Míriam Díez
El cardenal Omella ha venido a Barcelona con ánimos de corregir anomalías históricas, y elegir una mujer laica para un cargo directivo como acaba de hacer es una buena señal. La elegida es Marion Roca Sagués, nueva secretaria general y canciller, un cargo que el obispado de Girona ya hace años que ocupa una mujer, también, la eficaz M. Teresa Cebrià, aunque desde hace unos años se dividieron las funciones y ahora ella es canciller y otra mujer, Mercè Corominas, es secretaria general. “En Girona, más”, ya se sabe.
La nueva secretaria general no es nueva en la plaza. Tiene décadas de experiencia y ha formado parte del equipo del secretario general saliente y desde ayer obispo auxiliar de Barcelona, Sergi Gordo. De hecho, el cargo es tan alto que a veces es la antesala de ser nombrado obispo, eventualidad que, a Mariona, no le pasará, a corto plazo. Deberían removerse muchas cosas en la Iglesia católica. El Papa ya ha revuelto muchas. Bergoglio actúa como si fuera un electricista travieso, que entra en una empresa y empieza a cambiar cables de lugar, conectar aparatos que en principio no tenían relación, a desenchufar cosas, a pulsar botones.
El Papa ensaya, pero no a lo loco. Es un hombre profundo, de convicciones muy profundas. Reza, calla, escucha. Y decide. Quizás un día tomará decisiones que visibilicen las mujeres en la Iglesia, estas que lo miran todo, como dice la lúcida Lucetta Scaraffia, desde el último banco.
Con la nueva incorporación femenina en un cargo directivo, la Iglesia de Barcelona está diciendo cosas también a otros obispados más pequeños, a entidades, escuelas, delegaciones diocesanas y comunidades eclesiales. Su tarea, en una alta función en la organización administrativa de la curia diocesana, es el paso para asegurar, y las palabras son textuales del obispado, una “adecuada transición”. Con este gesto, el arzobispo “muestra su talante renovador en sintonía con el Papa Francisco situando en la organización de la curia una mujer de valía”. Es decir, que estamos en renovación, y renovarse es incorporar mujeres en cargos directivos, una praxis que en la Iglesia ha sido escasa.
No podría contar las veces que me han formulado la pregunta “qué hace una mujer como tú en un sitio como éste?”, Considerando “sitio” la Iglesia, un reducto visto por tanta gente como anacrónico, machista y oscuro. Porque es una evidencia de que institucionalmente no se ha sabido gestionar de manera satisfactoria el papel de la mujer en la Iglesia. Los últimos Papas lo han confesado y este Francisco en concreto insiste especialmente.
Lucetta Scaraffia, historiadora y periodista, mujer de una vida fascinante, escritora del diario vaticano L’Osservatore Romano, participó en el Sínodo de Obispos. No es normal. Hasta hace poco esto era una anomalía. Eran pocas, religiosas, y sin relevancia en las decisiones finales. Desde el último banco del Sínodo, la Lucetta observó. Y en su libro, que se titula precisamente Desde el último banco, defiende que la Iglesia no puede olvidar que “el cristianismo dejó la semilla de la emancipación femenina en Occidente”. Según ella, “las mujeres son las únicas que pueden restituir vitalidad y corazón a una estructura rígida y autorreferencial”. Básicamente, sin las mujeres, la Iglesia se acaba. La Iglesia no puede pensar el futuro sin las mujeres y las mujeres ya no aceptan más no ser escuchadas. Pero resulta que las mujeres en la Iglesia han escuchado mucho y han hablado poco. La mujer ha sido sublimada, maldita, pero sobre todo, menospreciada u olvidada. Ignorada. Invisible. Durante demasiado tiempo, las mujeres han sido vistas bajo un prisma distorsionado, ya menudo empañado y lejano. Hay excepciones, santas, vírgenes, mártires. Pero poco más. En la gestión ordinaria del poder, las mujeres en la Iglesia pintan poco.
Que el Papa, el obispo y, esperamos, que hasta el último rector hagan gestos (y nombramientos) que recaen en la visibilización del poder de las mujeres, es positivo. Que quieran trabajar con ellas, escucharlas, argumentar con ellas, es una espléndida pequeña noticia que demuestra que la pesada maquinaria eclesial también se mueve. Y además, es una noticia necesaria en una organización con voluntad de perdurar, que sin estas acciones que muestren un “talante renovador”, como manifiesta el arzobispado de Barcelona, difícilmente podrá ir adelante. Las chicas jóvenes no pueden concebir que por el hecho de ser mujeres, porque es sólo por eso, no puedan tener un cargo. Y no lo pueden entender, porque es incomprensible. El fenómeno Marion, la lucidez de Scaraffia … son indicios de que el catolicismo no tiene ganas de ser rancio y anticuado, sino de ponerse al día, aquel aggiornamento que el Concilio Vaticano II acarició tanto y que, según el profesor y experto conciliar Alberto Melloni, hizo que se recuperara una dimensión olvidada de la Iglesia, que es la sinodalidad, y ésta lleva a la inclusión. Nos habíamos acostumbrado a dar por válidas premisas patriarcales que nos parecían obvias y que no lo son en absoluto. Que Mariona sea noticia, es un ejemplo, diáfano, pero también preocupante. Es tarde y los signos de los tiempos lo corroboran. Eppur si muove .
Omella en la Capilla Sixtina
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