Redes Cristianas
Luis Van de Velde- Comunidades Eclesiales de base
Orientación publica el 17 de febrero de 1979 un texto de Monseñor Romero escrito durante la conferencia episcopal de Puebla. Vuelve a mencionar “la oración” como “la fisionomía que hace más hermosa y eficaz a una comunidad cristiana.”
Monseñor agradece a Dios porque “ya se están construyendo allí en la arquidiócesis esas comunidades vivas, que como “luces del mundo y sal de la tierra” desea Puebla para la Evangelización de América Latina en el futuro.”
Cada cristiano/a, cada animador/a de comunidad, cada pastor, cada sacerdote, cada religioso/a, cada obispo tendrá que ponerse frente al espejo del Evangelio y preguntarse si con nuestras acciones y palabras, con nuestras actitudes y nuestro callar estamos siendo luz, sal y fermento del Reino en nuestro pueblo. Siempre tendremos que combatir la tentación de preocuparnos mucho más por lo interior de la comunidad eclesial.
Cuando Monseñor habla de “comunidades vivas” entendemos que se refiere a la misión que realizan en el pueblo, siendo profetas del Evangelio. No basta contar con un ambiente de amistad muy agradable. No basta ser una comunidad orante y celebrante. No basta manejar bien las cosas materiales y los fondos. No basta hacer memorias de las y los mártires, o de la canonización de Monseñor Romero. Para ser comunidad viva tenemos que estar metido en el barro de la sociedad y dar testimonio de transformación en actitudes y acciones concretas. Ser luz, sal y fermento es una dimensión fundamental de la misión que Jesús nos ha dado. Todo lo demás puede ser apoyo y motivación para esa misión jesuánica.
En su nota Monseñor se refiere también a “agentes de pastoral, sacerdotes, religiosos/as y laicos/as que con el corazón muy entregado a Dios se entregan sin tregua y sin cansancio al servicio generoso del Evangelio y de nuestro pueblo.” Las comunidades vivas y esta experiencia de entrega de los/as agentes de pastoral van a la mano. Monseñor sabe que en su diócesis hay además de sacerdotes y religiosos/as una gran cantidad de agentes de pastoral laicos/as, catequistas, animadores/as de comunidades eclesiales de base.
Y se alegra mucho con tanta entrega. Su apreciación es a la vez, hoy 41 años después de Puebla, un tremendo desafío para cada agente de pastoral. Monseñor habla de “el corazón muy entregado a Dios” y una vida de entrega “sin tregua y sin cansancio al servicio generoso del Evangelio y de nuestro pueblo.” Ambas entregas están unidas y son inseparables. No hay entrega a Dios sin entrega al Evangelio y al pueblo, y al revés: no hay entrega al Evangelio y al pueblo sin entrega a Dios. La oración sincera y humilde, escuchando a Dios, motivará para vivir la entrega a Dios y la entrega al evangelio y al pueblo. Nos llama la atención como Monseñor define esa entrega de agentes de pastoral: sin tregua, sin cansancio, en un servicio generoso. Tres conceptos que hablan de la radicalidad de la respuesta a nuestra vocación.
El otro día oí a un sacerdote decir, que después de varios años de entrega al Evangelio y al Pueblo en su parroquia había llegado a una situación bastante tranquila, cómoda. En su parroquia había mucha colaboración de laicos/as. Todo funcionaba bien. Se enfrentaba con la tentación de acostarse en la hamaca y a descansar. Lo contó porque había oído la voz de Dios que nos pide una entrega sin tregua, sin cansancio y de servicio generoso. Se alegró cuando fue nombrado en otra parroquia, con grandísimos desafíos.
Comunidades vivas y agentes de pastoral que, animados en la oración, se entregan a la causa del Evangelio, que es la causa de las y los pobres en nuestro pueblo. Así era la arquidiócesis de Monseñor Romero. Hoy sus palabras nos desafían. Quienes se arriesgan al Evangelio serán perseguidos, calumniados, amenazados, asesinados. Lo hemos vivido y lo recordamos en las celebraciones memoriales de las y los mártires. Si hoy, nuestra Iglesia, a todos sus niveles, no es perseguida, debemos estar preocupados.
Monseñor Romero termina su texto desde Puebla diciendo: “quiero recordarle a la querida diócesis perseguida, la alegría de sufrir y de perdonar y de estar muy encima de las bajezas y de la maldad: no devolvamos mal por mal, sino que tratemos el mal con el bien. Que Dios los bendiga.” Frente a estructuras económicas, sociales, políticas que no promueven la vida, sino parecen más bien estructuras de muerte, la Iglesia no puede callarse y no puede no hacer nada. Comunidades vivas y agentes de pastoral entregados sin tregua y sin cansancio, debemos tener el valor de estar sobre la barricada, de meternos en el barro y de ser señales de esperanza. (15 de enero de 2020)
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