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jueves, 28 de septiembre de 2017

Carta aberrante de unos católicos pseudo-intelectuales al Papa. (Pero, ¿serán cristianos?)


Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara


No puedo entender de dónde han sacado estos católicos “importanciosos”, (importancioso, neologismo que ha inventado una amiga de mi parroquia para indicar el carácter de algunas personas que se consideran importantes, y lo demuestran con sus actitudes), la fuerza y la valentía presuntuosa, imprudente y obscena, para dirigir al papa Francisco una “correctio filialis”, (una corrección filial), que más parece una bronca tan descabellada, como pretendidamente condescendiente, para demostrar su ¿altura de miras? Se trata de una postura insólita en los últimos siglos de la Iglesia, descabellada, pretenciosa, y presentada con un escrito infumable, farragoso, y apelando a conceptos abstractos y “obstrusos”, con cierta aureola de dignísimos y casi sacrosantos, cuando en realidad, no son sino la repetición cansina de un argumentario desfasado, clericalizoide hasta la desmesura y la demencia, alejado kilómetros luz de la luminosidad radiante, prístina y pura de los valores evangélicos.
Presentan, en latín, que no han querido, o no se han atrevido a traducir al castellano, siete proposiciones, atribuidas al Papa, por acción u omisión, que ellos consideran herejías claras y evidentes, indiscutibles, y que según su entendido (¡muy poco!) parecer, significan un peligro gravísimo e inmediato para los fieles. Me comprometo a responder otro día, después de traducir las dichosas siete herejías, rebatiendo una por una las insensateces que estos falsos intelectuales, más católicos que cristianos, que no son conceptos equivalentes, ni intercambiables, y hoy me limitaré a recordar ideas teológicas, sacadas del Evangelio, que es la fuente más válida para cultivar una verdadera Teología sobre el Dios Padre de Jesús, que éste es nuestro único Dios y Señor. Pido disculpas si la reiteración cansina de estos díscolos hijos de la Iglesia me obliga a mi también a ser reiterativo.
El erróneo y abusivo recurso a ideas filosóficas que ni son parte del depósito de la Revelación divina, ni proceden de los textos bíblicos, ni del Antiguo (AT), ni del Nuevo Testamento (NT). Con cierta complacencia, podríamos admitir que su relación con la Palabra de la Sagrada Escritura tiene que ver con interpretaciones bíblicas que carecen de toda validez y veracidad, fruto, en su mayoría, de un desconocimiento de la ciencia exegética, y de viejos y repetidos clichés que se repiten, y enseñan, y condenan a muchos, a una lectura literal e infantil. Por mucho que guste a algunos, y repitan durante siglos, ideas como “Ley natural”, como la Ley Divina; excesiva facilidad y ligereza en la definición y consideración del “pecado mortal”, y hasta en el propio concepto de éste; obligatoriedad de una comprensión única de la gravedad de los actos sexuales; falsa relación entre la Verdad Revelada, -otro concepto poco bíblico-, y la posibilidad, o imposibilidad, de que no siempre se entiendan como gravemente pecaminosos; trato pastoral del Sacramento de la Eucaristía alejado, y hasta contrario, a los textos neo-testamentarios. Lo que quiero decir es que no se puede, anteponer nunca las ideas naturales y filosóficas, fruto de la inteligencia humana, y de su tentativa de crear hipótesis plausibles para el comportamiento humano, pues esto sí que es contrario a la Revelación. Ésta significa, siempre, un corte, y, al mismo tiempo, una negación y una elevación, de los resultados de la pura racionalidad. Ésta nunca nos sirve por completo para aplicarlos, sin más, al mundo absolutamente revelado, y regalado por Dios, de los sacramentos.
Una incomprensible prioridad del Magisterio Eclesiástico sobre enseñanzas indudables de la Sagrada Escritura. Esta observación es sangrante. Por ejemplo, del conjunto del Evangelio no se puede deducir, de ninguna manera, ni por mucho que se distorsionen los textos, que Dios deja de ser, alguna vez, misericordioso, o que el pecado, mal llamado mortal, tiene la fuerza de suspender la perenne, y eterna, ofrenda “gratuita” de Amor y perdón: de ahí el término Gracia. Por cierto, estos autores y ¿pensadores? tan añejos y conservadores, tienen, basados en una Teología racional y filosófica, que no bíblica, una concepción cosificada de la Gracia como una especie de paquete que Dios nos da, y retira si pecamos. Nada más alejado de la revelación continua, y perpetua, de la relación gratuita e incondicional que Dios estable con sus criatura humana.
Una falsa comprensión de la infalibilidad Pontificia. Algo de lo que, por cierto, acusan al Papa. Me queda la penosa, y aplastante impresión de que estos autores consideran todo el acerbo del Magisterio eclesiástico como enseñanza infalible de la Iglesia, en especial, el proferido por el pontífice de Roma. Otra vez se olvidan del Evangelio. Pondré, a modo de ejemplo, el texto del Evangelio de Mateo, en el que primero exalta a Pedro, para después denominarlo “Satanás”. “Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Y unos minutos después, “Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!. (Mt 16, 16-19, 22-23) Del que se deduce, sin posibilidad de error, que el Papa, sin no se deja llevar por el Espíritu, puede equivocarse gravemente, hasta merecer el apóstrofe de “Satanás”, por parte de Jesús. Y solo cuando el Espíritu lo guía, afirma verdad. Es decir, su enseñanza no está garantizada por una privilegio especial personal, sino cuando, con el Espíritu, habla en nombre de toda la Iglesia, con la ayuda que el Espíritu presta a ésta.
(Podía seguir con más puntos, pero sería muy cansino. Ya he repetido hasta la saciedad, en este blog, cómo este tipo de autores, de los que estoy escribiendo, entienden la Eucaristía como una gracia especial, un privilegio para buenos, o incluso elegidos, y no como es en realidad: un mandato de Jesús, algo que no dela el Señor a la discreción del creyente, sino que le es presentada como una exigencia inexcusable para el que quiera recordar al Maestro como Él nos dejó la oportunidad, real y maravillosa, de hacerlo).

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