fe adulta
Mc 7, 31-37
«Le presentan un sordo que además hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él... Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente».
A los creyentes del siglo XXI, los milagros nos desconciertan e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en muchas ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.
Por una parte, recelamos, porque sabemos que los evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe. Sabemos también que en su época los hechos milagrosos eran muy bien admitidos, y que con ellos se vestía la actividad de los personajes extraordinarios. Y nos preguntamos: ¿Habrán inventado los evangelistas estos relatos, o bien su fama de sanador se remonta al Jesús histórico?
Por otra parte, nuestra mentalidad ilustrada, fruto de la actual cultura cientifista, nos lleva a la conclusión de que no puede haber milagros. Los milagros repugnan a la razón humana, y son meros vestigios de una época en que se atribuía lo desconocido a poderes ocultos o a la misma divinidad. Ninguna persona culta moderna puede aceptar la posibilidad de los milagros...
Basados en este último razonamiento, los milagros fueron rechazados de plano por los grandes filósofos de la ilustración, como Spinoza, Hume y Voltaire. Más tarde —y esta vez con base en argumentos de naturaleza exegética— teólogos recientes de la categoría de Rudolph Bultmann tomaron también postura en contra de los milagros.
John P. Meier hace un estudio pormenorizado de los milagros, y concluye que, aplicando criterios de historicidad, un especialista ateo puede emitir el mismo juicio que un colega creyente, pero añade que tan injustificada es la postura del creyente de dar un paso más atribuyendo el hecho a la acción de Dios, como la del ateo al afirmar que Dios no ha tenido en él parte alguna.
Joachim Jeremias —quizá la voz más autorizada en esta materia— llega a la siguiente conclusión: «Jesús realizó curaciones que fueron asombrosas para sus contemporáneos. Se trata primariamente de la curación de padecimientos psicógenos, pero se trata también de la curación de leprosos, de paralíticos y de ciegos».
Para no cansar, hoy se admite que los evangelios narran hechos de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús arrastraba multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a ellas debió buena parte de su fama. Parece, también, que esta misma fama creó en torno suyo una leyenda que multiplicó sus hechos milagrosos, y que los evangelistas recogieron por igual las tradiciones de hechos sucedidos y las leyendas que nacieron de estos hechos.
Pero quizá lo más importante para nosotros sea el significado de los milagros, y en este punto nos vamos a remitir una vez más a Ruiz de Galarreta: «Jesús cura ante todo porque es compasivo, porque le importa el sufrimiento de la gente. Sus acciones muestran su corazón, y a través de él vemos “los sentimientos de Dios”. Será un aspecto fundamental de nuestra fe: conocer el amor de Dios en el corazón de Jesús».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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