Fe Adulta
Mc 7, 1-8, 14-15, 21-23
«¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de nuestros padres, sino que siempre comen el pan con manos impuras? ... Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí... ”»
Llama la atención la respuesta violenta de Jesús a una pregunta que en principio parece inocua, pero la explicación es que ni los fariseos, ni los letrados ni Jesús están hablando de higiene ni de preceptos, sino del propio concepto de religión. Tampoco se trata de una discusión rabínica, erudita o intranscendente sobre religión, sino que está en juego el fondo mismo de su permanente enfrentamiento.
Los escribas y los fariseos defendían una religión que había producido una sociedad de desiguales; de gente predilecta de Dios y gente rechazada por Él. Que atribuía las desgracias que sufrían los pobres, los enfermos y marginados a sus propios pecados, añadiendo el vilipendio a su desdicha... Y todo ello en nombre de Dios...
El texto de Marcos nos plantea pues dos formas opuestas de entender la religión: la estéril —o perniciosa—, que pone la “ley de Dios” por encima de las personas, y la de Jesús, centrada en las personas... Como decía Ruiz de Galarreta: “El texto de hoy nos está planteando la oposición entre la religión de Jesús y la que mató a Jesús”. Esta dicotomía en la forma de entender la religión se da en todas las épocas y culturas de la historia, y por ello la religión ha dado lugar a lo mejor y a lo peor de la humanidad.
Hoy tenemos tendencia a confundir el concepto “religión” con lo que en realidad son sus perversiones, y de ahí el desprestigio que sufre el término. Y es cierto que existe una “religión” del poder y la opresión, pero existe otra del servicio, y solo esta última merece tal nombre. Vamos a referirnos brevemente a esta religión de verdad.
El fin último del ser humano es la felicidad. Consciente o inconscientemente, la buscamos sin cesar en cada instante de nuestra vida y la esperamos para después de la muerte. Si entendemos la felicidad como plenitud del alma (del ánimo) —y no como simple goce o contento—, llegaremos a la conclusión de que es inalcanzable si nuestra vida carece de un sentido claro y a la altura de nuestra auténtica esencia, y es aquí donde entroncamos con la religión; porque una religión es en realidad un cauce para encontrar en Dios el sentido de la vida.
¿Pero cuál es nuestra esencia?... Quizá lo que mejor defina la esencia de lo humano sea la “humanidad”, es decir, esa facultad de sentir cariño por la gente, de conmovernos con quienes sufren, de sentirnos unidos a ellos, de no permanecer indiferentes e inactivos ante su desgracia... Y si ésa es nuestra esencia, cualquier actitud vital que genere humanidad será portadora de sentido —y por tanto de felicidad—, y cualquiera otra que no lo haga, provocará un vacío imposible de llenar con actividades mundanas o con prácticas religiosas.
Y es significativo, y reconfortante, saber que el núcleo de la religión del servicio que nos propone el evangelio es precisamente la “humanidad”, es decir, lo más íntimo y definitorio de nuestro ser.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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