Ramón Echeverría
“Al perro flaco todo se le vuelven pulgas”. Así ha sido en estas últimas semanas para Jacob Zuma, presidente de Sudáfrica entre 2009 y 2018. Tras apelar en varias ocasiones para que su caso fuera sobreseído, la Corte Suprema sudafricana falló el 11 de octubre que Zuma debe ser juzgado por 16 cargos de fraude, crimen organizado y blanqueo de dinero. Las acusaciones están relacionadas con la compra de armamento por parte del gobierno sudafricano en 1999 por un valor de R30.000 millones. Según investigadores británicos y alemanes, varios miembros del ANC habrían recibido unos R1.000 millones en comisiones. Jacob Zuma era vicepresidente de la ANC en 1997, cuando Thabo Mbeki (vicepresidente entonces de Sudáfrica) abrió las licitaciones para la compra de armamento, y fue a su vez nombrado vicepresidente de Sudáfrica cuando Mbeki sucedió a Mandela en junio de 1999. Los contratos de compra se firmaron seis meses más tarde. En la acusación contra Jacob Zuma está incluido el grupo francés Thel (bajo el nombre de Thomson-CSF hasta el año 2000) que, naturalmente, defiende que “siempre ha respetado la ley y tiene una política de tolerancia cero contra la corrupción”. (Para la crónica: en 2005 Mbeki hizo dimitir a Zuma que ya estaba acusado por corrupción. En 2007 Zuma venció a Mbeki en la elección a la presidencia del ANC. Y en septiembre de 2008 Mbeki tuvo que dimitir como presidente sudafricano después de que el comité ejecutivo del ANC declarara que Mbeki ya no estaba capacitado para dirigir el país).
La acusación de blanqueo de dinero se refiere a 783 pagos, por un total de más de un millón de rands que Zuma recibió de su antiguo asesor financiero, condenado como estafador, Schabir Shaik. Está además su conexión con los hermanos Gupta, por la que el ANC le obligó a dimitir el año pasado. Este 7 de noviembre el Tesoro estadounidense sancionó a los Gupta por considerarlos “una importante red de corrupción”. Al día siguiente también lo hizo un tribunal sudafricano. Por si no bastara, el Alto Tribunal de Durban condenó en julio a Zuma por un tweet en el que llamaba “agente enemigo”, equivalente en el contexto sudafricano a “agente del apartheid”, a Derek Hanekom, conocido y admirado sudafricano blanco, antiguo miembro del ANC, acusado de alta traición y encarcelado durante el apartheid, ministro después con Mandela y los presidentes que le han seguido. La semana pasada el tribunal de Pietermaritzburg no aceptó la excusa de Zuma de que lo de “agente enemigo” era sólo porque, como miembro del comité del ANC, Hanekom había pedido la dimisión de Zuma. También el gobierno de Cyril Ramaphosa lanzó en agosto del pasado año una investigación judicial sobre un posible “State Capture” (saqueo sistemático de las arcas del estado) por parte de Zuma. Éste habría debido presentarse la semana pasada ante la comisión de investigación, pero no lo hizo, alegando motivos de salud. Aunque no se ha mencionado la enfermedad, el acosado expresidente ingresó el pasado día 8 en un hospital de Durban.
Sin duda los lectores de Fundación Sur conocen las grandes líneas de lo que acabo de escribir. He querido recordarlo para poner en su contexto algo que me ha llamado la atención: aunque presuma de su riqueza, en la que ve la mano de Dios, y trate de “complot de sus enemigos” las fundadas acusaciones contra él, Jacob Zuma es un héroe para numerosos grupos neopentecostales sudafricanos. Hay quienes lo comparan con Jesús, acusado por “defender a los pobres y luchar contra la agenda capitalista occidental”. Denunciado por su propio partido, el ANC, y sabiendo que iba a ser derrotado en una moción de censura, Jacob Zuma dimitió el 14 de febrero de 2018. Enseguida los neopentecostales anunciaron que seguirían defendiéndolo. El 4 de junio Bishop Vusi Dube explicó a la African News Agency, que su Iglesia, Thekwini Community Church International, junto con las otras iglesias miembros de la National Interfaith Churches of South Africa, se manifestarían cada vez que Zuma fuera llevado ante los tribunales. Así lo han hecho con vigilias de oración, comparando a veces los sufrimientos de Zuma a la crucifixión de Jesús. ¿Cómo explicar ese apoyo?
Con muchas variantes y poco definido académicamente, el neopentecostalismo actual, que concibe el mundo como un lugar en el que luchan Dios y el Demonio, está muy comprometido en lo político. Se trata sin embargo de un “cristianismo domesticado” (expresión de Paul Gifford del SOAS de Londres). No intenta cambiar las estructuras de la sociedad, sino propulsar al máximo el “evangelio de la prosperidad”. Según éste, la muerte de Jesús nos trae la liberación, no sólo espiritual sino también de la enfermedad y de la pobreza. Es una liberación que se mantiene gracias a la intensidad de la oración, al ayuno y a un pensamiento positivo que cree que la liberación ya ha tenido lugar. La riqueza es una bendición de Dios que refleja la abundancia de nuestra fe en él. La pobreza es en primer lugar un mal espiritual que hay que combatir confesando nuestra fe y nuestro pecado. Que el evangelio de la prosperidad funciona lo prueban las numerosas personas ricas amigas de Dios que aparecen en el Antiguo Testamento. Y en nuestros días ese evangelio se manifiesta en la ostentosa y llamativa apariencia de sus líderes y lugares de culto.
Muy presente en América Latina, el evangelio de la prosperidad se está expandiendo también en África. Una encuesta del Pew Forum de 2006 indicaba que ya entonces el 30% de los sudafricanos que viven en ciudades eran miembros de alguna iglesia neopentecostal. El 5 de mayo de 2007 el obispo Ben Mthethwa, de la “Full Gospel Community Church in Ntuzuma”, Durban, declaró a Jacob Zuma pastor honorario de su Iglesia. Zuma negó que su función en Ntuzuma formara parte de una campaña política. “Esta ordenación simboliza la colaboración entre la iglesia y los políticos. En cierto sentido esto es para que con mi trabajo como líder colabore en dirigir al pueblo”. “Extraño y sorprendente, nunca habría ocurrido en una iglesia anglicana”, fue el comentario de Rubin Philip, obispo en la Iglesia Anglicana. Las iglesias históricas nunca se han sentido a gusto con la religiosidad politizada de Jacob Zuma. No así las nuevas iglesias neopentecostales que, a pesar de los escándalos y las acusaciones, han seguido ofreciendo a Zuma sus púlpitos y sus plataformas políticas.
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