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miércoles, 21 de febrero de 2018

Ahora el Concilio de Trento

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
Es el que nos falta en el breve repaso a que me obligué al leer el artículo de Antonio Aradillas. Y lo haré muy resumidamente, pues quiero ser claro y conciso. Pablo III tuvo como primer escenario para el Concilio la ciudad de Mantua, en 1537, y luego pensó en Vicenza, en 1538. Mientras tanto negociaban en Niza una paz entre Carlos V, y el rey Francisco I de Francia. Y tras diversos retrasos, consecuencia de las diversas desavenencias graves, de tipo sobre todo político, pero también teológico, ¡por fin! convocó, el 13 de Diciembre de 1545, para la ciudad de Trento, norte de Italia, pero entonces ciudad autónoma regida por un obispo-señor feudal, un Concilio General de la Iglesia, que trazó las líneas de la reforma católicas (luego conocida como Contrarreforma).
La asamblea conciliar contó con la presencia de veinticinco obispos y cinco superiores generales de Órdenes Religiosas. Las sesiones, que sumaron en total 25, con suspensiones esporádicas, se prolongaron hasta el 4 de Diciembre de 1563.
Hoy afirmaríamos, sin rubor ni temblor, que el Concilio no tuvo el “quorum” mínimo para un evento de esas características, pues sólo entre Italia y España ya había más del doble de los 25 obispos que asistieron. Y no sabemos con qué título y cometido acudieron los superiores de esas cinco órdenes; suponemos que como observadores y/o peritos. Así que la convocatoria fue, oficialmente, del papa Pablo III, pero en realidad, y en la práctica, y el que pagó los gastos que originó el Concilio, fue el emperador Carlos V, el gran artífice del Concilio, motivado e incentivado por sus nobles alemanes, que hacía ya bastante tiempo anhelaban una reunión conciliar para intentar dejar las cosas claras.
Los grandes temas del Concilio:
1º) Los obispos: reforma y objetivos
2º) Mediación salvadora de la Iglesia, (Institución), contra la opinión de los protestantes.
3º) Necesidad de Fe y obras (contra Lutero), reafirmación del valor de los siete sacramentos, y condenación de la Predestinación, (contra Calvino).
4º)Los santos, la celebración de la Eucaristía, y el ¿Purgatorio?
5º) Medidas prácticas y disciplinares
6º) Grandes temas que NO abordó el Concilio
1º) Los obispos: reforma y objetivos
Hubo, en los siglos XIV y XV, ideas conciliaristas, que mantenían la suprema autoridad de la Iglesia no en el Papa, u obispo de Roma, sino en el Concilio universal. Esta idea fue defendida más por los canonistas que por los teólogos, tal vez por su especial sensibilidad jurídica, lejos de las disquisiciones teóricas y abstractas de los sesudos maestros en Teología. Mi opinión es que la tesis de los canonistas está más cerca del Evangelio, del simple, pero profundo y esencial anuncio del Reino de Dios, que de la concentración en una persona de todo el poder jurisdiccional, y magisterial de la comunidad de los seguidores de Jesús en una persona, sucesora de otra de la que el Señor habría afirmado “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mmi Iglesia”, pero del mismo que también dijo El Señor, y los teólogos y portavoces del magisterio de la Iglesia parecen haberlo olvidado, “apártate de mí, Satanás …”. Pero éste es otro problema, que aquí solo he tocado para indicar que fue obviado en Trento. cuando era un momento muy favorable para tratarlo, e, incluso, para definir la Colegialidad, que proclamó mucho tiempo después el Vaticano II.
Como hemos visto más arriba, a partir de los siglo V y Vi comienza en la Iglesia un desvío imparable del Evangelio, que llegó a su plenitud en este Concilio de Trento. Los obispos siguieron siendo, si no señores feudales, sí potentados burgueses, que vivían generalmente su vida despreocupados de los problemas y sinsabores de sus fieles. como afirmó un autor que en este momento no recuerdo su identidad, la Iglesia se convirtió en un monstruo, de enorme cabeza, y cuerpo enano: con un inmenso, en presencia y poder, aparato clerical, es decir, con una cabeza desmesurada, y un cuerpo raquítico y ausente. Y si es verdad que, en teoría, se procuró que los obispos fueran personas con una preparación por lo menos notable, rápidamente ese primer impulso fue decayendo, hasta llegar a una situación deplorable, en los niveles de excelencia intelectual y moral de los prelados de la Iglesia.
De alguna manera vino en ayuda de la jerarquía el magno proyecto de la creación, en todas las diócesis, de seminarios para formar a los futiros clérigos. Pero sucedió en España, y en todos los países, que los verdaderos centros de formación intelectual, eclesial y pastoral de los curas fueron las universidades, junto alas que, como en Salamanca y Alcalá, pulularon casa de formación sobre todo de jóvenes religiosos, como dominicos, jesuitas agustinos, mercedarios, etc. Estos centros universitarios sirvieron, pero menos, para la preparación de los clérigos diocesanos, en loas grandes ciudades, pero el mundo diocesano rural, en toda Europa, fue cayendo en un marasmo paralizante, que duró, a pesar de la Revolución francesa, hasta el Concilio Vaticano II, con lo que esto significa de desastre evolutivo y de progreso eclesial.
2º) Mediación salvadora de la Iglesia, (Institución), contra la opinión de los protestantes

