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lunes, 10 de agosto de 2020

Dentro de un infierno, algo del paraiso no se perdió

 Leonardo Boff 

BoffSi miramos los escenarios mundiales, tenemos la impresión de que la dimensión de sombra, el impulso de muerte y la parte demente se han apoderado de las mentes y los corazones de muchas personas. Particularmente en nuestro país se ha creado hasta un “gabinete del odio” donde grupos malvados maquinan maldades, calumnias, distorsiones y todo tipo de perversidades contra sus adversarios políticos, convertidos en enemigos que deben ser liquidados si no físicamente, por lo menos simbólicamente.

Se han abierto varias ventanas del infierno y sus llamas incineran celebridades, alimentan las fake news y destrozan partes del Estado Democrático de Derecho. En su lugar introdujeron un Estado sin ley y posdemocrático y, en el caso do Brasil, han puesto a la cabeza a un jefe de Estado demente, cruel y sin compasión.

Algunos historiadores aseguran que en la historia de una nación o de un pueblo hay momentos en que lo dia-bólico (lo que divide) inunda la conciencia colectiva. Trata de ahogar lo sim-bólico (lo que une) en el intento de hacer retroceder toda la historia a los tiempos sombríos ya superados por la civilización. Entonces surgen ideologías de exclusión, mecanismos de odio, conflictos y genocidios de etnias enteras. Conocemos la Shoah, fruto del infierno creado por el nazifascimo de exterminio en masa de judíos y de otros.

En América Latina, por la invasión/ocupación de los europeos, ocurrió tal vez el mayor genocidio de la historia. En Méjico, en 1519 a la llegada de Hernán Cortés vivían 22 millones de aztecas; 70 años después quedaban solamente 1,2 millones. Fueron católicos anticristianos los que perpetraron exterminios en masa. Los gritos de las víctimas claman al cielo contra la “Destrucción de las Indias” (Las Casas) y tienen el derecho de clamar hasta el juicio final.

Nunca se vio ningún acto de reconocimiento de este genocidio por parte de las potencias colonialistas ni se dispusieron a hacer la más mínima compensación a los supervivientes de estas masacres. Son demasiados inhumanos y arrogantes.

Pero dentro de este infierno dantesco hay algo del paraíso que nunca se perdió y que constituye la permanente saudade del ser humano: saudade de la situación paradisíaca en la cual todo se armoniza, el ser humano trata humanamente a otro ser humano, se siente hermanado con la naturaleza e hijo e hija de las estrellas, como dicen tantos indígenas. En tiempos malos como nuestro tiempo, vale la pena resucitar ese sueño que duerme en la profundidad de nuestro ser. Él nos permite proyectar otro tipo de mundo en el que, más allá de las diferencias, todos se reconocen como hermanos y hermanas. Y se ayudan entre sí.

Voy a narrar un hecho real que muestra cómo surge ese pedazo de paraíso, que existe todavía entre nosotros, allí donde la enemistad y la violencia son diarias. No es una historia inventada sino real, recogida por un periodista español en El País del 7 de junio de 2001. Ocurrió ayer, pero su espíritu vale para hoy.

Mazen Julani era un farmacéutico palestino de 32 años, padre de tres hijos, que vivía en la parte árabe de Jerusalén. El día 5 de junio de 2001 cuando estaba tomando café con sus amigos en un bar, fue víctima del disparo fatal de un colono judío. Era la venganza contra el grupo palestino Hamás que cuarenta y cinco minutos antes había matado a muchas personas en una discoteca de Tel Aviv mediante un atentado perpetrado por un hombre-bomba. El proyectil entró por el cuello de Mazen y le destrozó el cerebro. Llevado inmediatamente al hospital israelí Hadassa llegó ya muerto.

Pero he aquí que la parte adormecida del paraíso en nosotros se despertó. El clan de los Julani decidió allí mismo en los corredores del hospital, donar todos los órganos del hijo muerto: el corazón, el hígado, los riñones y el páncreas para trasplantes a enfermos judíos. El jefe del clan aclaró en nombre de todos que este gesto no tenía ninguna connotación política. Era un gesto estrictamente humanitario.

Segundo la religión musulmana, decía, todos formamos una única familia humana y somos todos iguales, israelíes y palestinos. No importa a quien van a ser trasplantados los órganos, lo esencial es que ayuden a salvar vidas. Por eso, concluía, los órganos serán destinados a nuestros vecinos israelíes.

En efecto, se hizo un trasplante. En el israelí Yigal Cohen late ahora un corazón palestino, el de Mazen Julani.

A la mujer de Mazen le fue difícil explicar a su hija de cuatro años la muerte de su padre. Solo le dijo que el padre se había ido de viaje muy lejos y que al volver le traería un bonito regalo. A los que estaban cerca les susurró con los ojos bañados en lágrimas: dentro de algún tiempo yo y mis hijos iremos a visitar a Ygal Cohen en la parte israelí de Jerusalén. Él vive con el corazón de mi marido y padre de mis hijos. Será un gran consuelo para nosotros acercar el oído al pecho de Ygal y escuchar el corazón de aquel que tanto nos amó y que, en cierta forma, aún está latiendo por nosotros.

Este gesto generoso demuestra que el paraíso no está totalmente perdido. En medio de un ambiente altamente tenso y cargado de odios, surgió un Jardín del Edén, de vida y de reconciliación. La convicción de que todos somos miembros de la misma familia humana alimenta actitudes de perdón y de solidaridad incondicional. En el fondo, aquí irrumpió el amor que da sentido a la vida y que mueve, según Dante Alighieri en la Divina Comedia, el cielo y todas las estrellas. Y yo diría, también el corazón de la esposa de Mazen Julani y el nuestro.

Tales actitudes nos hacen creer que el odio reinante en Brasil y en el mundo, las fake news y las difamaciones no tendrán futuro. Son la cizaña que no será recogida como trigo en el granero de los hombres ni en el de Dios.

Ese tsunami de odio y su mayor promotor que desgobierna nuestro país descubrirá, un día que sólo Dios sabe, las lágrimas, los lamentos y el luto que provocó en miles de sus compatriotas, que por su falta de amor y de cuidado a los afectados de la Covid-19 perdieron a quien tanto amaban. Ojalá en ellos no esté totalmente perdida la parcela del Jardín del Edén.

*Leonardo Boff es ecoteólogo, escritor y ha escrito “O doloroso parto da Mãe Terra: uma nova etapa da Terra e da Humanidade”, que será publicado por la editorial Vozes en 2020.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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