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miércoles, 17 de octubre de 2018

Hutus y tutsis

Redes Cristianas
Jaime Richart, Antropólogo y jurista
Después de la guerra civil española, la última de las gue­rras civiles de Europa Vieja, y después de ajusticiar los ven­cedo­res a decenas de miles de sus enemigos, 55 años des­pués, en 1994, en un país africano, Ruanda, mayorita­ria­mente cris­tiano, con un 62% de población católica, un 18% protestante y 1% musulmán, la tribu de los hutus co­metió genocidio so­bre otra minoritaria, los tutsis, en el que dece­nas de sacerdo­tes, religiosos y monjas participaron ac­tiva­mente en las ma­tanzas. El gobierno hegemónico de la tribu de los hutus eli­minó al 75% de la tribu de los tutsis. Los dis­cursos de odio hacia los tutsis fueron una gran arma de pro­paganda. (De Wi­kipedia).
Refiero ahora esta historia relativamente reciente porque Es­paña, tan diferente en todo lo más negativo en esta mate­ria de las demás naciones europeas, me trae a la ca­beza ese otro trance africano que si no, naturalmente, pare­cido en cruel­dad y barbarie, sí me parece similar a él por la índole de la enemiga, por el abuso persistente y por la prepotencia de ciertos seres humanos que en el mundo civilizado están en vía de extinción. Sobre todo, por la simi­litud en el ma­nejo del odio en España por los grupos sociales que predo­minan y abusan de otras partes de la misma sociedad, y además im­punemente.
Me refiero, naturalmente, a un nutrido grupo humano que algunos llaman casta, es decir, grupo que forma una clase es­pecial y tiende a permanecer separado de los de­más por su raza, religión, etc. (de la tercera acepción de la RAE). Me re­fiero, en España, a esos herederos de glorias nacionales pa­sa­das; a esos legatarios de títulos nobiliarios adjudicados in illo tempore por la máxima crueldad de sus titulares origi­narios; a aquellos instructores de la Causa General Roja instruida por el Ministerio de Justicia de la dictadura; a esos beneficia­rios directos de ésta por vía ordinariamente familiar; a esos que vienen detentando poder de hecho desde los tiempos del franquismo, ellos y sus hijos o nietos, transmitiendo las esencias del dictador con todo el cortejo de catolicismo apabu­llante, de horror al comunismo, de alta­nería y fanfarro­nería ancestral propias de todos los abu­sadores socia­les de la historia; a esos gene­radores de odio que me re­cuerdan los sucesos de Ruanda hace solamente 24 años.
Pues bien, todos ellos, hijos o nietos de los vencedores en la guerra civil y franquistas acérrimos, se concertaron inme­dia­tamente después de morir en la cama el dictador para for­mar una tribu integrada por los jerifaltes y manda­mases del franquismo a cuyo frente estaba un ministro que había desfilado por más de un ministerio, agrupán­dose y orga­nizándose rápidamente en todos los estamen­tos del Estado re­sidual. El objetivo sería configurar en ade­lante un modelo de Estado a la medida de la voluntad del tirano y de acuerdo con la ley de sucesión que había promulgado. España en modo alguno podría ser una Re­pública, necesa­riamente habría de ser a cualquier precio, un reino cuyo mo­narca de­bería ser… el que fue.
En efecto, esos miembros de la tribu estaban en todas las ins­tituciones: desde el ejército hasta la justicia, desde las di­ver­sas clases de policías hasta la Iglesia nacional, desde los medios de comunicación abiertamente afines hasta los me­dios nuevos con cabeceras nuevas pero dirigidas, a la luz o a la sombra, por adictos al régimen anterior. Y poco ha va­riado el esquema hasta hoy. Y así, la perpetuación del fran­quismo maquillado la logran mediante una Consti­tución pac­tada a su vez entre dos grupos de indivi­duos. Uno com­puesto por los miembros destacados de la tribu, y otro grupo formado por neopolíticos en parte inge­nuos con esa in­genuidad propia de los voluntariosos pero sin determina­ción, con esa inteligencia teórica propia de los ilusos y de los pacifistas a ultranza, con esa actitud propia de lo que poste­riormente justo los adversarios lla­man “buenismo”.
Así, am­bos grupos, el segundo atraído, seducido o abdu­cido por el primero, se avinieron a redac­tar un texto constitu­cional coci­nado por siete personas lle­gadas de la nada y elegidas por cualquiera (por el ministro en cues­tión), menos por el pue­blo. Y entre unas cosas y otras, un ejército con mandos más autoritarios si cabe que el mismí­simo tirano, amenazando desde distintos puntos de la socie­dad con un golpe de Es­tado se encargaría de vi­gilar el proceso constitucional. De ese modo, el pueblo se encontra­ría entre la espada y la pa­red: o refrendaba dando su voto el texto, con la monarquía, las Autonomías, un Se­nado inope­rante y decorativo, una Justi­cia abotargada por las ideas destiladas por el ordena­miento jurídico dictato­rial y unas Diputaciones que alojaban a los custodios del plan, en el paquete, etc, o topaba con la es­peluznante idea de una nueva dictadura militar si no apro­baba el texto…
Desde entonces hasta hoy, todo ha sido un camino inter­mi­tente de desarrollo económico y social, por un lado, e in­volu­tivo, por el otro; un desarrollo propiciado por la Unión Euro­pea a la que España inmediatamente se ad­hirió, pero atrave­sado por el despojo metódico de las arcas públicas por parte de numerosos individuos pertenecien­tes al par­tido de los hutus que con distintas siglas pero con el mismo espíritu fran­quista y expoliador, siguen domi­nadores en la Justicia, en el Senado, en las Diputacio­nes, en las policías y en los me­dios de comunicación predominantes… Una ley, la de Memoria Histórica, por otra parte, promovida por un líder voluntarioso que in­tentó restañar la profunda herida dejada por la persisten­cia en las cunetas de miles de ajusti­ciados por los franquis­tas después de la guerra civil, ha ter­minado siendo un brin­dis al sol manejada por los miem­bros de la tribu que desde 1978 mantienen el poder de hecho.
Así las cosas ¿quién pone el cascabel al gato, para remon­tar una situación que amenaza prolongarse por tiempo inde­fi­nido o perpetuarse?
Los hutus no cejan en su empeño de seguir el sendero abierto por un militar que acaparó el poder político du­rante cuarenta años, para proseguir sus designios con la obsti­nada idea de una nación a la fuerza artificial y con la intere­sada idea de predominio de su ralea en la política, en la justi­cia, en la iglesia, en los medios, en la enseñanza, en las policías para, después de haber saqueado las arcas públi­cas. Enfrenta­dos a los tutsis que aunque no minorita­rios como los de Ruanda sí tan débiles como ellos en todos los centros neurálgicos de la sociedad; en una sociedad nueva que, co­mo es natural, pugna por romper con todos los presu­puestos morales e ideológicos del franquismo, que tiene la necesidad vital de una dignidad que se le si­gue ne­gando, así como de una justicia social y ordinaria tan lejos de las libertades y de la justicia del resto de los paí­ses de la Unión Europea como cercana a la atmósfera política irrespi­rable que aún llega del franquismo, casi me­dio siglo des­pués estos hutus, en los entre­sijos de la socie­dad, siguen do­minando a los tutsis…

12 Octubre 2018

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