Cogito, ergo sum (René Descartes)
30 de agosto. DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO
Mt 16, 21-27
Piensas como los hombres, no como Dios (v23)
Existe una censura descriptiva, y un nuevo comienzo: se inicia el camino hasta la pasión y muerte, un primer anuncio que desvanece cualquier duda sobre qué clase de Mesías es Jesús.
Anuncia sin equívocos que puede sufrir y morir: consecuencia de su mesianismo, de acuerdo con el plan del Padre.
Pedro, que poco antes había confesado su fe en Jesús, ahora rechaza la posibilidad del sufrimiento y muerte del Mesías, a lo que Jesús reacciona violentamente llamándole Satanás, porque se comporta como una piedra de tropiezo, ya que no está dispuesto a asumir la voluntad de Dios.
Como la gente que sigue a Jesús, Pedro no espera un siervo sufriente, como dice Isaías, 42. 1: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo”, sino un Mesías triunfante, de modo que la respuesta tajante de Jesús echa por tierra todas estas pretensiones que no se ajustan a lo qué había obrado durante su misión.
Al anuncio de la pasión sigue el premio y la recompensa del discipulado. Y así como antes los discípulos habían participado del poder de Jesús, ahora tendrán que correr la misma suerte que el Maestro: las sentencias sobre la necesidad de cargar con la cruz y entregar la vida lo ponen de relieve.
Serle totalmente fiel implica grandes dificultades y hasta persecuciones, así como la circunstancia de aceptar incondicionalmente el discipulado cristiano, con todas las implicaciones que acarrea, pues no podemos olvidar que somos los seguidores de un hombre que ha sido ajusticiado en una cruz.
Durante mucho tiempo, ciertas corrientes ascéticas han entendido la negación de sí mismos como una especie de combate contra los deseos de las personas, lo que incuestionablemente es incierto.
Dicha negación debe leerse en la clave iluminadora de la cruz, de la que cuando Jesús habla de ella, se está refiriendo a una dimensión mucho más solidaria y redentora, pues se trata de la cruz de la injusticia, de la exclusión y la miseria que los sistemas sociales de siempre imponían a los más débiles.
Pertenecemos a la familia de Jesús, quien, por boca de Mateo, alude a los sufrimientos y contradicciones por las que estaban pasando sus comunidades, signo de lo que ocurrirá a todo cristiano comprometido con el Evangelio.
El filósofo francés René Descartes dijo: “Pienso, luego existo”; pensaba demasiado, y quizás precisamente por eso murió a los 53 años de una neumonía.
Y en cambio pensaba casi tanto como el Pensador de Rodin, que estaba siempre pensando, sentado sobre una roca.
“Piensas como los hombres”, le dijo Jesús a Pedro. Cosa de la que yo dudo mucho, porque este hijo del trueno tronaba en cuanto caía el rayo.
Quiero terminar con estos versos de Ramón López Velarde, que nos introducen en un mar de pensamientos:
Y PENSAR QUE PUDIMOS
Y pensar que extraviamos
la senda milagrosa
en que se hubiera abierto
nuestra ilusión, como una perenne rosa.
Y pensar que pudimos
enlazar nuestras manos
y apurar en un beso
la comunión de fértiles veranos.
Y pensar que pudimos
en una onda secreta
de embriaguez, deslizarnos,
valsando un vals sin fin, por el planeta...
Y pensar que pudimos,
al rendir la jornada,
desde la sosegada
sombra de tu portal y en una suave
conjunción de existencias,
ver las cintilaciones del zodíaco
sobre la sombra de nuestras conciencias
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