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miércoles, 9 de mayo de 2018

40 DÍAS


col inma eibe

Mc 16,15-20
El número 40 aparece con frecuencia en la Biblia. 40 fueron los años que el pueblo de Israel vivió en el desierto guiado por Moisés tras salir de Egipto (Ex 16,35). 40 los días que éste pasó en oración en el Monte Sinaí antes de recibir las tablas de la Ley (Dt 9,9-11). 40 fueron también los días que duró el diluvio (Gn 7,12), los que pasó Elías en el Monte Horeb (1Re 19,8) o lo que los 12 exploradores estuvieron en la tierra de Canaán (Nm 13,25). Asimismo, 40 fueron los días que Jesús pasó en el desierto llevado por el Espíritu (Mt 4,2).
Este número, por tanto, se encuentra relacionado con tiempos de experiencias vitales hondas, cruciales, fundantes. A veces de camino incansable, otras de espera paciente, pero siempre tiempos de búsqueda, preparación, escucha y crecimiento personal y/o grupal o comunitario.
Y han sido 40 (alguno más al celebrarlo en domingo y no en jueves) los días que han pasado ya desde que celebramos la Pascua, el acontecimiento gozoso de la Resurrección de Jesús. ¿Nos hemos dado cuenta de ello? Quizás sea un buen momento para tomarnos el pulso de cómo lo estamos viviendo. Así nos lo relata el libro de Hechos: “a ellos (los apóstoles) se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios” (Hch 1,3).
También a nosotros, como discípulos suyos, se nos ha presentado Jesús Vivo y Resucitado durante 40 días. Nos ha hablado de paz, de esperanza, de fortaleza, del inmenso amor con que nos ama, del sentido de su muerte y su pasión… Conociendo en profundidad nuestros miedos y debilidades, nos ha prometido con insistencia que siempre se quedará entre nosotros a través del aliento y la fuerza de su Espíritu, de la Ruah creativa y transformadora.
Hemos tenido, por tanto, 40 días en los que nos hemos podido preparar para acoger la nueva forma de presencia de Jesús, esta que comienza, según nos dice el evangelio, una vez que él asciende al cielo.
Hablamos, entonces, de tiempo (40 días) y espacio (la ascensión al cielo). Tiempo y espacio que, de modo claramente pedagógico, son utilizados por el evangelio como medios de preparación para que podamos hacer proceso. Porque lo que recordamos, como sabemos, no es que Jesús subiera físicamente al cielo. Lo que hoy festejamos es lo mismo que hemos celebrado cada día de este tiempo de Pascua o lo que celebraremos en Pentecostés: la certeza de que nuestro Dios es un Dios Vivo y un Dios de Vida, que no permite que la muerte tenga la última palabra y que se empeña en que nosotros seamos, junto a Él, dadores de vida.
Por todo ello es importante que estemos atentos a lo que Jesús nos dice en el evangelio de hoy, a estas “últimas palabras” del evangelio de Marcos: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. Parece que Jesús, al “ascender”, nos pone a su vez en movimiento a nosotros. “¿Qué hacéis ahí parados?”, dirá el libro de los Hechos. Después de estos 40 días de preparación es tiempo ahora de moverse, de salir (¿no nos lo repite continuamente el Papa Francisco?), de ponernos en camino. No hay pérdida. Toca poner en práctica todo lo escuchado y experimentado. Es tiempo de expulsar demonios, de curar enfermos, de hablar lenguajes nuevos… Cada una, cada uno de nosotros podemos poner nombre a esos demonios que estamos llamados a expulsar, a las enfermedades que debemos sanar o a los lenguajes que debemos practicar con insistencia hasta hablarlos adecuadamente.
No perdamos el tiempo. Hemos tenido el suficiente, 40 días. Ya no hay excusas. El Señor no sólo nos ha preparado para ello, sino que, además, promete seguir a nuestro lado, actuar junto a nosotros y confirmar la Palabra con signos que todos puedan comprender.
No nos quedemos parados. El Señor nos pone en movimiento con un envío apasionante: que al mundo entero llegue la Buena Noticia, la que nosotros ya hemos recibido.

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