Este fue el autentico caballo de batalla teológico entre la Reforma protestante, y la Contrarreforma católica oficial. A la decepción y sentimiento de ruina y fracaso de muchos eclesiásticos del mundo anglosajón, que desembocaba en expresiones como “Roma veduta, fide perduta”, (al visitar Roma se pierde la fe) que respondía al verdadero escándalo que la vida disoluta de la corte vaticana producía en las personas con un cierto sentido ético, que no precisaba ser verdadera y esencialmente cristiano, se unía el tema mucho más serio de una Eclesiología, o Teología de la Iglesia, poco, o nada, apoyada en los parámetros bíblicos y evangélicos, con la conversión de la comunidad cristiana eclesial en una institución burocrática, jurídica, de poder, de influencia política, y de auto afirmación peligrosa, y desmesurada, de monopolio del saber teológico, y del Magisterio de el derivado, necesario e imprescindible para la “Salvación de las almas”, en una expresión vacía e inocua, nunca usada ni por Jesús ni por el Nuevo Testamento, soslayando, y dejando de lado, la auténtica y verdadera naturaleza humana, a caballo entre la corporeidad y la espiritualidad. La Jerarquía eclesiástica no supo ver las enormes posibilidades que se abrían con los ideales del Renacimiento, no solo para el humanismo, sino también para una vivencia en libertad de los valores evangélicos, y quedó anclada en una obsoleta sensibilidad impropiamente considerada moral, o de Buenas costumbres, que muy poco tenían que ver con los luminosos y radiantes valores evangélicos.
Es en verdad sangrante, y corrobora todo lo que vengo afirmando, la tremenda, peligrosísima, y suicida preocupación del Magisterio de la Iglesia de ocultar, y obstaculizar al pueblo fiel y llano, el conocimiento de la Sagrada Escritura, su lectura, comentarios y profundización en las enseñanza de sus libros, como si se tratase o bien de material altamente nocivo y pernicioso, o tan delicado y complicado que solo lo podían llegar a dominar los miembros jerárquicos del cuerpo eclesial.

La diferencia con la actitud justa y sensata de Lutero de traducir la Biblia a la lengua vernácula para ser leída, conocida, y aprovechada como alimento para la mente y el Espíritu, como el hizo en la Reforma Luterana, explica la ignorancia, y el terrible desconocimiento que nuestros fieles católicos tienen de la Palabra de Dios. Y los fieles católicos no se podrían beneficiar de este maravilloso, abundante y suculento alimento, sin la tutela y la supervisión de una Iglesia, nada proclive al aprovechamiento de esa riqueza deslumbrante de la literatura bíblica. Y este último aserto lo demostró usando todos los medios, sobre todo la fiereza de la Inquisición, que si ya existía antes del Concilio, en éste adquiriría carta de ciudadanía, y sería clara y elocuentemente reivindicada.
(Continuaré mi exposición, que no puede, ni llega a ser, lo concisa y breve que prometí).

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