Los árboles son santuarios. El que sabe hablarles, el que sabe escucharles, descubrirá la verdad (Hermann Hesse)
19 de mayo. DOMINGO V DE PASCUA
Jn 13, 31-33ª 34-35
En eso conocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros (v35)
Mark Twain, escritor y orador estadounidense escribió obras tan interesantes como El príncipe y el mendigo y Diarios de Adán y Eva. En este último he leído la esta frase de Adán mientras, paseando por el Paraíso Terrenal, contemplaba con admiración las cataratas del Niágara: “Entonces tuve de pronto una brillante idea, a la que di rienda suelta diciendo: “Pero cuánto más maravilloso sería verla precipitarse hacia arriba”.
Personalmente, estas palabras tan imaginativas han despertado en mi mente la quizás igualmente descabellada idea de que este mandamiento nuevo de Jesús a sus discípulos, el amor de donación, debería llevarnos a poner también patas arriba el pensamiento rutinario de la visión vulgar de unas cataratas cayendo ritualmente hacia abajo.
Ya San Pablo señalaba tales dificultades cuando decía en 1 Corintios 12:“Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu…, a los demás, discernimiento de espíritus...”.
Todas estas formas de actuar nos llevarían un tejido social de notas y personas perfectamente polifónico, que aquellas ideas doloridas se transformaran en motores ayudaran a despegar en un velo ascendente hasta que el sol de la evidencia nos ayudara en el discernimiento paulino.
Como nos gustaría también que todas estas cosas sucedieran cuanto antes o si necesario fuera que los cristianos asistieran a tal alumbramiento, y estuvieran ausentes, solicitaríamos el milagro que pidió Ana Comnena, esposa de emperador Alejo I, puesto que su marido estaba lejos en el campo de batalla y deseaba que asistiera al parto. Cuando su madre Irene Ducas estaba a punto de traerla al mundo, y para dar tiempo a que llegara el padre, hizo la señal de la cruz sobre su vientre, pidiéndole su hija que esperase a nacer hasta que Alejo regresara. Se presentó a los dos días del ruego de la madre.
Yo haré también mi ritual signum crucis, y espero se repita pronto otra vez dicho misterioso milagro.
Hermann Hesse dice que “Los árboles son santuarios. El que sabe hablarles, el que sabe escucharles, descubrirá la verdad. ¿Sabremos nosotros interpretar correctamente sus cuitas interminables cuando nos paseamos perezosamente por los bosques de nuestra interioridad humana?
Soñar nuestras ideas es siempre sorprendente y la Naturaleza nos lo ofrece perennemente gratis, como apunta Aristóteles.
“La Naturaleza es un espectáculo que se desarrolla ante el hombre”, decía el filósofo ateniense.
LOS SUEÑOS DE LA TIERRA
Los sueños de la Tierra son dorados
circunvalando al sol en rotar
inmenso, Inmenso y repetido caminar
siguiendo los senderos señalados.
No importan si de tierra o asfaltados,
pues tus alas te llevan al altar
de los cielos en perenne rodar,
sobre ligeros vientos ya soñados.
Misterioso soñar y loco anhelo
de una optimista realidad
que vuela sin cesar y sin recelo.
Y más allá de ti, tu libertad
Recorre sin parar picos y celos
hasta lograr tu más bella bondad.
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