FE ADULTA
San Lucas (3,15-16.21-22)
Respeto profundamente cualquier otro comentario que se haga del evangelio de hoy, pero no debe distraernos Juan Bautista, para captar mejor el mensaje central.
Una cosa es que tengamos una experiencia profunda y otra que tengamos los recursos apropiados para explicarla o compartirla. Cuando no encontramos las palabras apropiadas, recurrimos a las imágenes, símbolos, expresión corporal, música o danza…
Los evangelistas nos repiten una y otra vez que Jesús, en diferentes momentos de su vida, tuvo la experiencia de ser Hijo Amado. Y punto. El resto son envoltorios que hay que quitar.
Para que las primeras comunidades cristianas se hicieran una idea de lo que pudo experimentar Jesús, los evangelistas tuvieron el detalle de recurrir al lenguaje y a los símbolos propios de las teofanías. Sin duda, ayudaron a sus oyentes y a sus lectores.
Hoy, en 2019, nos sobran los cielos abiertos, la paloma, las voces y todos los “efectos especiales” que van unidos al bautismo de Jesús.
Corremos el riesgo de quedarnos con el envoltorio y pensar que la vida de Jesús transcurrió entre ángeles, nubes, voces y facilidades de todo tipo.
La experiencia personal de ser y sentirnos hij@s amad@s ¿marca un antes y un después en nuestra vida? ¿Hasta qué punto es la experiencia fundante, la raíz de nuestra vida cristiana?
Sentirnos amad@s ¿impulsa nuestro comportamiento moral? San Agustín lo entendió muy bien: “Ama y haz lo que quieras”. ¿Hemos descubierto que el Amor nos ama?
Si no lo hemos descubierto, o lo olvidamos, nuestro discurso moral se convierte en una retahíla de normas y mandamientos. Puede llevarnos a los escrúpulos o a concebir el seguimiento de Jesús como un código de la circulación que nos ayuda a movernos por la vida, con la amenaza de que puede caernos “una multa o un castigo divino” en cualquier descuido.
Jesús no respetó el sábado reiteradas veces, se saltó leyes de pureza ritual, anduvo con compañías poco respetables… pero amó hasta el extremo. En sus entrañas estaba el manantial del Amor, que recibía el agua del Abbá. En el bautismo se entrelazaron y confluyeron más aún sus caudales.
El sacramento del bautismo es uno de los muchos caminos que pueden ayudarnos a descubrir que somos hijos e hijas amados. Pero, en nuestra vida diaria ¿qué conexión hay entre estar bautizados y sentirnos amados, como Jesús?
Ojalá, al leer o escuchar el evangelio de hoy, sintamos una sacudida y nos demos por aludidos. Ojalá el Espíritu Santo nos ayude a comprender que somos hijos e hijas, no siervos; y que hemos sido gratuitamente salvados.
Si descubrimos también que todo ser humano es hijo amado, se habrá producido un milagro.
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