No es el más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive, sino aquel que más se adapta a los cambios (Charles Darwin).
11 de febrero. Domingo VI del TO.
Mc 1, 40-45
Se le acercó un leproso y, arrodillándose, le suplicó: Si quieres puedes sanarme
Un leproso que, saltándose las leyes se acercó a Jesús y le suplicó que lo curara. Y Jesús lo hizo tocándole la cabeza. Una caricia brotada de la ternura de su corazón, loco de amor por los hombres.
El Dt dice en 5, 10, dice de Dios: “actúo con lealtad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos”. Mandamientos, dice la Biblia, “que el Señor pronunció con voz potente”. Luego los grabó en dos losas de piedra y se las entregó a Moisés y, entre otros, le da orden de guardar el sábado (5, 12).
En Gálatas 2, 16, dice San Pablo: “sabemos que el hombre no alcanza la justicia por observar la ley, sino por creer en Jesucristo”, pues “por cumplir la ley, nadie alcanza la justicia”.
Jesús criticó constantemente a los que tenían reglas sobre lo que se podía o no hacer en sábado, y enseñó siempre libertad de conciencia de lo que marcaban las leyes. Mt 5, 21-43 pone ejemplos de superación de leyes establecidas respecto a la ofensa, al adulterio, al divorcio, etc. Y, en los Evangelios, varias cosas que él hizo en sábado. Lucas cuenta en 6, 1 que: “Un sábado cuando atravesaba unos campos de trigo, sus discípulos arrancaban espigas, las frotaban con las manos y comían los granos”. Y avala el hecho con lo que hizo el rey David con sus compañeros cuando estaban hambrientos: “Entró en la casa de Dios, tomó los panes consagrados, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió y compartió con sus compañeros” 6, 3. Jesús está diciendo a los fariseos que el amor por los hombres es más importante que la observancia de ritos: “Supongamos que uno de vosotros tiene una oveja y un sábado se le cae en un hoyo: ¿no la agarraría y la sacaría?” (Mt 11, 12).
Las superpostales de libertad humana y de misericordia que nos regalan Jesús y el Papa Francisco –aquél en el Evangelio, y éste en sus atenciones a los necesitados– hay que enmarcarlas y colgarlas en los muros de nuestros museos personales. Y hasta quizás también en los de El Prado, El Louvre y El Hermitage. Para realizar su visita a Birmania y Bangladesh el pasado noviembre, el obispo de Roma puso como condición poder reunirse con refugiados rohingyas, una minoría musulmana perseguida por el ejército birmano. Se saltó la prohibición impuesta por el general Min Aung Hlaing, comandante en jefe. En su vuelo de regreso a Italia confesó a los periodistas: “con los rohingya he llorado, y ellos también”.
Charles Darwin nos insiste y anima a seguir instalados en la vida, porque: “No es el más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive, sino aquel que más se adapta a los cambios”. El leproso que se acercó a Jesús suplicándole arrodillado que le sanara había comprendido a Darwin. ¿Les hemos comprendido también nosotros a ambos?
¿LO OYE EL VIENTO?
Suenan voces en mí mismo
pulsando aciertos y yerros.
Unos relatan amores,
otros cuentan vituperios.
Las oye el viento.
¿Las oye?
Tañen fuera, tañen dentro.
Doblan arriba y abajo
con festivos tintineos.
Son rebaños de palabras,
que pastoreo en mis feudos,
pastando voces divinas
en prados del pensamiento.
Todos son y no son, míos.
Son sobre todo del viento,
que los parte y los comparte
con todos los hemisferios.
(SOLILOQUIOS. Ediciones Feadulta)
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