Mucha gente está persuadida de que, para que un país - y la sociedad de ese país - funcione "como debe ser", lo más importante es que los gobernantes del país en cuestión sean buenos gobernantes: inteligentes, competentes, experimentados, honestos, etc. De lo cual, nadie duda. Es evidente que un país bien gobernado, es y será siempre un país que crece, prospera y en el que los ciudadanos se sienten felices, todo lo felices que se pueden sentir los habitantes del país que sea. Esto es evidente.
Pero hay otro asunto, en este tema, en el que casi nadie piensa. Y que, sin embargo, a mi modesta manera de ver las cosas, es lo verdaderamente decisivo. Lo diré en pocas palabras. Por muy importante que sea la competencia y la honradez de los "gobernantes", es mucho más importante y decisiva la honradez de los "gobernados". Ahora mismo, en España casi todo el mundo se pregunta si las cosas van a ir mejor o peor con el cambio de ahora que con el gobierno de antes. En esta cuestión, como es lógico, cada cual tiene su punto de vista y seguramente también su convicción. Es lo más lógico, si pensamos en las ideas que nos han metido en la cabeza.
Sin embargo, ya es hora de que veamos las cosas de otra manera. Es fundamental, que caigamos en la cuenta de que, por muy importante que sea la gestión de los gobernantes, más importante es la honradez de los gobernados. Es más, se puede asegurar que los gobernantes corruptos pierden la vergüenza y la dignidad porque saben que pueden perderla y no pasa nada. Lo cual quiere decir que, en un país en el que abunda la corrupción de los que gobiernan, eso sucede porque los más corruptos son los gobernados. Los que se callan, los que no quieren meterse en líos, los que saben que, con su silencio y su pasividad, podrán medrar y subir. Y así sucesivamente.
Un país en el que las cosas funcionan así, es un país que no saldrá jamás de la corrupción. Por muy buenos gobernantes que lo gobiernen. En un país así, los gobernantes terminan siendo corruptos.
Recientemente, el profesor Emilio Lledó renunció a la medalla de oro que le había concedido la Comunidad de Madrid. Porque él sabía que, al aceptar esa dignidad, se hacía un indigno. Y colaboraba a la indignidad de los ciudadanos.
Y termino. Como es sabido, yo he dedicado mi vida al estudio y la enseñanza de la teología cristiana. Pues bien, en mis largos años de estudio y trabajo en este asunto, jamás he encontrado en el Evangelio una sola denuncia con la que Jesús les echase en cara a las autoridades políticas del Imperio los abusos de todas clases que cometían en la Palestina del siglo primero. Cuando Herodes degolló a Juan Bautista, en una noche de juerga, no sabemos que Jesús denunciase en público semejante crimen. Y el día que le dijeron a Jesús que Pilatos había degollado a unos samaritanos cuando ofrecían un "sacrificio religioso", Jesús no dijo ni palabra contra Pilatos. Lo que sí le dijo a la gente es que "si no os enmendáis, vosotros pereceréis también" (Lc 13, 1-5). Jesús vio claramente que el fondo del problema no estaba ni en Herodes, ni en Pilatos. Estaba en la corrupción de un pueblo que, tranquilizaba su conciencia con las observancias religiosas que las imponía la Religión. Las exigencias del Evangelio no les interesaban.
Hemos cambiado de gobernantes. Y eso, a unos les da esperanza, mientras que a otros se la quita. Cuando, en realidad, lo que tenemos que ver muy claro es que sólo nuestra honradez, cuando no se muerde la lengua ante la "corrupción" (sea de quien sea), cuando esa "corrupción" se dice a los cuatro vientos, cuando se denuncia y no se tolera, entonces es cuando somos ciudadanos cabales. El día que nos eduquen a todos para reaccionar así ante la corrupción, ese día se acaban los corruptos. Habrá más igualdad. Y veremos las cosas de otra forma. No nos engañemos. Ni tranquilicemos la conciencia culpando a los demás.
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