FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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jueves, 17 de mayo de 2018

¿DANZAMOS AL VIENTO DEL ESPÍRITU?


col marife
 Juan 20, 19-23
¿Podemos hablar de una experiencia inenarrable?
El libro de los Hechos nos presenta unas imágenes: viento impetuoso, llamaradas, otras lenguas, etc. Al leer este texto, en la Eucaristía de Pentecostés ¿nos ayudan estas imágenes a reavivar las experiencias fundantes que nos han marcado? 
¿A qué nos referimos? Sin duda, como creyentes, hemos tenido alguna experiencia inolvidable de amor y presencia de Dios, que incidió en nuestra vida y nos impulsó a reorganizar toda la escala de valores. Se creó un vínculo afectivo irrompible. Podemos reconocer un “antes” y un “después” de algo que se parece a Pentecostés.
Según va pasando el tiempo ¿cuidamos la experiencia fundante, o dejamos que el olvido la envuelva con su niebla? ¿Qué imágenes nos ayudan a narrarla y revitalizarla? Por ejemplo…
Ruah evoca el soplo de aire fresco que traía nubes y lluvia, o sea, la bendición. ¿Somos conscientes, a diario, de esta bendición? ¿Somos cauce de bendición para otras personas?
¿Estamos desalentad@s, porque no vemos el fruto de nuestro trabajo? ¿Qué nos desalienta a diario: las noticias sobre la situación mundial, la desesperanza o la impotencia ante el cambio? La ruah es aliento de vida.
Con un lenguaje mítico, el Génesis dice que un primer aliento divino dio vida al barrio inerte. Con lenguaje actual podemos decir que la ruah nos hace la “respiración boca a boca”, nos devuelve el aliento cuando sentimos que se nos va la vida, cuando estamos desalentad@s.
¿Cómo vivimos el agobio por la falta de espacio en casa, en los transportes, etc.? La ruah “ensancha el espacio de nuestra tienda”. Es como si derribara las paredes, abriera puertas y ventanas y nos ofreciera explanadas de encuentro. De este modo, cabe más gente en nuestra vida y no nos agobia su presencia, porque la percibimos como regalo. La ruah nos ayuda a descubrir la fraternidad y sororidad como un don.
La ruah es una buena “profesora de idiomas”. Nos enseña a hablar lenguas nuevas, a hablar con todo nuestro cuerpo, a danzar sin rubor. La multitud que experimentó Pentecostés oyó hablar de Dios “en su propia lengua” (Hechos 2, 11) Hoy ¿qué lenguas hablamos? ¿Cuáles nos da vergüenza hablar, o nos negamos a aprender?
También la ruah “limpia a fondo”. Necesitamos que siga poniendo al descubierto los rincones de suciedad que quedan en la Iglesia: pederastia, feudalismo, avaricia, vanagloria, etc. Que su viento impetuoso arrastre la hojarasca muerta y pueda renacer la vida donde se acumuló suciedad durante siglos. Y no olvidemos que cada uno de nosotros, hombres y mujeres, estamos llamad@s a limpiar lo que está a nuestro alcance, empezando por nosotr@s mism@s.
Recordaremos también que el evangelio de hoy nos dice: Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. La comunidad estaba bajo el impacto de una ejecución. Tras la cena pascual, había llegado la desbandada, el “sálvese quien pueda”. La muerte de Jesús ponía fin a cualquier esperanza de cambio. A sus amig@s sólo les quedaba encerrarse, para que los romanos no los localizasen; tenían la mala costumbre de que, al ajusticiar a un judío, buscaban también a sus amigos y familiares. Si sospechaban que eran cómplices, los ajusticiaban.
¿Qué puertas tengo cerradas? ¿Qué puertas siguen cerradas en las iglesias y en la Iglesia? ¿Son puertas, o se han convertido en fronteras? ¿Por miedo a qué? ¿A quién?
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
¿Produce alegría ver unas manos destrozadas y el costado herido de un crucificado? Evidentemente, no. Eran las señales de un proscrito; escandalizaban a las primeras comunidades y a quienes se acercaban a ellas.
El relato de Juan nos ofrece hoy otra perspectiva: sus ojos ven las heridas, pero su corazón experimenta que Jesús está vivo. Y esta experiencia les llena de alegría. La ruah les ha regalado una nueva mirada, mucho más profunda.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo”
Recibid la ruah, decimos hoy muchas mujeres. No es un capricho feminista. La palabra Espíritu es un término latino, y se ha generalizado su uso. Pero el término ruah, hebreo, femenino, tiene unas connotaciones mucho más ricas que el término espíritu.
Celebrar Pentecostés no consiste en recordar una experiencia (y una catequesis) de hace dos mil años, es tomar conciencia de que nuestra vida –personal y comunitaria- puede cambiar con la misma intensidad que cambió la de aquel grupo de hombres y mujeres, que estaban llenos de temor.
¿Qué nos conmueve en la celebración de Pentecostés? Miremos en nuestro interior todo aquello que es obstáculo para crecer como discípul@s. Pongámosle nombre: miedo, anquilosamiento, prejuicios, rutina, superficialidad, pereza, máscara, maldad… Estos obstáculos son como el lastre que nos impide caminar como discípul@s. Pero no se trata solo de caminar sino de volar…
¿Con qué intensidad pediremos EL DON de danzar y volar al soplo de la ruah?

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