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jueves, 10 de mayo de 2018

SÍNODOS LOCALES PARA LA ELECCIÓN DE OBISPOS


col huerta

Hemos escuchado reiteradas veces en canales de televisión, en la prensa escrita, por parte de denunciantes de abusos y de representantes de la Iglesia decir que lo que antecede al abuso sexual es el abuso de poder.
A esta altura, esa constatación parece innegable. La raíz de la crisis, podríamos decir entonces, radica en el modo de ejercicio del poder que vivimos en la Iglesia católica particularmente, aunque seguramente es un problema extensivo también a otras religiones. La educación religiosa en nuestro país es precaria, y eso ha permitido todo tipo de tergiversaciones, manipulaciones y abusos de parte de los líderes actuales, facilitada por la masificación -intencional tal vez- de una fe acrítica, irracional, fanática y ciega, muchas veces.
Frente a la ignorancia, no queda más que someterse a los "iluminados", a los que saben más, a quienes "están más cerca de Dios", a los que tienen autoridad, rindiéndonos ante ellos y sometiendo nuestra conciencia más profunda, poniendo a su disposición nuestra vida entera, nuestro fuero interno y toda nuestra intimidad espiritual. Más que un "abandono de sí mismos", como nos exhortan a hacer en los retiros espirituales, resulta más bien ser un despojo de nuestra valía y capacidad propia para relacionarnos con Dios. Por eso, la crisis de poder en lo más profundo, es también una crisis espiritual que atraviesa y rasga a toda la Iglesia.
Para superar la crisis, es necesario desinfantilizar la fe de la Iglesia. Eso incluye a los sacerdotes y obispos, ojo. Por años se ha criticado al laicado por su pasividad e ignorancia, pero los sacerdotes no lo han hecho mucho mejor. Sin ir más lejos, 50 sacerdotes en Santiago vivían enamorados de Fernando Karadima y le rendían culto. Cuatro de ellos llegaron a ser obispos, muchos formadores en el seminario o en la Universidad. Todos ellos de élite, "gente educada", diríamos. Pero no estaban educados en una fe que libera. Por tanto, esta ignorancia no se le debe achacar sólo al laicado parroquial, de barrios bajos, poblacional; evitemos esa caricatura de clase. Para superar la crisis se requiere de un ejercicio de crecimiento de toda la Iglesia, del Pueblo de Dios en su conjunto, para que pueda discernir junto, crítica y reflexivamente, sobre su futuro.
También hemos escuchado estos días que, ahora que ya se sabe todo, sólo "hay que esperar lo que diga el Papa". Lo hemos escuchamos del obispo Barros, y de los demás obispos de la Conferencia Episcopal para definir el futuro de la Iglesia chilena en crisis. Sorprendentemente también lo escuchamos de parte de los denunciantes de Karadima luego de su encuentro en el Vaticano. Creo que esto es un síntoma de la enfermedad espiritual que vivimos en la Iglesia. El Papa, hermanos míos, no puede resolverlo todo. Aunque quisiéramos encontrar consuelo y protegernos de la crisis bajo el amparo del poder absoluto del Papa esperando que haga justicia con mano firme, hacerlo bordearía la idolatría.
No podemos esperar que el Papa despida como un gerente a los obispos y coloque a otros, sobre los cuales rezaremos para que sean mejores. Esto, creo sinceramente, profundizaría la crisis. El Papa es y debe ser signo de unidad de la Iglesia, servidor de todos y todas. Su misión no puede -aunque quisiera- suplantar la fe de los fieles.
Nuevamente, si el problema es el modo de ejercicio del poder, sería una ilusión contradictoria creer que un poder centralizado desde Roma mejorará nuestra experiencia espiritual en Chile. El Papa ya ha hecho mucho en desautorizar a la Conferencia Episcopal, les ha enseñado a ellos a tratar a las víctimas y a pedirles perdón; a nosotros nos queda aprender más de la Comunidad de Laicas y Laicos de Osorno, y levantar la voz ante la injusticia, tal como lo hicieron para develar la crisis que está matando silenciosamente a la Iglesia.
El Papa estuvo mal informado durante años. Las distancias son muchas, somos un país pequeño al final -o comienzo- del mundo. Él vive en Roma, nosotros en Chile. Hay millones de casos más de abusos con cardenales y obispos involucrados en todo el mundo. Por lo menos hay dos cardenales involucrados en acusaciones que son parte de su círculo de confianza. Debe tener muchas cosas más que atender en Roma. ¿Cómo hará el Papa ahora para "informarse bien" sobre el nombramiento de los nuevos obispos en Chile? ¿En quiénes confiará? ¿Cuánta carrera estarán haciendo los obispos actuales para mantener sus puestos o dejar a sus sucesores de confianza y así mantener su red de influencia?
