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martes, 26 de marzo de 2019

COMENZAR DE CERO Y RELACIONARNOS


col depalma
El texto evangélico que nos propone hoy la liturgia comienza con los gritos de los fariseos que se quejan porque Jesús habla con paganos y pecadores. Y Jesús les responde con una parábola que, humanamente hablando, es bastante cercana a situaciones cotidianas: hijos que reclaman herencias, hermanos disgustados con los repartos, padres cuyo único deseo es que sus hijos estén unidos…
La parábola se mueve entre el despilfarro y el egoísmo. El hijo menor reclama bienes, y le son dados. Pero el relato nos dice que no los sabe aprovechar, sino que los malgasta. Por el otro lado, el hermano mayor tiene todo (“todo lo mío es tuyo”) pero es incapaz de disfrutarlo. El padre va por el camino del desapego, de la ofrenda, del regalo, de la fiesta. La percepción del padre es abundancia. No regatea el reparto, sino que da a quien le pide. Y su propuesta es de una fiesta en la que estén presentes todos los hijos.
Los fariseos comprenden que el relato se refiere a ellos y que Jesús los invita a hacer una elección y a ubicarse a sí mismos escogiendo entre la actitud del hermano mayor, del hermano menor o del padre de la parábola. Los bienes espirituales (en este caso, la cercanía de Jesús), al igual que los materiales, son abundancia y regalo. No pueden ser regateados a quienes no cumplen, ni pueden ser exclusivos de los herederos de Israel, sino que son don siempre abundante para todos. Así los fariseos han de ampliar su mirada y no despilfarrar ni acaparar los bienes que Dios les regala, porque Jesús viene para todos y especialmente para los perdidos.
La liturgia presenta, sin embargo, esta parábola como parte del camino cuaresmal con la pretensión de invitar a la reconciliación y al perdón. Y es que, volviendo a la parábola, la mala utilización de los bienes propaga el distanciamiento y la separación.
La antífona previa al evangelio, además, da un giro significativo al recordar la frase “estaba muerto y ha revivido”. Es una frase que se repite dos veces en el texto evangélico. La separación fraternal y filial no es un evento menor: produce la muerte. Por ello el significado teológico del perdón implica la comunicación, la unión y la vida. No es un perdón distante y solitario, sino que, como recuerda la segunda lectura,  “nosotros, unidos a él, recibamos la justificación”.
El perdón ciertamente es un nuevo comienzo, un empezar de cero.  Y la primera lectura insiste: “lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado”. Así el perdón es conjuntamente un nuevo comienzo y es una original manera de relacionarse, de percibir las cosas y el mundo. Los dos hermanos tienen que aprender a relacionarse con las cosas y con los demás. El hermano mayor tiene que aprender que, más allá de los bienes, “tú siempre estás conmigo” y “todo lo mío es tuyo”. Parece que los dos hermanos han de aprender la misma lección: el perdón devuelve la unidad y restituye la justicia.
La percepción hoy bastante generalizada de soledad, aislamiento y falta de pertenencia tiene mucho que ver con situaciones de ruptura que requieren del perdón como camino hacia la comunicación. No es posible perdonar sin más y muchas veces las situaciones de injusticia económica han de resolverse. Se requiere volver a “organizar” la situación de manera que se reestablezcan los vínculos de manera justa, no desde el egoísmo sino desde la comunión y la abundancia como modelo vincular entre las personas y con el cosmos. Y así poder festejar juntos que todo procede de Dios.

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