Reflexión en la Cuaresma de 2019
Llegada la Cuaresma, escuchamos desde diversos lados la invitación a la conversión. Así ha sido desde siempre en la espiritualidad cristiana. Y como es “desde siempre”, la llamada a la conversión es una espiritualidad esperada, debida y, por ello, con el peligro de que se acepte y resbale sin más.
Quizá sea un camino distinto el de adjetivar la conversión. El Papa Francisco lo hace. Por eso habla de “conversión ecológica” (LS 5, 217-221), “conversión eclesial-pastoral-misionera” (EG 26-30). Incluso habla de una “conversión del papado” (EG 32). Es que la conversión, como los grandes conceptos de la nuestra espiritualidad, si no se la adjetiva, tiene en peligro de quedar en nada, en la intemporalidad, en la no-evaluación.
Viviendo lo que vivimos, tal vez una posibilidad de vivir la conversión sea convertirnos a la ciudadanía. Porque, como vemos y luego diremos, la ciudadanía se deteriora, se empobrece, se abandona, se maltrata. Y volver al código de la ciudadanía puede ser, desde el lado de la espiritualidad cristiana, una posibilidad de crecimiento espiritual.
Además, tal vez estemos necesitados de poner una cierta dosis de componente social a la vivencia de nuestra fe. En aquella relación entre periódico y Biblia que atribuyen a K. Barth, es esta, la componente religiosa, la que se lleva la mayor parte. De ahí que si se logra un equilibrio mayor en entre el componente místico y el situacional de la fe, como dice J. B. Metz, quizá podamos avanzar en la vivencia de una espiritualidad adulta.
Por todo ello, tal vez podamos enfocar la Cuaresma de este año como una conversión a la ciudadanía, como un camino espiritual para poder vivir en sociedad de maneras más fraternas. ¿Es, acaso, otro el sueño de Jesús cuando nos habla reiteradamente del Reinado de Dios? ¿No es ése precisamente el gran sueño del mismo Dios que recoge la Palabra (Mt 18,15ss)?
- Una escena franciscana medieval
La escena pertenece a una obra medieval de un compañero de san Francisco de Asís (llamado Tomás de Celano). Los trabajos por la vuelta a la ciudadanía se inscriben en el largo itinerario humano que oscila entre el alejamiento de la convivencia y el logro de la misma. Quizá por eso pueda tener alguna capacidad de iluminación al comenzar esta reflexión. El texto dice así:
«Las palabras de Francisco no sólo tenían eficacia cuando las decía, que a veces, aun transmitidas por otros, no volvían vacías.
Así sucedió una vez cuando llegó a la ciudad de Arezzo al tiempo en que toda la población, revuelta en guerra civil, estaba en trance de exterminio total. Con tal suerte, que el varón de Dios, huésped en un burgo fuera de la ciudad, ve que los demonios se alborozan por aquella tierra y excitan ciudadanos contra ciudadanos con el fin de que se maten. Llamó, pues, a un hermano llamado Silvestre, varón de Dios y de sencillez recomendable, y le mandó, diciendo: «Vete a la puerta de la ciudad y, de parte de Dios todopoderoso, intima a los demonios que salgan cuanto antes de ella». La sencillez piadosa se encamina pronta a cumplir la obediencia, y, dedicándose primero al Señor en alabanzas (Sal 94,2), grita con fuerza ante la puerta: «De parte de Dios y por mandato de nuestro padre Francisco, salíos, demonios todos, de aquí a muy lejos». Poco después, la ciudad vuelve a la paz, y sus moradores observan con gran calma el código de ciudadanía.
Por eso, el bienaventurado Francisco, predicándoles después un día, comenzó el sermón con estas palabras: «Hablo a vosotros como a quienes estuvisteis en una ocasión bajo el yugo y cadenas de los demonios, pero sé que al fin fuisteis liberados gracias a las plegarias de un pobre».
