“No importa que los sueños sean mentira, ya que al cabo es verdad, que es venturoso el que soñando muere, infeliz el que vive sin soñar” (Rosalía de Castro)
5 de agosto. Domingo XVIII del TO
Jn 6, 24-35
Jesús les contestó: Yo soy el pan de la vida: el que acude a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed
El AT recurre en algunos de sus libros a los textos que luego el Nuevo concretará en los Evangelios. Dos ejemplos: “Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano en la alforja. Eliseo dijo: Dáselos a la gente, que coman” (2 Reyes 4, 42). Y en Sabiduría 16, 20 se dice: “A tu pueblo, por el contrario, le alimentaste con manjar de ángeles, proporcionándole gratuitamente, desde el cielo, pan a punto, de mil sabores, a gusto de todos”.
El mensaje evangélico lo hace con tal énfasis que, como dice Fray Marcos en el apartado 12 del estudio que dedica al Evangelio de Juan, dice que en su opinión estamos ante el capítulo más profundo del evangelio de Juan, donde se hace un intento sobrehumano por transmitirnos el núcleo central del mensaje de Jesús.
Un mensaje que a mí me produce calambres mentales, al tiempo que me hace soñar en un nuevo amanecer en mi presente: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien como de este pan vivirá para siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne” (Jn 6, 51). Y “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6, 56). En el momento de la consagración, el celebrante dice: “Este pan y este vino, fruto del trabajo de los hombres”. Lo cual significa que el ser humano participa también, uniéndose a Jesús, en esta donación de su cuerpo y sangre para que los demás tengan vida.
Panes para alimentar mi cuerpo, vino para apagar mi sed, y amores que satisfacen hambre y sed del alma. Y que se me dan en abundancia para compartir generosamente con cuantos me rodean.
Una demostración de este quehacer humano, lo podemos ver en una escena que los críticos de arte califican de “mar de humanidad”, representada en el cuadro Última Comunión de San Jerónimo (Pinacoteca Vaticana), que el boloñés Domenico Zampieri (1581-1641) pintó para conmemorar el hecho del viático del Santo en los últimos días de su vida. El doctor de la Iglesia, ahora anciano y sin fuerzas, había pedido comulgar rodeado de sus discípulos.
Zaida (1063- 1101), una princesa musulmana y poetisa, concubina de Alfonso VI de León, escribió este bello poema, que ella aplicaba -yo supongo a su Dios-, y cuyos versos reflejan en mí los sentimientos que despierta el Pan de Vida, como me los despertó los de Rosalía de Castro en “No importa que los sueños sean mentira, / ya que al cabo es verdad, / que es venturoso el que soñando muere, / infeliz el que vive sin soñar”.
Todos ellos -Jesús, Jerónimo, Rosalía, Zaida- han producido en mí múltiples ilusiones cargadas de panes, de vino y de amores. ¡Benditos sean todos!
NUNCA OLVIDARÉ AQUEL DÍA
Nunca olvidaré aquel día
cuando a mi vida llegaste;
en tinieblas yo me hallaba,
mas Tú mi senda alumbraste.
Entre multitud de gente
vagaba sin esperanza;
como un barco a la deriva
naufragando iba mi alma.
A inquirir comencé un día
¿qué pasaba? no sabía.
Entre temores y dudas,
existía mas no vivía.
¿Qué pasa conmigo, Dios?
¿Qué es lo que me está pasando?
Quiero reír y no puedo;
siempre termino llorando.
Ayúdame mi buen Dios;
ayúdame, te lo pido;
sana ya mi corazón
y llena hoy mi vacío.
Al momento algo ocurrió;
su Palabra él enviaba.
"Soy la luz", dijo el Señor;
por una piedra me hablaba.
Mi corazón se alumbró;
comprendí lo que pasaba.
Al instante me rendí,
pues Jesús me visitaba.
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