lo que vivió y por lo que se desvivió: porque él sanaba la vida, iluminaba la vida, liberaba la vida, daba nuevas esperanzas para experimentar en plenitud la vida. Ahí radica el sentido de su resurrección: la muerte no pudo ocultar ni sepultar la vida íntegra y entregada en cada momento por Jesús. Y a eso invitaba a sus discípulos: “He venido para que tengan vida y la tengan en plenitud. Anunciad esta buena noticia a toda criatura”. Quien así vive, ya ha resucitado.
Volvemos al comienzo. Resucitar significa despertar, no continuar con los ojos cerrados a la realidad, es necesario abrirlos al mundo que nos rodea, aunque esté oscuro, a pesar del frío, del dolor y la angustia, de la inseguridad, del miedo y la desesperanza. Manteniendo los ojos abiertos para no cerrarnos a nada, para no quedar aislados en nuestra propia concha. Quien abre los ojos y los mantiene abiertos ya ha empezado a descorrer la losa de su propio sepulcro.
Resucitar también significa levantarse. Es necesario abrir bien los ojos, para mirar con claridad. Pero se puede seguir recostado, impidiendo que esa mirada sea movilizadora. Es necesario un esfuerzo más: hay que levantarse, ponerse en pie, con decisión, sabiendo que después de despertar debemos recomenzar un día más. Poniendo en marcha todos nuestros recursos psicológicos, afectivos, empáticos, resilientes y reconociendo todo lo que poseemos y lo que podemos seguir aprendiendo y adquiriendo para ayudar, recibiendo ayuda a la vez.
Pero queda un paso más, con el mandato de Jesús a Lázaro: “Sal fuera”. Hay que salir del sepulcro, del encierro, la reclusión, el confinamiento. Debemos quitarnos las vendas que nos atan e impiden andar con libertad. Es necesario despertar, levantarnos y salir, para sentirnos de verdad resucitados y ayudar a resucitar a quienes aún malviven, sobreviven, escondidos, aislados, marginados, excluidos en innumerables sepulcros en nuestra sociedad y en nuestro mundo. La resurrección no es un recuerdo de un hecho pasado, sino un acicate permanente, diario, pasando en cada momento de la muerte a la vida. Comprometiéndonos para que quienes se mantienen ocultos en las sepulturas que se imponen o se las imponen, puedan salir a la luz del día, a la claridad esperanzadora de la vida.
Porque solo resucitamos de verdad si resucitamos juntos.
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