Me ha gustado que el P. Castillo tocara estos días en R. D. el tema de la bondad de Dios y, al mismo tiempo, de su contrario, como son las penas del infierno. Yo me limitaré a hablar del cielo, que es lo contrapuesto a lo segundo, que es el infierno.
Vayan algunas premisas. Cuando hablamos del cielo, siempre pensamos cómo es el cielo, si yo o si nosotros iremos al cielo, si nuestros parientes o amigos difuntos ya están en el cielo e, incluso al margen de todo eso, si son muchos o pocos los que entran en el cielo.
El hombre, en una palabra, sabe que un día morirá y se pregunta si él tendrá derecho -debido a sus buenas obras- a que le abran las puertas del cielo.
Cuando éramos niños o jóvenes, en los años anteriores al Concilio, cantábamos en iglesias y procesiones de Misión, en voz alta y rimbombante, aquel "No estés eternamente enojado", que dirigíamos solícitos a Dios con el fin de aplacarle por nuestros pecados. Esto suponía, por otra parte, la esperanza y confianza que poníamos en Dios del que en otros cantos celebrábamos también la bondad y misericordia divina hacia quien era su creatura, el hombre.
Para San Agustín y Calvino, el hombre era una masa de perdición y necesariamente tenían que ser pocos los que podían obtener la salvación y exigir que para ellos se abrieran de par en par las puertas del cielo.
Otros, sin embargo, sostienen que el cielo es tan grande que para todos hay lugar y, por tanto, serían muchos quienes tendrían la suerte de entrar en la morada eterna.
Otros, no obstante, afirman que no son muchos los que se salvan y encuentran desgraciadamente las puertas del cielo cerradas. Incluso la Santa Sede, se ha mostrado últimamente de parte de los que afirman que son muchos y no todos, los que se salvan, al exigir que en el Canon de la Misa el sacerdote, cuando consagra el vino, diga que la salvación es "pro multis", sin duda para expresar que hay quienes, por mala voluntad y deliberadamente, rechazan la salvación que les ofrece el Señor con el derramamiento de su sangre en la cruz.
De aquí vienen las disputas y las contraposiciones.
San Anselmo alega contra San Agustín que quien es bueno para los buenos y para los malos es mejor que aquel que solo es bueno para los buenos.
¿De dónde saca Dios tan gran amor? Sencillamente de su bondad. Con tanta misericordia establece justicia. Y así el apóstol Santiago dice: "La misericordia se siente superior al juicio" (2 - 13).
Y el Concilio Vaticano II (1965) afirma que "hemos de creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad que, en la forma por Dios conocida, nos asociamos al Misterio Pascual" (Gaudium et Spes, 22).
Por otra parte, el dominico Getino, que recoge el también dominico y en la actualidad profesor universitario y Delegado Episcopal para los religiosos en Valencia, Martin Gelabert Ballester, opina que "a Dios le quedan mil recursos por aplicar la Redención por caminos ocultos a nuestras miradas" (Getino, 58)
Hay que recordar también que en un Prefacio Dominical se proclama solemnemente "la esperanza de un domingo sin fin en que toda la humanidad entrará en tu descanso y entonces alabaremos para siempre tu misericordia".
San Pablo define el cielo como un lugar que nadie puede imaginarse como es. Tampoco se puede considerar la felicidad que allí se va a encontrar.
Víctor Hugo hizo un intento de definir el cielo, diciendo:
"El cielo es lo imperceptible, lo enorme. Es una luz, un foco, una estrella, un sol, un universo. Pero, este universo viene a no ser nada. El cielo es todo un Número, que es un cero delante de lo infinito. El que es inaccesible, añadido a todo el que es impenetrable. Lo impenetrable, unido a lo que es inconmensurable. Esto es el cielo".
Es por eso que el evangelista exulta cuando dice "Alegraos, porque vuestros nombres están inscritos en el cielo" (Lc, 10,20).
En el lenguaje popular, que hemos heredado de nuestros mayores, encontramos verdaderas perlas que nos ilustran sobre la existencia del cielo, cuando decimos: "Esta señora, este señor seguro que se han ido al cielo: eran "buenísimos". Este piensa tocar el cielo con su descubrimiento. Mi madre, con esto, vio el cielo abierto. Este religioso estaba en el tercer cielo. El cielo no está hecho para los asnos como tú.
Si Dios quiere, todos iremos al cielo. La casa es el cielo de este mundo. Haga el cielo que podamos volver a vernos. Padre nuestro que estás en el cielo. Este va a remover cielo y tierra. Este hombre se ha ganado bien el cielo". Cuando despedimos a un muerto, consolamos a sus allegados así: "Que Dios lo tenga en el cielo".
En este esquema sobre el cielo no puede faltar la afirmación que da San Pablo sobre el cielo, cuando expresa que es un lugar que nadie se puede imaginar cómo es. Tampoco se puede considerar la felicidad que se encontrará en él.
Llamamos al cielo la visión celestial, la patria celestial, la corte celestial, la gloria celestial.
Quiero terminar esta sucinta relación sobre el cielo con un refrán que saqué de un librito de Menorca, que decía: "El cielo no está hecho para llenarlo de paja", queriendo decir que el cielo solo se puede llenar con nosotros, que somos los hijos de Dios.
Tampoco podemos olvidar que el cielo es la morada de los Ángeles, Arcángeles, Serafines, Querubines, Potestades, Dominaciones, Tronos, Virtudes y Principados, como también los Patriarcas, Profetas y siervos de Dios del Antiguo Testamento. Y sobretodo, como el lugar de Dios, Padre, su hijo Jesucristo Crucificado, el cual desde su Ascensión al cielo, está sentado a la derecha del Padre junto con el Espíritu Santo que nos fortalece y anima para ir al cielo, gozando eternamente con ellos juntamente con María, Asunta y Reina del cielo y todos sus santos.
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