Dicen por la prensa que ya "suenan nombres", todos santiaguinos y que provienen de esferas de poder, desde congregaciones religiosas, universidades, vicarías o funcionarios de la misma Conferencia Episcopal. Será una decisión muy difícil designar a unos y no a otros, o peor, lograr un "equilibrio" de fuerzas internas entre los grupos de poder que presionan dentro de la Iglesia. Esto se podría transformar en un descampado de sangre, o peor, en un juego de luces que en definitiva hará que todo siga igual: una Conferencia Episcopal sin voz, sin acuerdos mínimos, sin fuerza ni capacidad de renovación.
¿Y cuándo la Iglesia? Esperar todo del Papa es desconfiar de la Iglesia, de su gente, la gente creyente. Esa gente paciente que sigue yendo a misa a pesar de todo, a pesar de ver sus iglesias vacías y el desprestigio de toda una comunidad. Nadie mejor que el Pueblo conoce "a su pastor", conoce "su voz". ¿Quién estará mejor capacitado que el Pueblo de Dios creyente, sacerdotes y laicos, para reconocer entre ellos mismos al más apto para presidir la comunidad como obispo? Me asiste la convicción de que ya no resiste más el sistema de "obispos de exportación" que rige actualmente.
La Iglesia local, asistida por el Espíritu, en comunión con el Papa, puede perfectamente escoger de entre los suyos a un pastor que conozca y reconozca como propio. No es necesario ir a buscarlos tan lejos. Saldrán obispos "que no suenan", unos desconocidos, que no son "de carrera" formados desde el seminario en los modos episcopales. Aparecerán aquellos que actualmente trabajan junto a la gente, que conocen su comunidad, la valoran, respetan y escuchan, porque se deben a ella.
Obispos agradecidos de su comunidad por la misión ecomendada, y no del lobby de poder del obispo que los encaminó en la "carrera episcopal". Obispos valientes e independientes, humildes, inmerecedores del carisma, que ayuden a renovar la Iglesia desde adentro, espiritualmente. Este sueño sólo será posible si se realiza la elección de obispos mediante Sínodos locales. Para esto podríamos recuperar algunas prácticas valiosas presentes en la antigua tradición de la Iglesia:
IV,1. "También vemos que viene de la autoridad divina que la elección del obispo se haga en presencia del pueblo, a la vista de todos, para que sea aprobado como digno y apto por juicio y testimonios públicos (...) 2. Dios manda que el sacerdote sea elegido en presencia de todo el pueblo, esto es, enseña y manifiesta que las consagraciones episcopales no se han de hacer sino con conocimiento del pueblo y en presencia de él, para que en presencia del pueblo se descubran los delitos de los malos o se publiquen los méritos de los buenos y así, con el sufragio y el examen de todos, la ordenación sea justa y legítima (...) 5. Se obraba así convocando a todo el pueblo con tanta cautela [Hch 6,2], para que nadie indigno se introdujera furtivamente en el ministerio del altar o usurpase la dignidad sacerdotal". Extracto del Sínodo de Cartago, año 254. (ASy p. 69-71).
En la Iglesia chilena actual todos adolecemos de una crisis espiritual que nos ha infantilizado negando nuestra propia intuición y experiencia de Dios. Por eso, no podemos continuar alimentando esa crisis esperando "iluminaciones" de otros, de salvadores o héroes, personalismos o autoritarismo del Papa para renovarnos. Eso la profundizaría, eso mismo fue lo que se puso en marcha con Sodano en los años 70', un reemplazo centralista de los obispos chilenos.
Una experiencia Sínodal sería relevante para avanzar en renovación, nos permitiría volver a confiar en nosotros mismos como Cuerpo, como Pueblo de Dios caminante, para discernir el modo en que Dios nos habla hoy día, sin olvidar que aún el Espíritu sopla y reza por nosotros cuando no sabemos hacerlo (cf. Rm 8,26). Esta experiencia nos haría un poco más adultos y responsables.
La crisis de confianza se supera confiando en la Iglesia toda. No habrá uno que traiga la solución. Hoy la Iglesia en su conjunto tiene un desafío: dar una respuesta, y llegó el momento de darla con valentía y esperanza. Nuestra fe se renovará en la medida que el camino lo construyamos juntos, colectivamente, porque en la comunidad creyente es donde privilegiadamente está Dios (cf. Mt 18,20). Sería de Dios convocar Sínodos locales en las diócesis vacantes para decidir juntos el futuro de nuestra Iglesia.

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