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ATALAYA

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lunes, 17 de septiembre de 2018

MonaguillosMonaguillo

Jesús María  Urio Ruiz de Vergara
6ª) Privilegiar el acolitado adulto, (dejando el infantil para las Eucaristías con niños, acompañados por sus padres o responsables).
1º) Ésta va a ser una pequeña nota. A primera vista puede parecer una insignificancia, pero no lo es. Es suficiente recordar el motivo de estas propuestas a la autoridad competente en la Iglesia, que no es otro que el escándalo horrendo, más delito todavía que escándalo, de la pederastia clerical, que ha ido estallando, y ocupando tras el estallido las páginas de sucesos luctuosos de los medios de comunicación de todo el mundo.
Y lo que caracteriza esa tremenda y sonrojante desviación es, justamente, la edad de las víctimas de esos abusos. Por eso resulta bueno y saludable recordar que en el estilo, y en las orientaciones litúrgicas conciliares del Vaticano II se da mayor énfasis a los acólitos adultos que a los niños, cuya frecuencia y cantidad llama la atención todavía en las misas solemnes de nuestras parroquias, sobre todo en los eventos especiales, como las misas dominicales trasmitidas por televisión.
Esta ocupación de los niños acólitos debería reservarse justamente a las denominadas “misas con niños”, (¡ojo!, no misas de niños, como algunos llaman, porque la Eucaristía, es cosa, siempre, de toda la comunidad eclesial, y solo si son muchos, o por motivos especiales, se tiene ese dato en cuenta, se menciona en la expresión “misa con niños”). Pero las misas normales dominicales, y entre semana, que no suelen tener muchos, ni pocos niños, se deben apañar con las mismas personas, y solo esas, que participan de la celebración eucarística. Ese fue el criterio al que acudí para pedir a mis compañeros religiosos en esa parroquia para que no bajaran a la hora de la Comunión a ayudar en la distribución de la misma. Que lo podíamos hacer los que estuviéramos celebrando el ágape eucarístico, varones y mujeres.
2º) Los acólitos son, indistintamente, mujeres y varones. Antes no era así, pero siendo yo presbítero en la parroquia de los Sagrados Corazones de Madrid, años 1991-92, como vicario parroquial, y 1993-1996, como párroco, el papa Juan Pablo II publicó una disposición, decreto, o lo que fuere, no recuerdo el tipo de documento en cuestión, permitiendo a las mujeres el ministerio del acolitado en la Liturgia católica. Recuerdo ese evento porque lo cité, y comuniqué, a los parroquianos en las diversas misas que yo celebraba, para que no se extrañaran de la presencia de señoras, señoritas, jóvenes, y no tanto, en el servicio litúrgico, y que , por tanto, estuvieran en el altar como, acólitos/as, -que es la palabra técnica para denominar a los monaguillos-. Pero no consigo encontrar ese documento, ni tampoco he visto que se haya cumplido en ninguna de las liturgias solemnes trasmitidas desde el Vaticano, o desde las grandes catedrales del mundo.
En nuestra diócesis de Madrid, en una visita pastoral realizada a esa parroquia de los Sagrados Corazones de la que estoy hablando, por un obispo auxiliar, en la época del pontificado del arzobispo D. Antonio Rouco Varela, en la que desde años anteriores al 1991 las mujeres seguían ocupando su lugar en le presbiterio, el mencionado prelado censuró esa práctica. Por eso pienso que es importante que los fieles estén informados del permiso concedido por el papa Wojtyla, para evitar abusos por parte de clérigos que no permiten, con su actitud, que la Iglesia se vea despojada de ese halo que tiene de retrógrada e injusta con las mujeres. Por lo que pido a alguno de los lectores de este blog que si pueden, saben y quieren encontrar ese documento, nos harían a todos un gran favor.
3º) Tener mucho cuidado con las escuelas de monaguillos, y actividades similares. Es seguro que no todos los presbíteros se dejan llevar por igual de sus apetencias y tendencias corporales, haciendo mención especial por las sexuales. Pero teniendo en cuenta que el refranero popular español enseña que “la ocasión hace al ladrón” es importante que los padres tengan los ojos bien abiertos, y que en esas reuniones de niños y niñas acolitandos/as, permítaseme el neologismo, si un padre o una madre no puede hacerse presente, o dos o más de ellos representado a todos las familias, que envíen una, o mejor, dos, personas de toda confianza, y con la suficiente personalidad para intervenir ante cualquier aviso o señal de peligro para los niños. No quiero, ni pretendo, ser agorero de peligros ni falsas alarmas, pero sí que recuerdo lo que afirmaba el arzobispo de Dublín en su carta al Papa: “No basta con pedir perdón. Las estructuras que permitieron o facilitaron los abusos deben ser aniquiladas, y aniquiladas para siempre”.
Una de esas estructuras que ha demostrado no ser de demasiada credibilidad es esa ilimitada confianza que los seglares sencillos del “Pueblo de Dios” han profesado desde tiempos inmemoriales hacia los clérigos, con sus vestimentas, su seriedad y su aureola de gente por encima de cualquier sospecha. Los acontecimientos tan horrendos y repetidos por clérigos de abuso de menores ha demostrado que esa ingenua e ilimitada confianza puede significar una temeridad para poner a los pequeños en, alegremente, en riesgos que, con excesiva frecuencia, son reales, y pueden resultar catastróficos

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