- El ciudadano Jesús: Mt 17,24-27
“Cuando llegaron a Cafarnaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: -¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Él dijo: -Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: -¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? Pedro le respondió: -De los extraños. Jesús le dijo: -Luego los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estáter; tómalo, y dáselo por mí y por ti”.
“¿Cuál es el interés de Mateo en este relato? El impuesto del templo no existía ya en su tiempo. El buen entendimiento con la sinagoga se había roto. Este texto es el certificado de una solidaridad pretérita que fue arrollada por la historia. Si Mateo consideró el impuesto anual de la doble dracma un precepto de la Torá, el texto atestiguaría el libre cumplimiento de la Ley por parte de Jesús. Si Mateo sabía que el impuesto de la doble dracma no era un precepto de la Torá, sino parte de la ‘tradición de los antepasados’, mostró cómo podían asumirse las tradiciones en aras del amor” (U. LUZ, El evangelio según san Mateo, II, Ed. Sígueme, Salamanca 2006, 698).
- Aportaciones de la comunidad cristiana a la ciudadanía
Nadie duda a estas alturas de que el Evangelio es, ante todo, una propuesta ética y que el seguimiento a Jesús es un modo concreto de ser persona, de ser hermano/a y, por ello, de ser ciudadano. ¿A qué aportaciones nos empuja el mensaje de Jesús, con qué voz habla hoy la Palabra a los creyentes?
- La prioridad de la persona y su dignidad: Así ha sido en el caso de Jesús. Él ha orientado su vida a la persona, y, sobre todo, a la persona frágil. No le ha movido ninguna ideología religiosa ni, por supuesto, ningún afán lucrativo. Si no se hubiera enamorado del corazón pobre de los frágiles, no habría movido un dedo en su favor. Así lo reflejan los Evangelios para los que el amor más grande es el de dar la vida por los otros (Jn 15,13).
- Ser amparo de los débiles: la mejor aportación a la ciudadanía: La mejor aportación de la comunidad cristiana y su sentido. Allí descubre su lugar en el conjunto social. Lo suyo es amparar y sostener el lado frágil de la sociedad. Por eso, los verdaderos hijos del Reino son los que acompañan la vida de los frágiles (Mt 18,1ss).
- El cristiano como contribuyente explícito a la ciudadanía: De ahí el respeto a la autoridad cuando mira al bien común y la consiguiente contribución a las obras comunes (Rom 13). No sentir la llamada de lo común, no desplazarse de la propia y única orilla es no haber entendido que la vida cristiana es comunitaria y social, es no haber entendido el proyecto de Jesús.
- La utopía de la igualdad y la necesaria equidad: Porque si de algo no se ha apeado Jesús es de la utopía de la igualdad, de aquel sueño simple de que uno es nuestro Padre y todos somos hermanos (Mt 23,8). Por muy compacto que sea el edificio de la desigualdad, del patriarcalismo y de la diferencia, la utopía de la igualdad siempre rebrota. La comunidad cristiana está dispuesta siempre a andar los caminos que van conduciendo a la igualdad efectiva.
- La aportación a la paz y al perdón social: Porque más allá de la indudable historia de violencia que aún pesa sobre la comunidad cristiana, muchos seguidores de Jesús han hecho siembra de paz. Son los “artesanos” de la paz (Mt 5,9). Y si no se ha hecho lo que se debía, aún estamos a tiempo. Cada día estamos a tiempo. Y, aunque casi siempre centrado el perdón en el lado sacramental, hay también creyentes que piensan y colaboran a que el perdón social esté presente en una sociedad de la que bastantes de sus heridas solamente sanan si hay perdón.
- Valores espirituales de la ciudadanía
Los religiosos creemos que toda la inspiración carismática nos viene del componente místico de la fe, de la Palabra, de los sacramentos, de la liturgia, de la piedad, del carisma propio. Mucho nos viene de ahí. Pero la sociedad, en sus valores más hondos, nos enseña a conectar con el fondo del Evangelio. En ese caso, podemos aprender espiritualidad de los valores de la ciudadanía y, si nos convertimos a ellos, seremos personas de una espiritualidad más honda y mejor situada.
