FE ADULTA
El triskel es un antiguo símbolo celta, que representa la mente el cuerpo y el espíritu en perfecta armonía y equilibrio y también se asocia a la eternidad.
El término procede del griego que significa “tres piernas”; representa como un símbolo geométrico en forma de curva similar a una hélice con tres brazos que se unen en un punto central. Este símbolo de origen celta se asocia con la evolución y el crecimiento.
Está conformado por un círculo exterior que representa al mundo y el infinito, y dentro de este círculo hay tres espirales con giros dobles que forman a su vez tres círculos; estas espirales nacen de un mismo punto.
Este es un símbolo que el cristianismo cogió prestado de esta cultura para representar la Trinidad.
Una sabiduría muy antigua que re-descubrimos en nuestro tiempo y que explica nuestra complejidad y ese misterio infinito que somos; porque en Dios nos movemos y existimos. Dios no es alguien separado de nosotros. Las personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo son nuestra manera de expresar una experiencia de Dios en la historia pero el Misterio siempre sobrepasa lo que las palabras pueden expresar. Dios nos suscita ese deseo profundo de equilibrio, de dinamismo constante, de crecimiento.
En este último tiempo que está siendo tan especial, tan distinto que nos está obligando a mirar, a escuchar a sentir de una forma diferente, esta celebración nos cuestiona nuestra imagen de Dios. No buscamos entender, captar, poder explicar o dar razón… más bien cómo irradiar. Ser y “ser conscientes” de lo que somos para irradiar, para contagiar en todo momento.
Comentando con alguno de vosotros estos días pasados decíamos: Y ahora que ya podemos salir, vernos con la familia, los amigos, volver al trabajo… ¿qué? ¿Qué puedo hacer...?
Irradiar la luz, el equilibrio, la paz y la serenidad de estar en camino; ser parte de esa espiral abierta que se comunica con las otras y que partiendo de un mismo eje se deja guiar y conducir. ¿Cómo? En actitud de escucha en la oración y en diálogo con los demás.
La escucha nos ensancha por dentro; nos devuelve la ilusión y la energía, nos llena de iniciativa en el amor en la entrega en el don de nosotrxs mismxs. Nos transforma y nos empodera para ir más allá de lo que nos sentimos capaces de realizar; estamos en constante evolución y crecimiento.
Por eso esta fiesta que celebramos hoy no es un “misterio incomprensible” para nuestra mente sobre Dios uno y trino; es una celebración de nuestra capacidad infinita de ser comunión en la diversidad, de vivir rodeados de un amor que no tiene límites y de participar en este momento de la historia de esa identidad de hij@ que nos hace hermanxs de todxs y de todo.
Carmen Notario, sfcc
espiritualidadintegradoracristiana.es
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