Hace años, bastantes… pero ¿qué importa el tiempo para lo que quiero contar? Siendo una joven estudiante, asistía asiduamente al catecumenado de jóvenes de mi parroquia. Lo llevaba un cura de esos que por muchos que años que pasen, no se olvidan; esos que dejan pistas gravadas a fuego, que fijo era el fuego del Espíritu Santo, porque siguen dentro en perfecto estado.
Se llamaba Francisco Caballero, y coloquialmente Paco o D. Paco. Eran catecumenados a los que asistíamos, cada viernes por la tarde-noche, más de cien jóvenes, animados por los entonces nuevos vientos de Concilio Vaticano II.
En una de esas reuniones escuché algo que me llegó profundo, era de un tal Teilhard de Chardin y hablaba de “La Misa sobre el Mundo”. Debí tomar nota al voleo e imagino que no se ajustaría exactamente al apellido del mencionado autor. D. Paco se explayó intensa y espiritualmente sobre el concepto la misa sobre el mundo, y a mí me lo dejó prendido para siempre.
Unos días después, muy resuelta, me fui a la librería San Pablo y le di el papel donde tome nota de los datos. Salí con el único libro del autor que tenían, titulado “El medio divino”. En cuanto llegué a casa, ansiosamente, me puse a buscar algo que tratara de la misa sobre el mundo. Nada.
Atravesé página tras página en lectura diagonal. Nada. Eso sí, concluí: “Esto no hay quien se lo lea… teología pura y dura”. Lo subí a la estantería, y resistió dos mudanzas.
Pero el concepto enigmático de la misa sobre el mundo quedó sembrado acompañándome en tantas misas: unas vivas y musicales, recién adaptadas a las nuevas libertades de la liturgia. Otras no tanto, farragosas liturgias que despistaban de la esencia.
Imaginaba la misa sobre el mundo, en espacio abierto, en maravillosos paisajes de montaña donde una gran piedra delante de mí sería el altar para celebrar la Eucaristía frente a los valles y montes que contemplarían mis ojos bajo el cielo. También en lo alto de un vertical acantilado ante una espectacular puesta de sol… la misa sobre el mundo, ara de ofrenda y alabanza, Eucaristía ante la inmensidad del océano.
Ambos paisajes de extendía sin fronteras, conteniendo las gentes del mundo, las alegrías, el sufrimiento, la bondad, los errores, los deseos, la oración, el silencio, el trabajo, la creatividad, la dicha y la desdicha, todo lo que acompañan a la humanidad desde el instante primero; todo lo que vive en la naturaleza: árboles, plantas, flores, insectos, pájaros, peces… la misa sobre el mundo conteniéndolo todo y a todos.
En la vida espiritual la búsqueda y el deseo de encontrar, van moldeando aún sin pretenderlo. Lecturas, experiencias, personas, oración, silencio y Mesa Compartida (Eucaristía)… una gracia y muchos tesoros para el camino de la vida.
Hoy, Jesús, te veo, ante todos aquellos que te seguían con hambre (Lc 9, 11b-17) y que los Doce no sabían qué hacer con ellos, creyendo que no eran de su incumbencia. Y sigo mirando cómo actúas y cómo nos enseñas que para Ti, todos somos tuyos, nadie se queda fuera y hay que organizarse. “Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno”.
Creo no confundirme, entendiendo que nos dices que nos juntemos en pequeñas comunidades, nos cuidemos, comamos y celebremos, pero sin olvidar que la Comunidad total eres Tú y todos y todo; que la Iglesia somos todos porque Tú eres el que unificas y nos enseñas la Unidad.
Te imagino mirando a aquella multitud, desde algún montículo, cuando “el día comenzaba a declinar”, atento y compasivo a las necesidades de la gente y enseñando que el milagro de la Comunidad, cuando se vive desde la verdad, da para repartir y hasta sobra.
Pasados los años, pude leer el texto completo de “La Misa sobre el mundo” y vuelvo a hacerlo cuando noto el peligro interior de cerrar compuertas, las de mi corazón y, también, las de mi Iglesia.
Aquí quedo ahora “escuchando” a Teilhard de Chardin, en La Ofrenda con la que empieza “La Misa sobre el Mundo”:
“…Una vez más, Señor, ahora ya no en los bosques del Aisne, sino en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo Real, y te ofreceré, yo, tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el trabajo y el dolor del Mundo”.
Sólo te reconoceremos, Cristo, cuando veamos a toda la humanidad y a toda la creación en Ti. Sólo desde el Amor se transparenta esta Realidad.
Sí, un día, veinte años después, tomé de la estantería “El medio divino”, lo leí con pasión y me ayudó a comprender que estamos llamados a zambullirnos en el medio divino, sin miedo y con la confianza de que Tú nos convocas a todos.
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