No son pensionistas, son nuestros padres, nuestras madres. No son en función de una pensión; son, antes que nada, todo lo que se han desbordado y nos han dado. Dignidad de las pensiones sí, por supuesto, pero la dignidad de nuestros mayores no es una cuestión que sólo competa a nuestros dirigentes.
Somos porque fueron y ahora toca devolver, velar por su tranquilidad y sus necesidades satisfechas. La caja común deberá cuidar las cajas de nuestros mayores, sin embargo no es sólo cuestión de cajas y dinero. La verdadera dignidad no tiene que ver únicamente con la cifra que el Estado ingresa en una cuenta corriente. Unos euros arriba o abajo no determinan una calidad de vida. No es tanto lo que la tercera edad pueda reivindicar, sino lo que nosotros también les podamos a ellos/as reivindicar, revalorizar. No es tanto lo que ellos puedan pedir, sino lo que nosotros les podamos dar.
No conviene reparar únicamente en cuestiones tangibles. La dignidad se mide por supuesto en techo, abrigo, mesa, confort..., pero sobre todo en otros intangibles que poco tienen que ver con el gobierno de turno. ¿Qué son las cifras para un abuelo o abuela rodeado del cariño y el aprecio de los suyos? Los números se derretirán siempre ante el calor del afecto. El 0’25 se queda escaso ante la subida de los precios, sin embargo ellos/as ya vivieron aprietos más difíciles, atravesaron el desierto de la dictadura y tenían la sonrisa en los labios. No abogamos por la conformidad ante unas pensiones a todas luces escasas, subrayamos que el dinero apenas alcanza los aledaños de la felicidad. No es tanto la pancarta de hoy, sino los dientes que apretaron ayer, cuando había tantas cosas que eran imposibles de comprender. No son tanto los gritos de ahora ante el Parlamento, como el silencio que guardaron cuando su mundo se desplomaba e hicieron todo por adecuarse al presente.
Nuestros mayores no debieran tener necesidad de sujetar pancarta. Los prefiero paseando junto al mar, con la cabeza alta, sin pastillas, libres de dogmas, de “tele cinco”, de temores ante la luz tras un trascendental portal que ya acerca… Yo les prefiero explorando el sentido profundo de la vida y de la muerte; intentando comprender la enfermedad, el oído que cede, la voz que calla, las piernas que tropiezan..., no tanto la aritmética del IPC y otros números en disputa.
Quizás no es tanto arrancar unos céntimos afuera, como consolidar unas conquistas más cercanas que nos hablan de paz, genuino disfrute, amable compañía... ¿Si muchos de ellos aguantaron en la dura postguerra con sólo sus manos entre el cielo y la tierra, qué milagros no harán con sus pensiones ahora? Este mundo materialista, que engloba en gran medida también a las "fuerzas de progreso", ha de ir cediendo y dando paso a un mundo en el que la ternura, la caricia, la cercanía..., regalen infinitamente más que lo que los del 0’25 nunca nos podrán dar. Cierto que hay pensiones de oro, más abultadas y con menos sudor a la espalda, cierto que hay que hacer por un mayor equilibrio e igualdad, cierto que la tijera ha de comenzar por unos privilegios ya sobradamente conocidos… La clase política habrá de recoger este clamor popular, pero quizás debiéramos empezar a confiar en que todo se equilibra, más pronto que tarde en el otro mundo, donde ya nadie suda la camiseta e impera una Justicia con mayúsculas y sin amnesias.
Prefiero a mi madre delante del mar, que del cordón policial. Me la cojo de la mano y me la llevo a la orilla y del macuto sacamos un libro y de vez en cuando paramos la lectura compartida y miramos juntos el horizonte soleado. Éste nos habla de dignidad, pero también de una paz y un sosiego que trascienden las tensiones que ellos/as ya no merecen. Éste nos habla de un futuro y un lugar para todos, empezando por quienes todo lo dieron por lo que ahora gozamos.
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