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jueves, 7 de septiembre de 2017

Lo importante es la Empresa(I)

Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Muchas veces me pregunto, tal vez ingenuamente, quienes son los que mandan en el mundo. Y observo, sobre todo, las decisiones de los políticos, y las opiniones de los medio de comunicación, de los sociólogos, periodistas, y de esa pléyade de personajes modernos, los tertulianos radiofónicos y televisivos, ocupados todos los días en ¿informarnos?, ¿ilustrarnos?, y modelar nuestro acerbo de opiniones, preferencias, de pensamientos, y de conclusiones varias sobre el vasto tema socio-económico-político-deportivo, y ¡hasta religioso! Y después de observar, meditar, pensar concienzudamente, y seleccionar escrupulosamente las posibilidades, he llegado a la conclusión de que los/las que mandan, los que cortan el bacalao, los que consiguen que la política y la opinión mundiales se rindan a su favor, y trabajen en su beneficio, son las empresas, cuanto más grandes, mejor, y cuantos más extendidas, en un mundo globalizado, mucho mejor.

Es decir, se trata de las “Empresas multinacionales”. Y por detrás de la cara fría y anónima de las multinacionales, están, obviamente, los dueños de las mismas, loas grandes accionistas, que son los verdaderamente poderosos, los auténticos magnates, los escandalosamente ricos. Hoy mismo he oído en la tele, y no sé so era una película, o un anuncio, o un grito desgarrado de un comediante, el siguiente desgarro: “Quiero que los pobres coman pan, y los ricos, mierda”, (sic, disculpen). Pero antes que ese bardo popular, el Señor Jesús exclamó: “En verdad, en verdad os digo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. No me extraña que a los ricos y poderosos no les haga mucha gracia el papa Francisco, que ya advirtió, a pocos meses de su entronización en al Pontificado, que “el Capitalismo no solo roba, sino mata”, cuando gritó sus desesperación por las muertes de tantos ciudadanos africanos a las puertas de Lampedusa.
Me he embarcado por estos derroteros tan sesudos porque he leído en “El País” de hoy una editorial, la principal, la que señala la orientación del periódico en el tema destacado del día, un subido alegato elogioso del presidente francés, Emmanuel Macron, referido a la anunciada desde la campaña electoral y presentada como la reforma estrella, y esperada con cierto grado de temor, la “reforma laboral francesa del nuevo presidente”. Éste necesita, como agua de mayo, que sea bien recibida, con altos índices de aceptación, par compensar las señales, todavía no muy fuerte ni significativas, pero persistentes, del declive de su popularidad. Y ya en los primeros compases de la mencionada editorial, se vislumbraba la inclinación que en el primer párrafo de este artículo yo señalaba: “Las líneas generales ahora conocidas de esta iniciativa se basan en el abaratamiento del despido y una práctica anulación de la intervención de los sindicatos en las negociaciones colectivas de las pymes, que dan trabajo a más de la mitad de los asalariados franceses. El cambio no es una revolución con respecto a la polémica reforma aprobada el año pasado, pero sí una profunda transformación que pretende fomentar el empleo aportando mayores garantías al empresario y, en consecuencia, reducir el paro estructural que sufre el país”.
Ya tenemos despejado el nudo gordiano que yo siempre me montaba en la búsqueda de los verdaderos mandamases en el mundo: los empresarios, cuya defensa enarbolan los Estados a costa de los asalariados, de los trabajadores. En este párrafo, que no hace sospechar ningún tipo de censura social o económica por parte del editorialista, se tocan dos temas especialmente sensibles en el mundo labora: el abaratamiento del despido, y la práctica retirada de los sindicatos en la pugna, ardua, reñida, muchas veces cruel e implacable, pero decisiva para el trabajador, del proceso de contratación. El Capitalismo liberal decidió dogmáticamente, a finales del siglo XIX, algo que, por los visto, solo podrían refutar los ignorantes, y los enemigos del progreso de la humanidad a finales del siglo XIX, que lo más seguro, y lo más factible, para la paz social, a nivel nacional, e internacional, era una economía de mercado, y un sistema de libertades, partiendo de la “igualdad de oportunidades”.
Pues bien, ésta es una de las mayores milongas, mentiras y escarnios que se han admitido sin otra discusión que la del Comunismo, de trazo, tan grueso, que su aplicación desvirtuó cualquier atisbo de algo positivo que podría ofrecer. Y en esas estamos, como vemos: favorecer a los que, por tener igualdad de oportunidades, han podido estudiar en los mejores centros universitarios y de investigación del mundo, porque sus padres tenían suficiente dinero para sufragar la carrera, o el joven poseía unas condiciones innatas, intelectuales, y de voluntad de estudio y trabajo, y cargar el peso del enriquecimiento, del progreso económico, y del bienestar general, en las espaldas de los asalariados, cuanto más bajos mejor, a los que no hay que pagar mucho, y, por si fuera poco, contra los que el Estado se encarga de blindar a los empresarios con sus leyes y disposiciones.
Ésta fue la línea, y la Filosofía de la reforma laboral española, que según los comentaristas, ha imitado Francia, y que propugnan los cerebros político-económicos europeos. Pero a los que no faltan nunca medios para llegar a fin de mes, ni para tener una calidad de vida por o menos apreciable y digna, cuando no, en la mayoría de los casos, envidiable. Por eso un gobernante como Mariano Rajoy puede proclamar a las cuatro vientos que la economía española va muy bien, y ya ha salido prácticamente de la crisis, dejando un 25% de los ciudadanos, unos 13 millones, en riesgo real, y, cada vez más inminente, de exclusión social. ¿Cómo es posible que tantos gobernantes europeos, y del mundo, proclamen que la economía va bien, cuando la grieta de la desigualdad social crece, no cada año, sino cada mes y a veces, cada semana, a pasos agigantados?
(En la siguiente entrega trataré de la preferencia por las empresas y los empresarios de los medios de comunicación)

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