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miércoles, 26 de diciembre de 2018

Preferencia por los pobres y sencillos

col Carme Soto

Lc 2, 16-21 - 1 enero 2018
El evangelista Lucas en su relato de la infancia de Jesús presenta a los pastores como sujetos de una manifestación divina y testigos veraces del nacimiento de Jesús. Los pastores, sin embargo, eran un colectivo despreciado socialmente porque, aunque realizaban un trabajo necesario para el desarrollo de la vida rural, pasaban muchas horas fuera de casa, especialmente en la noche, lo que hacía pensar que esa ausencia continuada del hogar les impedía protege adecuadamente la reputación de la familia. Además, eran frecuentemente considerados ladrones, pues usaban las tierras de otros para apacentar sus rebaños. Este perfil, conocido por los destinatarios de la obra lucana, los hacía, en principio, poco adecuados para ser elegidos para la misión que la narración del evangelio les otorga.
Lucas, sin embargo, les va a dar un papel protagonista en su peculiar construcción del nacimiento de Jesús. La escena evidencia algunos de los rasgos característicos de este evangelista y sitúa desde el comienzo de la historia las preferencias de Dios.
El silencio y el anonimato que presiden la descripción del nacimiento de Jesús en Belén contrasta con el anuncio impresionante que reciben el grupo de personas que en una zona cercana cuidaban los rebaños. El anuncio se hace con la solemnidad digna de un rey. Todo se ilumina y las voces celestiales irrumpen en la noche para proclamar la llegada del mesías. Paradójicamente el anuncio no se hace ante sacerdotes y dignatarios, sino ante gente que la sociedad consideraba como inferior y sin honra.
La mayor noticia que nadie podida esperar es puesta en las manos de los pobres y sencillos, de quienes nunca han tenido una oportunidad de ser escuchados y valorados. Pero, paradójicamente, ellos van a ser los mensajeros autorizados de su trasmisión.
La gloria de Dios se manifiesta en la escena, no como un acto religioso de poder, sino de abajamiento. Él se acerca a los pequeños y pequeñas de esta tierra para ofrecerles su salvación y lo hace porque quiere, porque ama a sus creaturas y busca insistentemente su felicidad.
Aquellos pastores sorprendidos en medio del trabajo son invitados a salir, a dejar su cotidianeidad para abrirse a la novedad de un Dios que irrumpe en sus vidas para transformarlas. Al llegar al lugar donde están José, María y el niño los reconocen enseguida y su alegría se convierte en proclamación entusiasta de lo que han visto y oído. Su anuncio es tan convincente que todos y todas los que los oyen se quedan impactados por su testimonio.
María se conmueve ante la entusiasta visita de aquellos sencillos cuidadores de ganado. Ella está todavía despertando a lo que ha ocurrido, es feliz al contemplar a su hijo recién nacido, pero todavía siente los dolores del parto. El relato de los pastores la hace más consciente de la responsabilidad que adquiere al dar a luz a Jesús. Por eso lo guarda todo en su corazón, porque sabe que es ahí donde podrá entender mejor el misterio de su hijo.
La comunidad de Lucas sin duda también se emocionó con el relato, pero sobre todo entendió el modo de actuar divino. Su fe en Jesús resucitado les había cambiado la vida, pero no podían olvidar que aquella fe estaba encarnada en la historia, y que en esa encarnación Dios expresaba su preferencia por los pobres y sencillos, por los que nada tienen que ofrecer a cambio como se demostrará en los signos y enseñanzas del Jesús adulto.
Los destinatarios y destinatarias del evangelio se sienten así convocados a anunciar la Buena Noticia, porque también se han encontrado gratuitamente agraciados por el amor incondicional de Dios y son invitados a anunciar lo que han visto y oído.

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