- Oraciones para andar por la calle:
Hace ya muchos años, más de sesenta, M. Quoist publicó aquel libro (“Oraciones para rezar por la calle”) que muchos leímos repetidamente. No estaría mal, de vez en cuando, volver a orar por la calle, hacer de la calle un lugar de oración. Quizá podríamos hacerlo esta Cuaresma para ver con más claridad que convertirse a la ciudadanía es una tarea espiritual.
Hoy amanece el día con una buena noticia: van a poner en la ciudad 255 nuevos bancos para sentarse. Muchos ancianos se alegrarán por estos “samaritanos” humildes de hierro y de madera sembrados en las calles. Sin ellos el caminar sería más difícil; sin ellos la conversación sosegada no sería posible. Bancos humildes que sostienen nuestra fragilidad. Amparo callado, como el tuyo, Señor, que nos ofreces por su medio.
Por suerte, Señor, es larga la lista de parques en nuestras ciudades. Sin ellos, nuestra ciudad, nuestro pueblo, estaría muerto bajo el peso del cemento. Sin ellos habríamos olvidados el canto de los pájaros y la risa de los niños. Sin ellos no sabríamos cómo habla el árbol cuando el viento mece sus ramas. Sin ellos no sabríamos que tú mismo, Señor, bajas a pasearte con nosotros al fresco de la tarde.
La calle es tu casa, Señor. Caben todos en ella, no solo los automóviles, autobuses y camiones. También, por las aceras, los viandantes, las bicis, los patinetes. Caben todos porque la calle es como tu amor. Cabes tú también, Señor, porque donde estamos nosotros estás tú. A veces tenemos demasiada prisa y parece que nadie se detiene ante nadie. Pero, por suerte, y en general, en nuestras calles se puede andar tranquilo. Y más que iríamos si te viéramos en los rostros de cada persona con la que nos cruzamos.
Tu luz, Señor, nos acompaña en las luces de la ciudad. Sin ellas nuestro deambular sería titubeante y medroso. Sin tu luz viviríamos en una niebla perenne, fría y oscura. A la luz de las farolas de la calle percibimos la bondad de muchos rostros; en las luces de los comercios captamos la alegría y la pena que envuelven el corazón de nuestros vecinos. Gracias por las luces, por tu luz. Que las tinieblas no tengan voz en nosotros y que hable tu luz en la humilde luz que hemos inventado los humanos.
Los hay muchos en nuestras ciudades, en nuestros pueblos: las cafeterías, las tiendas, las mismas aceras, los merenderos, las casitas de campo, los parques, las estaciones de buses y de trenes. Muchos lugares donde la vida se detiene un instante y nos comunicamos unos con otros. Lugares de calma y de pausa. Ahí nos esperas, Señor, en la confidencia, en la pequeña noticia, en la humilde conversación. Ahí vemos que tú, Señor, sigues hablando con nosotros en el sencillo lenguaje de la vida, la certeza de que en todo instante nos acompañas.
- Caminos cuaresmales de ciudadanía (itinerario cuaresmal):
Conclusión
Ojalá esta clase de temas no nos parezcan poco espirituales. Porque una espiritualidad, un Evangelio, que no se mezcla con la vida tiene el riesgo de quedar en las nubes. Y arriesgarse a eso en esta Cuaresma sería una pérdida.
Además, el Papa Francisco nos anima a construir una espiritualidad ciudadana “que impregne la acción” (EG 82). Eso no se viene de sí, sino que hay que ir trabajando, poco a poco, nuestras sendas cotidianas para hacer de ellos cauces de espiritualidad.
Aquí se halla la razón de la aportación del cristianismo al hecho social: contribuir a que los caminos de vida sea más espirituales, más profundos, con más sentido. Desde ahí, un corazón convertido a la ciudadanía puede ser algo hermoso y ofertable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario