Redes Cristianas
Por eso no podemos dejar de asistir azorados al recrudecimiento de otra pandemia: la «pandemia moral» de quienes parecen empeñados en «poner palos en las ruedas» e impedir que los seres humanos podamos unirnos para enfrentar una crisis que, de una u otra manera, nos afecta a todos. Intereses políticos, intereses económicos, intereses de poder que tratan de sacar tajada de la desgracia de todas y todos a costa del bien común. Nuestra Patria no es la excepción, ni lo somos quienes habitamos este bendito suelo.
Por el contrario, en estas semanas en las que la curva de contagios ha aumentado notoriamente, asistimos al recrudecimiento de un carnaval de inmoralidad que se manifiesta en falsas noticias, «conspiracionismos» varios que pretenden disfrazarse de ciencia, oposición a cualquier medida que tomen las autoridades elegidas por el voto del pueblo, oposición por oposición, en definitiva.
Empresas prestadoras de servicios, hoy indispensables, aumentan sus tarifas más allá de lo permitido, «por si pasa». Una pequeñísima pero poderosa minoría cartelizada ―los «dueños de la tierra» que se autodenominan «el campo»― se niega a ceder una mínima ganancia (que no pueden llamar pérdida), aún poniendo en peligro el derecho a una alimentación digna de todos y en especial de los más vulnerados por esta crisis, extorsionando a la sociedad entera con la amenaza de un lockout convocado para la semana que entra por el solo hecho de que se les pide que por dos meses contengan su avaricia..
Podríamos enumerar más carrozas de este carnaval inmoral. Como cristianos, nos asusta y nos avergüenza que muchos de los que lo conducen digan profesar nuestra fe. Evidentemente no creemos en el mismo Cristo en quien dicen creer. Acabamos de celebrar la memoria de Aquél que siendo rico, se hizo pobre por nosotros, de Aquél que «se vació de si mismo asumiendo la condición de siervo» (Flp 2,7), el que nació en un humilde pesebre para ser, desde ese pesebre, Luz de las Naciones. No podemos dejar de intentar un llamado a la solidaridad, no podemos dejar de creer que pueden convertirse al Evangelio del Nazareno. O, por lo menos, que recuperen la sensatez y la responsabilidad social. Y no podemos sino llamar a todos y todas a no dejarse engañar por la maldad.
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