Carlos F. Barberá
Pertenezco a una generación que tuvo noticias del marxismo y sus promesas pero pudo conocer también los millones de víctimas que en su nombre sufrieron en la Unión Soviética, en China, en Camboya. Leímos con entusiasmo a Teilhard de Chardin para ver como su estrella iba declinando poco a poco. Celebramos el final de la Unión Soviética y el nacimiento de varias democracias para asistir más tarde, impotentes, al asesinato de todos los oponentes al régimen de Rusia.
Nos entusiasmó la revolución sandinista en Nicaragua y después fuimos viendo cómo desaparecían sus héroes para que el poder acabase en manos de uno de ellos, reconvertido en un dictador cutre pero astuto. Pusimos esperanzas en la revolución de Chaves y acabamos teniendo que ayudar personalmente a algunos de los cinco millones de venezolanos que han tenido que abandonar su país. Nos pareció una señal positiva la primavera de Africa pero tuvimos que asistir a la respuesta de un dictador salvaje –apoyado por otros- destruyendo un país y masacrando a millones de personas. Disfrutamos de la llegada de Internet y de la comunicación global para ver a la vez cómo servía a las fake news que colaboraban a colocar a Trump en el presidencia de Estados Unidos. Todo esto sin citar a los neonazis, a los franquistas irredentos, a los judíos que gobiernen Israel, a las mafias que proliferan y prosperan con el sufrimiento de tantos .
Dan ganas de poner a la entrada de los paritorios la divisa de Dante en la puerta del infierno: Lasciate ogni speranza voi ch´intrate.
Como cada uno tiene sus vicios, he dedicado este tiempo de movilidad restringida a leer teología y, entre otros textos, uno de Metz, el teólogo fallecido no hace tanto. En él se defendía que la aportación del cristianismo ha sido su mensaje escatológíco. La predicación de Jesús se centró en una promesa de “unos cielos nuevos y una tierra nueva”, de una existencia en que no habrá ya “ni luto ni llanto ni muerte ni dolor”.
Pienso si no será ésta una promesa para viejos, porque los jóvenes están más bien en el “comamos y bebamos” de san Pablo, precisamente porque “mañana moriremos”. Hay que añadir sin embargo que, si únicamente se tratase de la promesa de un mundo futuro podría fácilmente ser vista como un mito, una invención para consolarse de tener que morir. Como muy bien lo formuló Mounier, podría ser sólo “la espera morbosa para calafatear con nuestros sueños las frustraciones de hoy”.
No, la tierra nueva está ya presente. El Espíritu que se ha derramado en nuestros corazones nos empuja a la fraternidad, a la justicia, a la atención a los débiles. Como decía el autor citado, “es la esperanza una virtud presente, una sonrisa en las lágrimas, una brecha en la angustia, es la confianza de la fe “. Se trata de aprender a verlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario