José María Castillo
Ahora parece que va en serio. Cuando está acabando el año 2019, casi todos los ciudadanos, en España, tenemos la impresión de que pronto, dentro de unos días, habrá nuevos y estables gobernantes en este país. No es posible saber por cuanto tiempo. Lo normal sería que el nuevo gobierno dure cuatro años. En todo caso – y dure lo que dure – me permito presentar en público estas breves reflexiones, por si sirven para algo.
Señores gobernantes, sean ustedes quienes sean, no les voy a decir lo que dice todo el mundo: que cumplan las leyes, que cuiden el clima, la economía, la salud, la educación, la mejora de los sueldos y pensiones, los derechos de las mujeres, la seguridad de los ciudadanos, etc., etc. Todo esto se lo van a decir los de la oposición, en las Cortes, los periodistas, en los medios… Y así sucesivamente. Esto es seguro. Además, estas cosas las saben ya ustedes, sean quienes sean. ¿Para qué voy a repetir lo que se ha dicho, se dice y se dirá mil veces? No. Lo que a mí me interesa destacar aquí es otra cosa.
Voy derecho a lo que importa. El conocido filósofo Juan José Sánchez, en la Introducción al Anhelo de justicia, de Max Horkheimer, ha tenido el acierto de recordar la famosa afirmación de Inmanuel Kant, en la que dice: “La praxis ha de ser tal que no se pueda pensar que no existe un más allá”. Si yo he entendido acertadamente lo que Kant quiso decir, en esta frase famosa, lo que en ella se afirma es que la forma de vivir ha de ser tal que humanamente no tenga explicación. Es decir – viniendo al tema que interesa aquí – lo que yo me atrevo a pedir a nuestros futuros e inminentes políticos es que gestionen sus cargos de manera que no quede más remedio que decir: esta honradez, esta honestidad, esta transparencia, esta generosidad, esta incansable búsqueda de lo que más conviene a los que más lo necesitan, todo esto, en estos políticos que están siempre donde tienen que estar y como tienen que actuar, es sencillamente inexplicable.
Tanta humanidad, para gobernar una sociedad y un país en el que la deshumanización se palpa y se soporta a costa de tanto sufrimiento, nos está gritando a todos que la política, más que acierto, astucia, saber y firmeza, es sobre todo “bondad” y “ejemplaridad”. O sea, un país gobernado de manera que lo determinante no sea la “astucia política”, sino la “honestidad ética”. ¿Por qué nuestros políticos no intentan este nuevo criterio y este camino? ¿No será esto, a fin de cuentas, lo que más necesitamos todos?.
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